4. Extenso manto de estrellas

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¿Tienes secretos?

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¿Tienes secretos?

Eso había mandado Aaron hace un par de horas. Mi respuesta fue sincera.

Todos tenemos algo qué esconder, pensé, mientras guardaba mis pertenecías en el clóset. Estaba renovando la habitación después de lo sucedido en el acantilado. Se me ocurrió comprar nuevos adornos para rellenar los vacíos tácitos y los reales. También recibí un erizo de cincuenta centímetros que ahora descansaba sobre mis sábanas. El regalo era de Black roses, al menos esa decía la tarjeta que trajo atado a su oreja el día que lo enviaron.

Al principio admitiré –con demasiada vergüenza– que no supe de qué se trataba pero, en cuanto recordé el símbolo bordado en la chaqueta de cuero que Violeta Norton traía puesta hace un par de días, comprendí que era el nombre de la banda. Era tétrico, tal vez, pero aún no sabía la versión de cómo es que nació el nombre. Tampoco podía juzgarlos porque fui yo quien comandó un club denominado "Los corazones rotos", que era igual de melancólico.

Dejé flotando aquellos pensamientos mientras vaciaba mi mente de cualquier distracción, entonces el móvil volvió a vibrar.


¿Cuán difícil es confesar tus secretos si estás a ciegas?

Aaron de nuevo.

Sentí curiosidad por el rumbo de esta conversación. Él, entre todas las personas, era la que menos tiempo podía mantener la boca cerrada. Era una Serena Jules en masculino, lo cual era divertido, aunque estresante de vez en cuando.


De hecho es más sencillo hablar si no ves a nadie más, ¿no lo crees?

Envié el mensaje e inmediatamente él me mandó un emoticón guiñando el ojo. Supuse que opinaba lo mismo cuando envió unas quince caras sonriendo cómplices. Por inercia, reí. Era difícil comprender este tipo de lenguaje pero comenzaba a acostumbrarme a recibir mensajes sin palabras de su parte. De hecho, eran tranquilizadores así no tuvieran sentido.

Dejé el móvil sobre el escritorio para no distraerme, entonces rebusqué entre el morral que hace días no había abierto. Encontré el diario color salmón. Caminé en dirección al clóset donde busqué una caja en el compartimento más alto. Una vez que tuve todo entre mis manos regresé al escritorio, donde deposité ambas cosas. Lo primero que hice fue despedirme del diario, lo hice porque había tomado una decisión respecto a Lawrence Evanston y esto incluía el dejar de lado las historias entre él y Maccarena Brown. Quería saber la verdad, definitivamente, pero no de esta manera.

Guardé el objeto dentro de la caja donde llegó, entonces volví a guardar esta última en el último compartimento del clóset. Me sentí aliviada al dejar de cargar ese peso conmigo. Suspiré, retrocedí un par de pasos sin dejar de ver el punto donde ahora descansaba, entonces choqué con el borde de la cama. Me senté cuando los recuerdos comenzaron a materializarse frente a mí y, poco a poco, recordé lo de hace dos días, mientras mis sentimientos revoloteaban en un vacío infinito.

Un ángel para un corazón roto [CCR #2] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora