Melancolía

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Creo que para este punto todos lo sabe, pero amo a Fumus. 

Advertencia; Incesto. 

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Había días en los cuales paraba. Paraba de trabajar, de pensar, de actuar. Había días en los que la melancolía llegaba y se asentaba en su pecho, haciendo su cabeza vaciarse y su mente flotar. No tenía ganas de nada, no quería nada, no hacía nada.

Eran contados los días, quizás le pasaba una vez cada dos siglos, quizás más. Pero cuando llegaban la sensación era tan fuerte que lo obligaba a despegarse del escritorio y hundirse en la suavidad de sus sabanas. Incluso el sabor a tabaco le parecía poco apetecible esos casos, incluso el café le causaba nauseas.

Honestamente Fumus desconocía él porqué pasaba eso y era tan poco frecuente que lo olvidaba con rapidez una vez pasaba. Se giró en la cama, ocultando el rostro en la almohada y escuchando los murmullos amortiguados de los ángeles que estaban afuera de su habitación.

Sabía que sus subordinados llegaban a alterarse por el repentino cambio de humor, pero en su mayoría estaban alegres de que se enclaustrase un buen rato. Tan pesado era el sentimiento en su pecho que ni siquiera se molestaba en darles un escarmiento, hasta eso lo hastiaba y lo hacía sumirse más en las sabanas.

Cada episodio lo pasaba en soledad, el sentimiento pasaba eventualmente y volvía a ser como antes, enfadado consigo mismo y todos sus ángeles por mostrar negligencia en el trabajo, al final del día olvidando la melancolía que lo azotó. Pero esa vez parecía ser distinta, pasos rápidos y un griterío se escuchó desde afuera, hasta que la puerta de su habitación fue abierta de una patada.

—¡Fumus! —. Gritó Satanick para después reír. —Un pajarito me contó que estas triste, ¡y he venido a alegrarte! —.

El Diablo cerró la puerta con la misma fuerza con la que abrió y corrió a la cama, en el camino deshaciéndose de la capa y arrojándola al suelo. Subió a la cama y arrancó las sabanas que cubrían al Dios, tomó a Fumus de la cintura y lo hizo girar, dejándolo boca arriba. Cada acción con una sonrisa socarrona en sus labios y hablando más para sí mismo.

—Ya verás, con una buena sesión de sexo con el grandísimo Satanick volverás a estar como nuevo en lo que canta un gallo—. Abrió las piernas del mayor y se sentó entre ellas. —¿Listo? —.

Fumus sabía que responder en esos momentos; podía sonreír con sorda e invertir los papeles con facilidad o darle un golpe en la nariz tan fuerte como para rompérsela, hasta podría correrlo de su castillo. Pero lo único que hizo fue ver con pesadez cada movimiento de su hermano, y al verse vulnerable, Fumus suspiró.

Satanick era denso de mente, tan egocéntrico y narcisista que no veía lo que pasaba a su alrededor, pero cuando Fumus estiró los brazos y lo abrazó por el cuello supo que algo no andaba bien. El Dios lo jaló y lo recostó en su pecho, dejando que sus dedos acariciaran los cabellos y la base de los cuernos del Diablo.

Satanick permaneció callado, sorprendido por la inesperada muestra de afecto. Escuchaba el latir del corazón de su hermano, sentía las dulces caricias en su cabello y podía notar como el aroma a tabaco y sangre en Fumus había sido sustituido por el aroma casi floral del jabón corporal.

—Cállate—. Ordenó Fumus y Satanick acató. 

One shot, One killDonde viven las historias. Descúbrelo ahora