Monstruo

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GriRea, ante todo, era una gobernante. Ella era el puesto más alto de la jerarquía, un título y posición que no debían tomarse a la ligera, su deber era proteger y procurar a su pueblo. Ella era el escudo que debía ser destruido si querían violentar a su gente.

Estaba curtida en guerras y golpes de estado, entre muertes y heridos, entre victorias y derrotas. GriRea bien sabía el suculento saber de ver a tu enemigo derrotado, así como el nauseabundo sabor de la humillación.

Durante su larga y experimentada vida, GriRea había conocido infinidad de seres despiadados a los cuales les plantó cara y en más de una ocasión salió victoriosa y con la frente en alto. Otras tantas terminó mordiendo el polvo tan pronto intentó algo.

Sin embargo, en esos momentos, GriRea no recordaba haber conocido un ser tan despiadado y enfermo. No habían siquiera estrechado las manos cuando con verlo era más que suficiente. Satanick parloteaba a un lado de ambos, sobre algún tema que no tenía importancia.

Frente a la reina, el Dios sonreía. Un simple gesto recatado, rozando lo tímido, pero manteniendo la elegancia que un ser de su categoría gozaba. Sus manos detrás de la espalda y su espalda erguida, era más alto que ella por un par de centímetros, pero comparándolo con el Diablo que no se callaba se veía incluso gracioso.

—¿Pasa algo? —. Preguntó el Dios, su voz ronca pero amigable.

GriRea apretó los puños y su cejo se frunció. Esa máscara de amabilidad y diplomacia no dudaba que habría funcionado antes, incluso en lo más profundo GriRea admitía para sí que casi se tragaba el acto. Pero por mucho que el Dios sonriese, que sus rasgos se suavizasen, la reina lograba ver ese brillo de locura en sus apacibles iris grises.

Satanick se distrajo, andando por delante de ambos y aun hablando con estruendosa voz, detrás suyo los otros dos se mantenían inmóviles. GriRea apretó los dientes con furia contenida, sentía que el Dios se estaba burlando de ella con ese acto.

La reina no sabía a qué se debía el acto, no comprendía porque el Dios parecía empeñado en querer esconderle su verdadera naturaleza con azucaradas sonrisas y agradables palabras. Estrechó los ojos, queriendo escudriñar más, ir más hondo; hasta encontrar la última de las intenciones del Dios.

Fumus le entregó una enorme sonrisa a GriRea al verla tan concentrada, sus labios se curvearon en una inocente sonrisa. La reina era más perceptiva de lo que pensó y se sorprendía como era que Satanick le conocía, decidió ignorar esa cuestión y se acercó a paso lento a la reina; ante el primero, GriRea se sobresaltó.

Se acercó de manera sigilosa, sin intenciones dobles y mucho menos con la intensión de intimidar a GriRea, y eso mismo fue lo que la alertó; el aura tranquilizadora y atrayente del Dios le decía que no tenía nada a que temer, pero la mente de la reina le decía que debía alejarse del Dios y no permitirle estar cerca suyo.

Fumus se detuvo frente a ella, inclinándose hacia ella y conectó sus miradas. El cuerpo de GriRea se congeló ante la cercanía y su corazón se disparó, sus instintos le pedían calma, mientras que su mente le pedía a gritos que se alejara de él.

Entonces, frente a frente, presenció como la dulce sonrisa se convertía en una mueca sardónica y tenebrosa, como los ojos calmados se transformaban en pozas profundas y peligrosas, como el mismo aire se volvía pesado y asfixiante. La antes tranquila aura que desprendía el Dios se volvió venenosa.

—Sonríe, GriRea—. Siseó cínico. —Sonríe para mí—.

Contra su voluntad, los labios de GriRea se curvearon en una sonrisa nerviosa y tiesa.    

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Inspirado en la canción "Monster" de la Vocaloid Gumi. 

One shot, One killDonde viven las historias. Descúbrelo ahora