8. Hola, extraño

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El mensaje que recibí en respuesta a mi pregunta a Evanston acerca de su ausencia no fue inmediato. Tardó dos días con exactitud antes de ocultarse en mi buzón de entrada.

Este decía:

Coffee express, 8 pm.


Era una cita con Evanston, ¿o no?

No quería ser dramática pero esto parecía un trabalenguas. Estaba en la luna. Ni si quiera recordaba la noche que pasamos juntos en Fortland ni cuánto se esforzó por sorprenderme ese día. Mi mente comenzaba a olvidarlo aunque mi corazón se esforzaba por no hacerlo, más ahora que parecía estar dispuesto a dar la cara.

Estaba nerviosa al no saber qué esperar. Tal vez esa era la razón por la que había llegado cuarenta minutos antes de la hora pactada.

—¿Qué te trae esta vez? —No supe cómo empezar cuando Polac se detuvo a mi costado mientras fingía tomar una nueva orden en su libreta—. Dudo que hayas tenido la iniciativa e visitarme —bromeó entre susurros.

Si él no sabía qué hacía aquí, ¿debía preocuparme?, pensé. Evanston no le había contado sobre nosotros. Suspiré.

—Te ves más nerviosa que de costumbre —simplificó. Le creí—. ¿Cómo va la escuela? Es raro madurar y no tener que ir. ¿Sabes?

Pensé en contarle que estaba planeando reabrir el club. También pensé en preguntarle qué opinaba al respecto o si es que tenía alguna idea que pudiera ayudarme a seguir un rumbo; sin embargo, antes de que pudiera conectar mis ideas, un comensal lo llamó. Dejé que se fuera para que no tuvieran que amonestarlo en el trabajo y así lo hizo. Desapareció entre la gente.

Tomé un sorbo de mi café a punto de enfriarse mientras divisaba alrededor en busca de un rostro conocido.

Esperé sentada y nerviosa, consciente de que las manecillas del reloj marcaban los segundos con exageración. Lo observé, como un águila que acecha su presa, mientras analizaba mis opciones para cuando mi invitado llegara y ocupara la silla frente a mí. Obviamente, como siempre, existían imprevistos que de alguna manera aumentarían la tensión del momento.

Ese imprevisto caminaba ahora en mi dirección.

No lo había visto por más de un mes, pese a que había oído de él frecuentemente, y pese a que habíamos hablado casi a diario. Sentí un golpecito en el corazón cuando lo vi sonreír en mi dirección. Se veía igual aunque traía el cabello un poco más largo que de costumbre.

Me tensé, consciente de que caminaba con una sonrisa impresa en su delicado rostro. Su tranquilidad encendió mi duda, pero eso a él no pareció frenarlo cuando ocupó el espacio frente a mí.

Quizás esperaba que lo saludara pero envés de eso guardé silencio. No sería quien rompiera la tensión en el ambiente. —¿No ha pasado tanto tiempo desde la última vez que coincidimos o sí?

Elevé los hombros salvándome de una respuesta.

—¿Cómo sabías que estaría aquí? —fue mi contra respuesta.

Podría saludarlo de forma cortés o quizás preguntarle cómo le iba en Fortland o, por último, hablar sobre mi hermano y sus experiencias viviendo en un departamento como compañero de cuarto. Pero envés de eso mi tono de voz fue a la defensiva. Sonó como un reclamo ante sus oídos y los míos.

—Hansen —respondió antes de que un mesero se acercara y tomara su orden—. Él me contó sobre tus planes y aproveché para venir a verte.

Asentí en búsqueda de calma. No había razones para tratarlo mal, además esa no era yo.

Un ángel para un corazón roto [CCR #2] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora