Capítulo X. p1

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Ese día no muchas personas viajaban a Cascada dulce, si acaso unas diez. Y agradecía mucho que la mayoría fueran mujeres, sino no hubiese podido amortiguar los pensamientos que llegaban a mi cabeza. La última semana había aprendido un poco a controlar mi poder. Seguía escuchándolos pero con un volumen más moderado, casi ignorándolos.

Había decidido dormir un par de horas más, pues la noche anterior no pude dormir lo suficiente. Le mandé un mensaje a Marcos, casi a media noche, pidiéndole un favor.

Él con gusto acepto llevarnos a mí y a Rodrigo hasta la colonia donde se encontraba el hombre que hizo mis regalos de cumpleaños. Le dije que nos veríamos en la central de autobuses a eso de la una de la tarde y también le pedí que no le mencionara nada a sus vecinos, o sea, a mis abuelos.

—Entonces... ¿a qué vamos exactamente? —me pregunta Rodrigo, susurrándome en el oído. Aún sigo un poco adormilada.

—Bueno... iré a visitar a un familiar lejano —le dije la mentira que había pensado ayer —. Y como allá es un lugar muy lindo, quería que fueras conmigo. Hay mucho para ver —Le sonrío.

—De acuerdo.

Rodrigo se recarga en su asiento y cierra los ojos. No puedo evitar mirar su rostro, ni esas largas pestañas. Imagino que se ha quedado dormido porque su respiración se vuelve calmada y empieza a murmurar entre suspiros. Es tan lindo.

(...)

Después de cuatro horas de viaje, mi trasero comienza a entumecerse y ya me estoy desesperando. Ya no me gusta viajar en autobús.

—¿Crees que pronto haga una parada? —le pregunto a Rodrigo que se encuentra sumergido en un juego de su celular. Él le pone pausa para prestarme atención.

—Espero que sí, necesito comer algo. ¿Cuánto más falta?

—Unas tres horas. Esto es aburrido —digo fastidiada. No he traído nada para entretenerme, por eso me he dormido más tiempo. Ni siquiera mi celular tiene juegos.

—Creo que hemos llegado a algún pueblo... —Me asomo por la ventana, y efectivamente, se empieza a ver un poco de terracería y un poco más adelante unas imponentes casas se abren paso.

—¿Crees que se detenga al menos media hora?

—Eso espero.

No pasan más de cinco minutos cuando el camión se detiene frente a un pequeño mercado, abarrotado de gente y comerciantes. Feliz de por fin poder levantar mi trasero de ese horrible asiento, tomo mis pocas cosas y salgo corriendo por el pasillo, sin importarme que los demás también están bajando del camión.

—¡Media hora! —grita el conductor cuando ya estoy abajo.

Mi prioridad ahora es comer. No me importa que sea, mientras sepa bien. Y ya le he echado un ojo al local de fritangas de la esquina.

(...)

Cuatro horas después, nuestros lindos cuerpos llegan a Cascada Dulce.

Mi mirada divaga, buscando la figura de Marcos en algún lugar de la central.

—¿A quién buscas? —Rodrigo llega a mi lado, con mi celular en su mano —. Te han estado llamando.

—¿Viste quién era? —le pregunto sin prestarle atención.

—Marcos —dice de manera seca. Y ahora sí le presto atención.

—Voy a... devolverle la llamada, ahora regreso —le sonrío pero parece que eso no ayuda en nada.

Deseo... deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora