—Me vas a llevar a mí ¿cierto? —me pregunta Rosa una vez que entramos al salón de clases.
Ella se refiere al concierto de Motel que es exactamente hoy. Yo ya tenía arreglado todo para esta noche: primero me arreglaría, después pasaría por Rosa y de ahí nos iríamos al auditorio. La verdad es que nada podría salir mal, nada. Al principio me estaba debatiendo entre si llevar a Rosa o a Rodrigo, pero como la mejor amiga que soy tengo que llevarla a ella. De seguro tendría una noche llena de diversión.
—Ya conoces la respuesta.
—Conozco varias respuestas y las principales son sí y no.
—¿Entonces?
—¿Es un no? —preguntó indignada.
Yo sólo me reí y me di la vuelta en cuanto llegó el maestro de física.
No era tan joven, le calculaba unos cuarenta años. Era calvo, rechoncho y de estatura pequeña. El hombre era amable y a veces te dejaba entregar los trabajos fuera de tiempo, con eso se ganó a la escuela completa. Pero hoy era uno de esos días en que mis compañeros estaban de flojos y nadie le prestaba atención a lo que estaba explicando, excepto yo, por supuesto.
El maestro Salvador, se rindió media hora después y solamente nos dejó unos ejercicios.
—¿Por qué no estudié medicina forense? Al menos ahí todos están muertos y no hacen ruido.
—¡Por Dios! Rosa, ¿escuchaste eso? —pregunté totalmente asustada. El maestro había hablado, sin mover la maldita boca. Me giro para poder estar cómoda.
—¿Qué cosa? —dijo apartando la vista de su celular azul.
—Lo que dijo él, el maestro. Ni siquiera movió sus labios.
—No escuché nada. Tal vez lo imaginaste —Regresa su mirada a la pantalla de su celular.
Quiero contarle todo esto que me ha estado pasando. Cuando Rodrigo me dijo que fuera al psicólogo porque decía cosas que lo asustaban, el día que escuché a mi papá a través de la puerta de mi habitación, todo esto o era una mala broma de mi cerebro o realmente estaba...
No, no puede ser. Creo que yo soy la loca. ¿Cómo voy yo a escuchar lo qué piensan los hombres...? Es ridículo.
—Se eleva a la cuarta potencia y se divide entre cincuenta, o ¿era al revés? —escucho a Rodrigo a un lado de mí haciendo cálculos.
—¿Puedes hablar un poco más bajo? —le pido amablemente.
—¿Perdón? Yo no he dicho nada —Basta de esto, basta.
Me levanto de mi asiento para poder salir del salón e ir al baño. Quiero que todo esto se detenga o esta vez en serio me voy a volver loca. Paso al lado del baño de hombres y escucho una voz que me parece familiar. Es Sam, un compañero del salón.
Me detengo como la curiosa que soy y escucho con atención y con precaución para que nadie me vea husmeando en el baño de hombres.
—...pero si les digo puede que me echen de la casa y peor aún, que ni siquiera me reconozcan como su hijo. ¿Qué demonios tengo que hacer?
Trato de pensar a que se refiere. Pudo haber embarazado a una chica y decirle que abortara, yo correría a alguien de mi casa por eso. O tal vez...es gay, es lo más probable. Dios, Sam es gay, ya lo había sospechado pero ahora que él ha dicho esto estoy más segura.
Siendo sincera, no entiendo porque sus padres tendrían esa reacción. O sea, no es como que su hijo se vaya a convertir en un fenómeno, simplemente tiene otras preferencias sexuales y listo. Yo puedo servir de ayuda, necesito hablar con él y darle mi apoyo, aunque tal vez me tache de chismosa pero vele la pena intentar.
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Deseo... deseo
Teen Fiction«Deseo poder leer la mente de Rodrigo» Un soplo y las velas se apagaron. ¿Qué es mejor que saber qué piensa tu amor platónico? Nada. Excepto saber qué piensan todos los hombres. Y todo por un error del destino. Un simple deseo de cumpleaños se volv...