La cabeza martillaba de forma incesante. Dolía de forma pulsátil sobre toda la superficie y no había área que estuviera libre de pecado. Era consecuencia del alcohol el que mi cuerpo entero estuviera en huelga.
No hace mucho me había levantado y aún así cada músculo continuaba quejándose por mis erróneas decisiones. También estaba sorprendido, no solo por la respuesta al alcohol, sino por los múltiples hematomas en la espalda y piernas que había notado tras mirar el reflejo de mi torso desnudo sobre el espejo del baño. Estaba sorprendido, además de confundido, porque no recordaba gran parte de lo sucedido la noche anterior. Así que hice una suposición obvia. O me había peleado y no guardaba registro alguno de ese evento más que las marcas de los golpes, o quizás solamente me había caído.
No lo sé, concluí al cubrir cada marca con una camiseta blanca. Me puse una polera encima. Ni quiero saberlo.
Alguien golpeó la entrada con cautela. —¿Estás despierto?
Mi madre entró sin esperar respuesta. Le di el alcance. Lucía preocupada mientras fingir no prestarme atención. Dejé que recogiera el cesto de ropa sucia para que luego se sincerara conmigo.
Era evidente para ambos que el hedor a alcohol no había abandonado ni una fibra de mi cuerpo.
—¿Qué tal estuvo su reunión? —añadió cerca a la salida. La miré detenidamente—. Alex dijo que te divertiste demasiado y perdiste la noción del tiempo.
Elevé la comisura de mis labios al comprender la situación. Polac había mentido en mi nombre.
—Siento haber llegado tarde anoche —cambié de tema. Si bien mi madre confiaba en mí, no quería darle motivos para creer que no había sido una fiesta, sino todo lo contrario—. Prometo avisar la próxima vez.
Ella sonrió melancólica. —Descuida. Hice lo mismo a tu edad.
Salió de la habitación.
Una vez solo noté el alboroto sobre el escritorio. Había decenas de papeles arrugados sobre la superficie de madera y un par de lapiceros esparcidos como si alguien hubiera tumbado el portalápices. Sentí una corazonada cuando caminé en dirección a mi mesa, tropezando con un tacho de basura a punto de desbordar.
¿Qué carajos hice?, pensé.
Recogí los pedazos de papel sobre el suelo, además del diario color salmón de Maccarena que accidentalmente o adrede había lanzado contra mi clóset. Exhalé con pesadez enojado al no recordar mucho del por qué mi habitación era un desastre. Sin embargo, sentí alivio al hallar una nota de papel con un indicio.
Cristopher Red
Era una línea escrita en una de las Miles de hojas arrugadas sobre la mesa. Tomé asiento, dispuesto a unir las pistas.
Tenía el día libre, así que comencé desdoblando cada retazo de hoja para unir mis ideas. Al hacerlo noté que la mayoría de papeles tenían el mismo nombre escrito en la parte central, como si me hubiera bloqueado tras escribir el nombre millones de veces.
Esto no ayuda, pensé varios minutos después.
Tomé el diario de Maccarena Brown entre mis largos dedos. Junté los párpados para recordar cada esquina del viejo libro e Ignoré el sentimiento de nostalgia mientras captaba la esencia que aún se podía percibir desde su interior. Inhalé profundo, captando el aroma cálido del perfume de vainilla que ella solía usar. Despegué los párpados y mis manos encontraron una hoja doblada en la parte inferior.
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Un ángel para un corazón roto [CCR #2] ©
RomanceTras el final del periodo escolar en Belmont, Serena Jules inició un viaje junto a los viejos diarios de una escritora anónima. Se sumergió en estos creyendo que la historia narrada en cada página sería la respuesta que buscaba, pero los secretos e...