Capítulo X. p2

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—¿Me esperas aquí? No creo tardar mucho —le pido a Rodrigo. Él asiente.}

—Claro, voy a buscar una tienda, me muero de sed.

—Está bien.

Él se acerca a mí y besa mi mejilla —. Te quiero.

Se me enternece el corazón antes de entrar a la pequeña tienda. No sé exactamente a quién busco cuando entro. Miro a mi alrededor, esperando encontrar sombreros, varitas, no sé, cualquier cosa así pero lo único que veo son animales muertos metidos en frascos, paredes aterciopeladas y un gato negro que se acerca lentamente a mí.

—Hola, pequeño —Me agacho para poder acariciarlo, es hermoso.

—¡No toques a mi gato! —Escucho un grito y me levanto asustada. Mi corazón late muy rápido y estoy a punto de salir corriendo. —. Perdón, perdón. Es que a él no le gusta que lo acaricien, si lo haces te rasguña.

—Oh...

No sé qué decir. Un señor de edad avanzada, tal vez tenga sesenta años, está parado frente a mí, vistiendo muy elegante con un traje con diseño de cuadros. Luce amable, no creo que lo sea.

—¿En qué puedo ayudarte? —Se sienta en un enorme sillón de cuero y prende un cigarro. ¿Por qué entré sola, Señor?

Las canas cubren casi toda su cabellera, las arrugas están en todo su rostro y brazos. Cuando habla, parece que tuviera tos, su voz es muy gruesa, como la de José José.

—¿Usted hizo estos? —le pregunto mientras levanto mi mano y con la otra saco mi collar. Él se levanta y se acerca a mí. Les da un vistazo rápido y luego regresa a sentarse. Espero, impaciente a que me responda.

—¿Qué tontería deseaste?

Lo miro atónita. Él sabe a lo que vengo y ahora me siento paralizada.

—No fue una tontería... al principio. ¿Sabe lo qué pueden hacer sus joyas? —La curiosidad ya comienza a salir. Me siento en un pequeño banco que encuentro y lo miro esperando por su respuesta.

—Te preguntaras: ¿sabe lo que ocasiona y aun así las vende? ¿Las usará él mismo? ¿Cómo lo hace? Déjame decirte que lo hago por gusto y para que las personas aprendan de sus errores, claro está que algunos saben manejar lo que piden y otros, como tú, vienen aquí llorando y rogando que los ayude a solucionar las cosas. ¿O me equivoco?

Evito su mirada. Quiero decirle que no estoy llorando pero en realidad si llorar me ayudara a deshacerme del poder, lo haría.

—¿Cómo lo hace? —Es lo único que se me ocurre. Debí pedirle que me dijera como deshacerme de todo.

—¿La verdad?

—Supongo...

—Si supieras cómo cumplir deseos... ¿Se lo dirías a alguien?

—Sí, a mi mejor amiga o a mi mamá.

—¿Somos mejores amigos?

—No...

—¿Eres mi mamá?

—¿Qué? No.

—¿Y qué te hace creer qué te diré cómo lo hago?

¿En serio? ¿No era más fácil decirme que no y ya?

—Escuche, con todo respeto, viajé hasta aquí en camión, me acabé mis ahorros, probablemente me castiguen de por vida y tengo a mi novio esperándome allá fuera así que seré clara: ¿Puedo o no deshacerme de este estúpido deseo que pedí?

Él me mira y sólo eso. Le da una calada a su cigarro y luego se levanta. Trago saliva demasiado fuerte y estoy lista para salir corriendo.

—Contéstame esto: ¿te quieres deshacer definitivamente del poder sin importar cómo? —Claro que lo quería.

—Sí —respondo, un tanto insegura después de todo.

Se acercó más a mí y con una fuerza extraordinaria, jaló mi collar y también mi brazalete, se fue hasta detrás de un feo escritorio y los metió en un cajón. Luego lo cerró con llave.

—Eso es todo. Si en vez de desesperarte hubieses pensado un poco, te habrías dado cuenta que quitándote los accesorios la magia se acababa. Es todo, puedes ir a disfrutar tu vida y a tu novio.

De acuerdo... me iría súper tranquila de no ser porque él se ha quedado con los dos regalos más bonitos que tengo (aparte de Gordo).

—Yo he pagado por esos accesorios, los quiero de vuelta —Me pongo de pie, tratando de intimidarlo con mi metro setenta y cinco, pero no lo logro.

—Te pregunté algo y tú respondiste y accediste a deshacerte como sea de tu deseo.

—No, por Dios, quería deshacer el deseo, no que me quitara mis regalos. Quiero que me los devuelva, ahora o voy a...

—¿Llamar a la policía? Mi hermano es el jefe, no puedes hacer nada.

Maldita corrupción.

En un acto desesperado, corro hacia el escritorio y trato de abrir a golpes el cajón, pero es imposible porque la madera es demasiado gruesa como para siquiera hacerle una grieta. El Señor ni siquiera se inmuta y sigue fumándose su cigarro.

—Está bien, me rindo. ¿Cuánto quiere por devolvérmelos? —Me vuelvo a sentar y espero a que me responda.

Y es cómo si apropósito me hiciera esperar más y también sé que me va a costar mucho recuperar esos regalos. Venir aquí no fue buena idea.

—Dime qué deseaste.

Dudo un poco, me va a considerar una tonta.

—Leer la mente de una persona.

—¿Eso es todo? Creí que habías deseado que tu madre dejara de hablarte o algo más grave. ¿Por qué viniste? —Su cara de arruga aun más. A este paso, yo también tendré arrugas.

—Es que, algo salió mal. No sólo leo la mente de esa persona, sino que también la de todos los hombres, ¿le encuentra sentido a eso? Aunque ya sé que nada de esto lo tiene.

Él medita un poco y luego se dirige al escritorio, abre el cajón y saca el brazalete y el collar.

—Déjame ver ese otro brazalete —Levanto mi mano y se lo muestro —. No sé exactamente lo que pasó pero creo que este brazalete tiene algo qué ver. Voy a hacerte un trato; te devuelvo estos dos, a cambio de que me dejes este para poder investigar un poco —dice refiriéndose al que me regaló Marcos.

¿Qué hago? ¿Qué hago?

—Acepto sólo si me promete que me lo devolverá cuando haya terminado —No puedo creer que estoy haciendo esto.

—Claro, claro. Toma —él estira su mano y me los devuelve.

Yo me quito el brazalete dorado y se lo doy.

—¿Qué hay del deseo?

—Ese no se deshace. Pero ahora ya sabes cómo funciona. Ya sólo podrás leer la mente de la persona a la que tú pediste inicialmente. Suerte, ya voy a cerrar.

Me empuja hasta la salida y luego cierra la puerta.

Ojalá hubiese sabido todas las consecuencias que traería este viaje para mí.

Deseo... deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora