Capítulo X. p3

400 50 5
                                    


—Bien, ¿adónde vamos ahora? —me pregunta Rodrigo, mientras caminamos por la banqueta, disfrutando un poco del día nublado.

—Estamos perdidos desde hace veinte minutos... —digo para mí misma en voz alta. No puedo creer que sea tan tonta.

—¿De qué estás hablando? ¿No se supone que tú conocías aquí? —Él se detiene. Miro hacia ambos lados de la calle, aunque no tiene sentido porque la verdad no reconozco ninguna casa.

—Se suponía... —Su cara se llena de pánico —. Bueno, hay que seguir caminando, ya recordaré algo.

—Te voy a seguir porque confío en ti —Sonríe.

—Me vas a seguir porque es la única opción que tienes —rectifico.

(...)

Media hora después, encontramos un pequeño mercado y preguntamos varias direcciones, entre ellas; la central de camiones, un restaurante y una peletería. Sí, porque comer es más importante que volver a casa.

Ahora nos encontrábamos en la peletería, decidimos comer primero el postre.

—¿Por qué estás tan pensativo? —le pregunto a Rodrigo.

—¿Si te invitara a venir de vacaciones conmigo y mi familia vendrías?

Cuando termina de hablar, lamo con demasiada fuerza mi bola de nieva y esta se cae a la mesa, causando un desastre. En mi vida, eso no es una novedad.

—¿Por qué? —Es lo único que se me ocurre decir.

—Sólo serán dos días e iremos a un pueblo que le encanta a mi mamá. Nada asombroso. ¿Qué dices? —Mueve sus cejas de arriba abajo, causándome un poco de rubor en mis mejillas.

Si tu amor platónico (ahora novio) de toda la vida, te invita a irte de vacaciones, ¿qué deberías responder?

—Me gustaría mucho —lo beso en la mejilla.

Pero resulta que le mentiste a tus papás para venir a una ciudad que se encuentra a horas de tu hogar y es posible que te descubran porque tienes muy mala suerte y existe la posibilidad de que te castiguen de por vida.

—Aunque...

—¿Tus papás? Por ellos no te preocupes, Carlos vendrá también y si quieres que Rosa venga dile. Mi familia puede ir a convencerlos.

—¿Lo tenías todo planeado? —Lo miro con los ojos entrecerrados.

—Algo así...

Es interrumpido por mi celular recibiendo una llamada. Es mi mamá. Alerta, alerta. Demonios.

—¿Hola? —No suenes asustada, no suenes asustada.

¿Dónde estás? —Pregunta algo despreocupada.

—En casa de Rosa, ¿por qué?

Porque estoy llamando a su casa y nadie responde.

—Oh, pues el teléfono no ha sonado.

Como sea, te quiero mañana temprano en la casa, tenemos un compromiso con tus abuelos.

—De acuerdo. Adiós, mamá.

Cuelgo y suelto un suspiro de alivio. Por fin tengo un poco de buena suerte.

Pasamos el resto de la tarde paseando un poco, esperando a que se llegue la hora de tomar nuestro camión de regreso. Tomamos muchas fotos; a los lugares turísticos, a los animales, a nosotros.

Deseo... deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora