Eran las cinco de la mañana y mi cara era un desastre... quería seguir durmiendo pero si no quería morir hoy, debía llegar a casa a más tardar antes de que anocheciera.
—¿Quieres que pida un taxi? —me pregunta Rodrigo. Su sudadera le queda enorme y el gorro esconde su rostro.
—Por fa... —Un bostezo me interrumpe pero él me entiende. Sale de la habitación y yo lo sigo.
(...)
A penas habíamos alcanzado el autobús. Hace mucho que no corría tan rápido.
Yo dormí todo el camino, no sé si Rodrigo también. Cuando llegamos, me despertó. Lo primero que hice fue llamar a Rosa y preguntare si mis papás la habían llamado. Por suerte, no fue así y me tranquilicé un poco.
—Zara, necesito ir a casa... —Rodrigo se detiene en medio de la banqueta, casi listo para dar vuelta en dirección a la zona en la que vive.
—Oh, está bien. Me divertí mucho, gracias por acompañarme —Después de todo, el tiempo en el que no pasé preocupada porque me atraparan me pude divertir.
—Yo también me divertí... Ojalá podamos repetirlo. Luego mis papás pueden ir a tu casa para que le mencionen a los tuyos sobre el pequeño viaje —Me abraza y deja un par de besos en mi mejilla.
—Claro, ¿cuándo sería el viaje?
—En dos semanas, más o menos.
—Esperemos que mis papás no se enteren de este improvisado viaje, porque sino... son capaces de no dejarme salir en todas las vacaciones.
—Todo va a estar bien. Tengo que irme, te veo después.
Asiento y se va, no sin antes pedirme un beso.
(...)
Llego corriendo a casa de Rosa, toco la puerta con urgencia y ella abre, está vestida demasiado elegante.
—¿Y ese conjunto? —Me burlo, porque sé que odia usar ese tipo de ropa holgada.
—Mi mamá me está obligando a medirme la ropa que ella usaba a mi edad. No entres sino quieres ver una explosión de los ochentas o setentas, ya ni sé qué edad tiene —Su cara de fastidio es muy graciosa —. ¿Por qué vienes de tan buen humor?
Le sonrío como respuestas y ella no tarda en abrir la boca como si se hubiese ganado la lotería.
—¡¿Ya no eres virgen!?
La golpeo en el hombro, después de darme cuenta de que un par de señoras que iban pasando se nos quedaron viendo. Señoras locas, de seguro ellas la perdieron a los treinta.
—Claro que sí... —siseo, tratando de no llamar más la atención —. ¿Puedo pasar? No tengo mucho tiempo para contarte, debo ir a casa.
Ella se hace a un lado y me jala hasta llegar a su jardín trasero. Cierra la puerta corrediza y me obliga a sentarme en el pasto. Su cara de felicidad es graciosa, qué mal que se va a llevar una decepción.
—Dios, creí que nunca la perderías... ya te veía entrando a un convento y cortando tu cabello, ugh. ¿Cómo fue? ¿Te dolió o... aun te duele? —Levanta ambas cejas y me da un par de codazos.
—No, o sea no. ¿De dónde sacas eso? No lo "hicimos" —Hago comillas y ella frunce las cejas, molesta.
—¿Qué? O sea, era la oportunidad perfecta.
—Estoy segura de que hubiese pasado, de no ser...
—¿De no ser por qué? ¡Habla! No me dejes con la duda.
—Antes que nada, dejé la pulsera que me dio Marcos. El señor que las hizo es muy raro, pero confío en que todo saldrá bien y pronto dejaré de tener este estúpido poder...
Parece que a Rosa ya no le importa ese tema, porque sólo asiente sin ponerme atención. Miro la hora en mi celular, son las dos de la tarde. Tendría que irme en un par de horas o esperar a que mi mamá llame preguntando por mí.
—Eso no importa. ¿Qué pasó allá?
Le narro de lo que me acuerdo y cuando llega la parte del motel, Rosa me regala un sonrisa muy picara, pero de a poco se le borra cuando le digo que probablemente la señora que nos atendió, me conocía a mí y a mí abuela. La maldijo como cien veces.
—Pero...
—¿Pero qué?
—Rodrigo me invitó a un viaje con sus papás y no sé... tal vez si se da la oportunidad, pase —Me encojo de hombros, como si perder la virginidad para mí, fuera una cosa tan sencilla.
—Todo depende de tus padres ahora... vaya, qué rara situación —Ambas nos reímos y vamos a comer. Ni siquiera recordaba no haber desayunado.
(...)
Una semana había pasado desde aquel día. No sabía si de verdad el mundo estaba de mi lado, pero nadie se había enterado de aquel viaje. Ni siquiera mi abuela llamó para preguntar. Tal vez, todo estaba bien y un poco de suerte había llegado a mi vida.
Y esperaba que continuara así, porque hoy venían los papás de Rodrigo a hablar con los míos. En mi mente, todo estaba perfecto; legaban, hablaban con ellos, aceptaban y empacaba lista para viajar.
—¡Yo abro! —grito desde mi habitación cuando escucho el timbre de la casa. Me había vestido con un bonito overol y una camisa con estampado de flores.
—¿Estás segura de que no va a pedir tu mano? Estás demasiado emocionada —Mi mamá se burla. Miro a mi papá, al cual no le dio nada de gracia aquel comentario y lo demuestra con un gesto de total desaprobación.
—Claro que no, iugh, yo no me voy a casar —Mis ideas sobre el matrimonio no son nada buenas.
Abro la puerta y Rodrigo me abraza. No pienso que sea prudente darnos un beso en frente de sus padres así que me limito a saludarlo con una enorme sonrisa.
—Hola —saludo torpemente.
—Hola, Zara. Un gusto conocerte.
—Pasen, por favor.
Me hago a un lado para que puedan entrar y les digo que esperen en el sillón en lo que está la comida.
—Detrás de nosotros viene mi hermano, quiso acompañarnos, ojalá no les moleste —me dice el papá de Rodrigo.
—Oh no, no es molestia —le sonrío, nerviosa. Ya vi de dónde sacó lo atractivo Rodrigo.
Cinco minutos después, vuelven a tocar el timbre pero esta vez mi mamá abre la puerta. Yo la sigo, tratando de ayudarla a cargar el plato repleto de fruta picada. Ella no me deja ayudarla y cuando abre la puerta y ve quién está detrás de ella, deja caer el plato al suelo, de manera muy dramática.
—Qué demonios, mamá —susurro en mi mente, confundida.
Veo su cara de pánico y miro al hombre que está frente a ella, es casi idéntico al papá de Rodrigo, excepto que es más robusto. Él también tiene la mirada llena de pánico.
—¿Qué pasó aquí? —pregunta mi papá.
Mamá trata de limpiar el desastre que hizo queriendo que nos distraigamos, pero yo sé que está ocultando algo.
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Deseo... deseo
Teen Fiction«Deseo poder leer la mente de Rodrigo» Un soplo y las velas se apagaron. ¿Qué es mejor que saber qué piensa tu amor platónico? Nada. Excepto saber qué piensan todos los hombres. Y todo por un error del destino. Un simple deseo de cumpleaños se volv...