1. Comienza de cero

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Durante el tiempo que permanecí en Belmont pensé que la vida era tranquila

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Durante el tiempo que permanecí en Belmont pensé que la vida era tranquila. Creí que la rutina a la que cada habitante estaba atado jamás variaría. Quizás por eso me armé de valor para indagar –contra la voluntad de muchos– acerca de la historia de la preparatoria Belmont. Así fue como encontré al Club de los corazones rotos y me apropié de sus secretos creyendo que podría lidiar con estos. Francamente habría sido un éxito de no ser porque me involucré emocionalmente con uno de los personajes que marcó la historia de ese club. No me arrepentía por ello aunque aún aprendía a convivir con estas emociones que cada día me enseñaban a sobrevivir estando lejos de mi familia o amigos.

La vida no se limitaba a sumas y restas desde que nos conocimos, si no que era un algoritmo difícil de resolver, incluso ahora mientras cada uno estaba de su lado haciendo lo que mejor podía hacer: vivir.

Suspiré, consciente de que –por enésima vez– volvía a pensar en él. Solo Dios sabía cuánto echaba de menos saber noticias suyas aunque hubiera optado por construir un muro alrededor mío, al menos mientras me recomponía.

Es lo mejor, asentí.

Miré a través de la ventana de mi habitación mientras reposaba en el marco de esta. Había tardado días en convertir este espacio en mi centro de relajo, así que estaba orgullosa de haber construido una pequeña fortaleza con vista en dirección a la calle principal. También conseguí rellenar los espacios vacíos con peluches que Loren –hija de la hermana de mamá– me había regalado. Irónico el parecido de su nombre con quien hace días venía ignorando.

¿Loren? ¿Lawrence?, sonreí melancólica.

Quizás el destino se niega a que lo olvides, remarcó mi subconsciente para cuando recosté la cabeza sobre la base de vidrio. Eso parecía.

Observé el exterior sin sorprenderme por el frío que hacía fuera de estas cuatro paredes, algo tan propio de Fortland, La ciudad de hielo. La temperatura bordeaba el cero detrás del cristal por eso el vidrio se empañó cuando respiré demasiado cerca. La penúltima vez que visité esta ciudad fue hace cinco año, cuando Caroline McFaren era el lazo que me unía a estas tierras. Echaba de menos visitarla o al menos saber que estaba cerca para sentir la paz en la que ella siempre me envolvía.

—¿Puedo pasar, cariño? —Aunque no respondí, la abuela entró a la habitación.

Era mi voto de silencio para con los habitantes de Belmont lo que le preocupaba desde que arribé, aun así sonrió para hacerme sentir cómoda.

—Dante llamó en la mañana —la oí minuciosamente—. Quiere saber cómo estás.

Heartbreaker, susurré en mi interior. Él era otro cabo suelto de mi pasado.

—Conversaré con él cuando pueda —susurré sin dejar de observar a través de la ventana. Suspiré algo exhausta porque aún no terminaba de adaptarme a mi nueva casa, entonces giré a ver a la abuela—. ¿Qué es lo que traes? —cuestioné con curiosidad.

Un ángel para un corazón roto [CCR #2] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora