2. Copo de nieve

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A través de la ventana del salón todo se veía en calma

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A través de la ventana del salón todo se veía en calma.

—¿Qué sucede, princesa?

Di media vuelta para observar sus gestos. Definitivamente le preocupaba el frío en el exterior, pero más mi voluble estado de ánimo desde que Evanston había enviado la caja. Quizás ella –mejor que nadie– comprendía que mis sentimientos eran un caos, por eso me impulsaba a salir de casa envés de invertir el tiempo durmiendo o estando encerrada en mi habitación. Además, le preocupaba que no entablara comunicación con sus vecinos. —¿Te molesta si salgo un rato?

Negó de inmediato antes de sonreírme. —Seguiré aquí para cuando regreses.

Me acerqué, la abracé, y me quedé recostada sobre su cabeza tratando de dejar el peso imaginario que cargaba sobre mis hombros en casa. Ella aprovechó la conexión para devolverme el abrazo. Sonrió tímidamente para cuando me puse de pie, entonces me despedí informalmente. Necesitas despejarte, sugirió mi subconsciente cuando me acerqué a la enorme puerta de madera.

Salí de casa sin rumbo.

Estaba lo suficientemente frío afuera por lo que traía puesto una bufanda blanca que cubría mis labios, además de un gorro que protegía mis orejas –parecía un oso de peluche debido al exceso de tela polar que me rodeaba–. Además, traía conmigo la libreta rosa salmón que había escondido dentro de un morral de cuero para que la abuela no hiciera demasiadas preguntas, lo que era una excelente decisión considerando el hecho de que había heredado la insaciable curiosidad de ella. Sonreí al aceptar el dato mientras caminaba hasta el parque a tres cuadras de casa.

Tarareé durante el camino para tratar de distraerme del nudo en la garganta que me asfixiaba de a pocos cuando pensaba en lo que dejé en Belmont. Basta, me detuvo mi razón mientras aceleraba los pasos. Decidí hacerle caso a esta –también a Aaron– respecto al hecho de que necesitaba ponerle un fin a esta angustia así que, cuando arribé al parque, hice una parada fugaz. Cogí el móvil y comencé a escribir, borrar y a volver a escribir.


¿Podemos conversar?

Estuve nerviosa cuando envié el mensaje, tanto que mis manos estaban temblando.

Quizás era por el hecho de que había roto la promesa conmigo misma respecto a mantener distancia de quienes me habían lastimado directa o indirectamente. No lo sé. Ahora mismo mantenerme apartada de Evanston era más complicado que simplemente desearlo. De corazón, intenté no pensar en él o escribirle, pero necesitaba más respuestas de las que el diario de Belle Moore pudiera entregarme, por eso le había escrito. Resoplé cuando levanté la mirada. Seguía nerviosa cuando por fin vislumbré un columpio cerca. Caminé en dirección a esta, una vez en frente, me deshice del resto de nieve que descansaban en la superficie para que así pudiera sentarme. El asiento estaba frío, pero agradecía traer encima el impermeable cuando me acomodé para luego columpiarme de atrás hacia delante de manera repetitiva.

Un ángel para un corazón roto [CCR #2] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora