Capítulo VIII. p2

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Al amanecer, me sentía de dos maneras. La primera era liberada, pues le había dicho a Rodrigo lo que me había estado guardando durante más de dos años. Y la segunda, era atada a una conversación que tarde o temprano tendría que suceder y no la podía evitar de ninguna manera, a menos que me mudara a otro país y perdiera todo el contacto con él. Rodrigo no es de esos que olvidan fácilmente una conversación y no creo que ésta sea la excepción.

Muchas veces me imaginé diciéndole todo lo que le dije el día anterior, pero yo, en ese entonces, no contaba con que él me diría que yo también le gusto. Ni siquiera me pasaba por la cabeza y ahora, me sorprendo y me pellizco cuando recuerdo las veces que me ha besado y me quedo sin aire. Literal, él fue y sigue siendo la excepción. Nadie me había gustado cómo él, era al único que me imaginaba como mi novio. Lo quería mucho. Lo quiero mucho.

Me levanto de la cama y me quedo de pie frente al espejo. Hoy es de esos días en que no tengo ganas de arreglarme, ni siquiera de peinar mi cabello pero tenía que hacerlo, Rosa llegaría por mí para ir al otro lado de la ciudad.

—¡Zara! —Escucho a mi mamá gritándome. Me pongo mis zapatos de manera rápida y salgo corriendo hasta el pasillo.

Mi mamá está de pie en la puerta de su habitación y el hecho de que su pie este pisando una y otra vez suavemente el piso, significa que algo malo pasará hoy.

—¿Qué pasa? —pregunto con precaución, temiendo por su respuesta.

—¿Recuerdas que estabas castigada y no podías usar tu celular? —Me mira de expectante a la espera de mi respuesta.

—Sí —respondo simplemente, sin saber a dónde quiere llegar. Ella levanta una de sus pobladas cejas. Literalmente, ella me causa escalofríos, es como si pudiera saber lo que estoy a punto de hacer siempre.

Y en ese instante, una campana comienza a sonar. Miro dentro de mi habitación, que es de donde proviene el sonido y me doy cuenta, una vez más, de lo estúpida que soy.

—Yo... —Empiezo a balbucear, mientras busco una excusa más o menos buena que me ayude a salvarme de esta situación.

Mi mamá se mete a mi habitación, toma mi celular y lo pone de nuevo en el cajón de su habitación, pero esta vez saca un candado y se lo pone. Uno diría que para tener dieciocho años, mis padres son un poco estrictos en algunos aspectos pero yo pienso que mientras viva bajo su techo, ellos están en todo su derecho.

—Se le agrega una semana más al castigo.

Dios, quítame la mala suerte ya, por favor.

(...)

—Mamá, Rosa va a venir hoy —le dije mientras ambas desayunábamos. Mi papá tenía que trabajar de nuevo casi doce horas, desde que consiguió ese asenso siempre tiene que trabajar más.

—¿Ah sí?

—Sí. Iremos a comprar unas cosas a la papelería para una maqueta que nos encargaron para mañana.

—¿Crees que se tarden mucho? —Antes de contestarle y celebrar que me había creído la mentira, el timbre de la casa sonó.

—¡No, será rápido! —le grité desde la sala.

Mientras me acercaba miré la hora en el pequeño reloj que tenía en mi muñeca, apenas era las nueve con cuarenta y cinco, y cuando Rosa decía que llegaría a una hora específica significaba que llegaría media hora después.

—Creí que llegaría más tarde —dije mientras abría la puerta —. Ni siquiera me he...

—Entonces esperabas a alguien más —afirmó Rodrigo cuando guardé silencio —. ¿Puedo pasar?

—Oh, sí claro, pasa. ¿Qué haces aquí? —pregunto confundida. O más bien, me estoy haciendo tonta, claro que sé a qué viene.

El día de hoy se veía demasiado bien. Cuando pasó a mi lado, pude oler su perfecta y dulce colonia, además de que irradiaba frescura y alegría. Supongo que había tomado un baño antes de venir porque su cabello aún seguía húmedo y la verdad es que me encantaba. Él no sólo era una cara bonita y cuerpo perfecto, sino que tenía una personalidad dulce y cómica, algo que yo aprecio mucho en las personas. Y más en él.

—¿Está tu familia?

—Sí, bueno, sólo mi mamá.

—Me gustaría hablar a solas contigo... ¿podemos? —Aquí vamos.

Asentí y fui hasta la cocina, donde mi mamá aún seguía comiendo galletas de vainilla.

—Mamá, Rodrigo está aquí y quiere decirme algo, voy a estar en mi habitación por si necesitas algo, ¿está bien? —La observé desde la puerta, su mirada se volvió juguetona. No le iba a dar tiempo de que empezara a decir un puño de cosas acerca de Rodrigo y de mí, así que salí corriendo hacía la sala.

En el camino me encontré al pequeño Gordo y lo tomé en mis brazos. Era un gato muy cariñoso y juguetón, le gustaba subirse a mis hombros y quedarse dormido ahí, como si nada.

—Oh, traes a tu pequeño gato... —dice Rodrigo con el entusiasmo más falso que jamás había oído en mi vida.

—Ah sí. ¿Vamos a mi habitación? No quiero que mi mamá nos esté espiando.

—Claro.

Al subir a mi habitación, miré hacia atrás y pude ver perfectamente que mi madre iba detrás de nosotros. Dios, que no escuche lo que yo y Rodrigo vamos a platicar. Llegamos y yo cerré la puerta. Puse a Gordo en mi cama y le dije a Rodrigo que se sentara a mi lado.

—No, levántate —me dice él y yo no entiendo qué quiere hacer.

—De acuerdo.

Me pongo de pie y entonces él se sienta donde yo lo estaba. Me toma de la mano y hace que me siente sobre sus piernas. Ok, esto es un diez por ciento incómodo y el otro noventa por ciento no sabría definirlo.

—Ahora sí, vamos a platicar... —Entonces, yo empiezo a hablar sobre lo que él me dijo ayer pero él se acerca a mi rostro y me da un beso.

—Creí que querías hablar —le digo confundida. Un beso y ya me trae en la nubes.

—Tú no entiendes el doble sentido, ven —Y entonces me vuelve a besar pero esta vez ya no me suelta.


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HOLAAAAAAAAAAAAAAAAAA


Deseo... deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora