Aquella noche le timbré a Evanston innumerables veces, tantas que sentí mis dedos adormecidos para cuando me oculté entre las sábanas de mi habitación. Jamás respondió alguien que no fuera su buzón de voz, típico del chico de audífonos, y me sentí impotente mientras un montón de dudas comenzaban a apilarse sobre las ya existentes, hasta el punto de no dejarme dormir esa noche ni las dos siguientes.
En primer lugar, tres días después del incidente, pensé escribirle acerca del mensaje que había recibido. Planteé la idea de poner en tela de juicio su moral; sin embargo, tras varios intentos por hallar una excusa válida para cuestionarlo, desistí. Decidí confiar en él una vez más e hice caso a mi instinto. Ignoré las advertencias por una buena razón, no quería pelear con Evanston más cuando la distancia por sí sola ya nos ocasionaba grandes problemas.
Por tal motivo, al cuarto día, regresé a la rutina: pegué más anuncios sobre el club y organicé una reunión con los que se habían propuesto ser mensajeros confiando en que los asuntos del club me distraerían de lo demás. Al menos sirvió durante un rato.
En fin, faltaba una hora para la entrevista con mis nuevos posibles miembros, así que visité un viejo escondite al cual había estado evitando, esperando hallar la luz que hacía falta en mi camino.
Para cuándo llegué, el lugar secreto de Belle Moore -Macarena Brown dicho de otra manera- lo encontré bajo un manto de polvo, lo que denotaba que nadie había cuidado de este en meses. Suspiré al comparar este lugar con mi corazón, consciente de que jamás alguien me advirtió que amar sería así de complicado. Reí antes de dejarme caer sobre el viejo sillón y quedarme boca arriba, observando el techo dónde apenas y había notado que estaban estrellas pintadas.
Observar el cielo artificial sobre mí me hizo recordar a uno de mis primeros encuentros con Alexander Polac. El hombre ideal, pensé al recordar con simpleza y orgullo la temática nocturna de su auto y cómo el chico se había dejado convencer por Maccarena para pintar estrellas en este. Una prueba de cuan romántico y atento podía ser el amigo del chico de audífonos. Resoplé.
Recibí un mensaje.
Me sobresalté creyendo que sería Evanston. Falsa alarma.
¿Podemos vernos antes de tu actividad?
Kovacs.
Admitiré que su texto me resultó una sorpresa considerando cómo acabó nuestro último encuentro en la cafetería, dónde prácticamente arruinó el discurso de reapertura del club. Sin embargo, resultó curioso que, dentro de su pregunta, hubiera tomado en cuenta mis planes especialmente los que tenía con los candidatos a fururos mensajeros.
Podía negarme y ser rencorosa, pero acepté inmediatamente y le di la dirección del auditorio, asegurándome de que esperara en un lugar apartado del escondite de Maccarena. Él no volvió a responder aún así asumí que estaría esperando para cuando terminara aquí dentro.
¿Sería demasiado pedir que contestaras mis mensajes con algo más de que una frase corta? Si no lo haces hace aún más notoria tu ausencia.
Le envié el mensaje a Evanston, quien respondió inmediatamente. "Discúlpame, Jules, así que prometo intentarlo. ¿Cómo está tu día?", fue su respuesta unos minutos más tarde. Comprendí que era sincero y abracé el móvil antes de juntar los párpados, imaginando que era Evanston a quien rodeaba entre mis brazos.
No supe cómo responderle porque tampoco estaba segura de qué definía mi día así que pausé nuestras conversaciones para abrir otra igual de importante.
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Un ángel para un corazón roto [CCR #2] ©
RomanceTras el final del periodo escolar en Belmont, Serena Jules inició un viaje junto a los viejos diarios de una escritora anónima. Se sumergió en estos creyendo que la historia narrada en cada página sería la respuesta que buscaba, pero los secretos e...