Miré el reloj.
Miré el cielo.
Estaba recostado en el asiento del paradero de buses frente a la casa a la que no había venido desde hace meses. Observé las ventanas, tapadas por cortinas de color crema que recordaba a detalle. Inhalé hondo, nervioso porque jamás era tarea fácil visitar el mismo lugar donde se originó todo.
Resoplé, me puse de pie.
El reloj de mi muñeca marcaba las cuatro cuando crucé la calle en dirección a la casa de fachada blanca de dos pisos.
Arreglé mi atuendo, deseando estar presentable cuando golpeé suavemente con los nudillos la entrada. Hubo silencio. Lo intenté una vez más y oí risas en el interior. Entonces esperé a que una de las personas del otro lado se acercaran para abrirme. Tardaron cerca de un minuto en hacerlo, tiempo en el cual sentí mi corazón latir con rapidez.
Esa casa me traía demasiados recuerdos, demasiados tormentos.
Suspiré.
Sentí que el pasado me golpeó junto con la ráfaga de viento. Recorde a Maccarena abriéndome la entrada con su dulce sonrisa y su típica frase "¿tienes chocolate para mí?". Sonreí melancólico, consciente de que jamás iba a olvidar el poco tiempo que compartí con ella. Nunca iban a ser suficientes diecisiete años.
Volví a encerrar aquellos recuerdos.
Una figura femenina se paró delante de mí un minuto más tarde. Su expresión cambió con rapidez. Pasó de estar sonriendo a ponerse completamente seria, incluso pálida. No sé movió y tampoco supe cómo reaccionar después de dos años sin verla. La anterior vez que visité está casa solo Rita me recibió. Ahora tenía la oportunidad de ver a la madre de mi mejor amiga, quien había cambiado por el dolor de la pérdida de esta. Se veía más apagada aunque intentaba conservar el brillo en su mirada.
Bajé la mirada por la sobrecarga de emociones.
—¿Evanston? —tartamudeó. Asentí. Ella parecía en shock—. Dios mío, ¡mi Evans! —exclamó segundos más tarde, rodeándome entre sus delgados brazos. No me opuse ante su muestra de cariño, respondí el gesto.
La oí sollozar.
La oí pedirme disculpas.
—Siento no haberte visitado —murmuró sosteniéndome entre sus brazos—. Discúlpame por lo que tuviste que pasar —insistió afligida.
Dijo tantas cosas que jamás, hasta ese punto, había oído de otra persona más que mi madre. Eso me hizo sentir más desolado aún, especialmente porque las razones que me habían traído a esa casa no eran buenas.
Venía a revivir las pesadillas más antiguas de la señora Savannah, madre de Maccarena Brown, y saber que mi presencia solo iba a afligirla no me permitió disfrutar de su gesto de cariño. Tampoco sentí la calidez de esta cuando me llevó al interior de la casa. Me arrastró hacia el salón, pidiendo que ocupe uno de los sillones para charlar amenos.
Me senté. Ella se copió y me sonrió.
—Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que nos vimos —habló aún emocionada y melancólica. Era difícil resumir sus emociones en ese momento—. ¿Cómo has estado?
—Ocupado —dije. No quería preocuparla con asuntos personales—. Lamento haberla interrumpido, pero hay algo que quiero conversar con usted. Es sobre Maccarena.
Se enderezó sobre su lugar algo inquieta al oír el nombre de su hija.
Quizás había pasado tiempo desde la última vez que alguien la mencionó, por eso su incomodidad y el dolor revivieron con rapidez. Bajó la mirada para observar sus manos inquietas. Se quedó en silencio y pude oír su sollozo, que poco a poco se tornó en un llanto fuerte y desconsolado. Lamenté ser quien tuviera que sacar a flote su dolor, así que me levanté de mi lugar y coloqué mis manos sobre las suyas para compartir su pesar cuando tomé asiento a su lado.
ESTÁS LEYENDO
Un ángel para un corazón roto [CCR #2] ©
RomanceTras el final del periodo escolar en Belmont, Serena Jules inició un viaje junto a los viejos diarios de una escritora anónima. Se sumergió en estos creyendo que la historia narrada en cada página sería la respuesta que buscaba, pero los secretos e...