Caminé en dirección recta tratando de no distraerme mientras Chenoa tarareaba una canción. La había ido a recoger a su casa por orden de ella y ahora estábamos ambos sin idea alguna de cómo reaccionar. Al menos ella no lucía incómoda. Yo estaba distraído.
—¿Qué pasaría si Jules nos ve? —preguntó abruptamente. No debí reaccionar pero fue inevitable no sorprenderme ante la mención de ella.
Si me sentía una basura luchando contra mi moral, era aún peor cuando alguien más revivía la culpa. Resoplé.
Chenoa se impacientó ante mi silencio. —¿Ya te ha superado?
Sonreí por obligación.
—Probémoslo ahora —murmuró con sosobra sin verme. Deslizó su brazo bajo el mío y se pegó como una goma de mascar.
No me agradó la irrupción de mi espacio personal; sin embargo, la chance de poder despegarme de ella se me negó hace un par de años atrás, cuando el destino interpuso a una persona grata en la vida de Maccarena Brown y, por conexión, a la mía. Resoplé.
Continué caminando a su lado hasta notar, apenas unos segundos después, que ella no hablaba. Era inusual para una persona como ella el mantener silencio, especialmente cuando había muchos motivos para alardear. Resoplé, forzado a verla para comprender qué sucedía. Ella estaba distraída, tanto o más que yo, y al seguir su mirada encontré la razón exacta. Mi corazón, si es que fuera posible, se detuvo de golpe al ver unas facciones personalmente esbeltas y delicadas. La reconocí de inmediato, al igual que ella hizo conmigo. Sentí una punzada en el pecho y, para cuando di un paso a través de la acera, Chenoa se aferró a mí con más fuerza deteniéndome de golpe. En ese instante noté que no tenía más opciones que dejarla ir.
Chenoa rio sin disimulo. —Parece sorprendida, ¿no?
No me agradó el tono de burla en su voz; no obstante, no me quejé.
Segundos después, antes de que un bus se detuviera frente al grupo que nos observaba, sentí unos cálidos y húmedos labios sobre mi mejilla. Me giré de golpe, quebrando la conexión con Jules. Chenoa frunció el ceño. —¿Por qué me miras así? ¿Acaso no puedo besar a mi novio?
No, pensé, pero no lo dije.
Tenía que irme o, al menos, debía ganar un espacio para poder conversar con Serena. Sentí una punzada al pensar en ella y por inercia giré en dirección a la parada de autobús donde el grupo de personas ya no estaba. Me puse nervioso y, con delicadeza, me aparté de mi compañera. Ella no notó mi movimiento porque su móvil vibró en ese instante y aproveché aquella distracción para marcar un número con el mío.
Pensé en mil maneras de explicarle a Jules por qué le había mentido acerca de mis planes para esta tarde. Pensé en decirle la verdad pero inmediatamente mis pensamientos fueron silenciados. Ella no podía enterarse del riesgo que corría.
Maldición, rechisté cuando cortó la llamada y, aunque volví a marcar, no hubo más respuesta. En ese momento sentí el peso de mis decisiones sobre mis hombros. Me di cuenta de lo egoísta que había sido al querer tenerla sin importar el riesgo que corriera ella. Resoplé.
No tomaste la decisión solo, repitió una voz en mi interior. Ella nos eligió.
Cierto, lo había hecho. Eligió un nosotros pero en base a cuentos que había creado para no asustarla. Jules no estaba cerca de saber quién era ni qué es lo que me atormentaba. Ella vivía con la venda sobre sus ojos mientras yo movía las piezas con cuidado para no lastimarla. Pero, ¿era eso justo? ¿Era correcto negarle la oportunidad de saber los peligros que ambos corríamos al estar cerca uno del otro? No lo era, así como tampoco era bueno continuar mintiéndole por temor a perderla. Pero, ¿qué más podía hacer si no era protegernos con mentiras antes que derrumbarnos con la verdad?
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Un ángel para un corazón roto [CCR #2] ©
RomanceTras el final del periodo escolar en Belmont, Serena Jules inició un viaje junto a los viejos diarios de una escritora anónima. Se sumergió en estos creyendo que la historia narrada en cada página sería la respuesta que buscaba, pero los secretos e...