27. Tiempo

396 48 11
                                    

El dolor de cabeza tipo opresivo era una constante desde que desperté. Era una molestia tolerable pero no imperceptible, algo que se había vuelto una silenciosa compañía después de tantos días con alta carga de estrés, además de una pésima higiene del sueño. En cierta parte era culpa mía. No estaba durmiendo bien y no tomaba medidas al respecto, aun cuando eso significara descansar nada más que dos horas de las veinticuatro del día.

No la estaba pasando bien estos días.

Eran demasiados factores que influenciaban en mi estado de ánimo. Los negativos eran los más resaltantes, especialmente los asociados a Red. El temor constante de ir un paso atrás o el que este actuara a mis espaldas, eran temas que no podía apartar de mi mente. Tampoco tenía la certeza de si podría proteger a los que me rodeaban. Tenía puntos ciegos, bastantes para mi gusto, por eso mi paciencia estaba bordeando niveles casi nulos.

Mi estabilidad emocional también oscilaba entre extremos totalmente peligrosos.

Esto era difícil.

Exhalé pesadamente antes de revolcarme sobre las sábanas desordenadas. Me cubrí completamente, hasta la cara, pero no duró mucho. Hubo bulla cerca de la entrada de mi habitación e inmediatamente me descubrí para encontrar a mi madre de pie junto al umbral de la puerta.

—¿Te encuentras bien? —asentí aunque era mentira.

Me impulsé sobre mi lugar para tomar asiento al borde de la cama.

—¿Sucede algo?

—Vine a avisarte que la cena está lista —anunció mientras revisaba de reojo mi habitación. Su instinto de madre le avisó, probablemente, que algo me mantenía distraído. Finalmente volvió a mirarme—. ¿Vas a comer?

Su pregunta me llevó a mirar la hora en el reloj colgado frente a mí.

Eran las siete y diez, aún me quedaban cincuenta minutos para la hora acordada con Serena; no obstante, no estaba seguro de si acompañar a mamá me llevaría poco o mucho tiempo. Algunas veces hablábamos tanto que la cena se hacía interminable.

—Debo ir por Jules —susurré antes de bajar la mirada.

—Ya veo —dijo melancólica. Ella detestaba comer sola. 

Suspiré, estaba al pendiente de cualquier cambio en el humor de mamá porque era de las pocas personas que me importaban, así que noté cuando mi anuncio la entristeció.  Exhalé algo abrumado. Estaba poco de acuerdo con dejarla sola y bastante consciente de que a veces era difícil hallar un equilibrio entre las dos mujeres que quería.

Ella trató de recuperar su sonrisa hogareña cuando apoyó su peso sobre su lado derecho, recostándose sobre el umbral de la entrada. —¿Quieres que guarde todo para después? Podría volver a calentarlo —agregó dudosa. Levanté la mirada.

Cogí el móvil, le escribí a Jules esperando que entendiera mi tardanza de diez minutos y le pedí disculpas de antemano. Debí prever que algo así se presentaría.

—Vamos —terminé hablando tras guardar el celular. Iba a acompañarla un rato.

Me puse a su lado para guiarla de nuevo a la cocina y, aunque nos mantuvimos en silencio durante el trayecto, el ambiente cálido y familiar jamás se desvaneció. Era una comunicación silenciosa la que ambos manteníamos mientras pensábamos en aquello que nos robaba tiempo y energías. Ella, por ejemplo, tenía que meditar sobre el proceso de divorcio con Bazier. Por otro lado, yo debía de hallar una manera de mantenerme sano antes de perder la cordura a causa de Red.

Un ángel para un corazón roto [CCR #2] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora