Dios

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Nop, sigo sin saber que hacer para los últimos dos personajes que me faltan, pero YOLO.

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Las facilidades que el Diablo le otorgaba era sin duda lo mejor que le pudo haber pasado, los humanos aun ignorantes y temerosos se negaban a querer apreciar su intelecto y descubrimiento, menos aún querer darle el apoyo necesario para llevar acabo sus planes y llegar a su meta. No importaba, los miserables humanos ya no le eran relevantes.

Victor tenía un laboratorio inmenso y recursos casi inagotables, ayudantes a quienes no les importaba ensuciarse las manos y colegas que no dudaban en aportar ideas; Lec había sido, irónicamente, un regalo. El demonio se interesó en su proyecto instantáneamente y ofreció su ayuda.

Pero aun con la ayuda que tenía las cosas no iban a ser fáciles. La teoría estaba escrita y aprendida, cada paso detallado y especificado. Tenía los materiales y recursos, el apoyo de manos extras y un lugar donde trabajar. Pero nada de eso le garantizaba que crear vida fuera a ser sencillo. Quizá el Diablo no tenía prisa o preocupación, pero Victor sí; seguía siendo un mero humano y su tiempo pasaba sin retraso.

—¿Quién está ahí? —.

Preguntó cuándo llegó a su laboratorio y escuchó pasos, quien fuera ni siquiera se preocupaba en esconderse; las luces encendidas y el traqueteo de las cosas que tocaba, el científico podía ver algunas cosas movidas de lugar, pero todo parecía intacto. No respondieron y bajó los últimos escalones con estruendosos pasos.

En la mesa principal, donde tenía su investigación escrita, había un hombre desconocido. Leía los papeles de Victor con parsimonia, el científico se quedó petrificado; la investigación más importante de Victor, más que su vida misma estaba siendo sujetada por alguien ignorante. La ira crepitó dentro suyo y se acercó dando grandes pasos, dispuesto a sacar a patadas al extraño.

—¡¿Qué crees que haces?! —. Rugió. —¿Cómo entraste? ¿Qué quieres? ¡Largo de aquí! —.

—Te gusta jugar a ser Dios—.

Victor se detuvo de golpe, la voz ajena habló con burla. El hombre se giró a verlo y una sonrisa cínica se posó en sus labios, dejó los papeles en la mesa y se quitó el cigarrillo. El científico observando, ahora más de cerca, que quien estaba frente suyo no era humano; la piel blanca como papel lo delataba.

—La naturaleza humana tan egocéntrica como siempre—. Dijo el hombre, tirando las cenizas en los documentos. —Siempre buscando sobrepasar a Dios—.

El científico apretó los dientes. —Dios es un egocéntrico que creó la raza humana a su imagen y semejanza; solo seguimos los pasos enseñados—.

El extraño le miró con las cejas arqueadas, pero sin borrar su sonrisa se giró a verlo. Victor desafiándolo con la mirada y aprovechando los pocos centímetros que le llevaba para verlo con gesto altivo. El hombre dio una calada y exhaló, el humo dispersándose entre ellos y el científico intentando averiguar quién o qué era el extraño.

Carecía de cuernos y cola, cosa que poseían la mayoría de los demonios. Pero incluso algunos como Dokugai no tenían. Los ojos grises no tenían pupila alargada. Las uñas negras indicaban algo, pero Victor no podía asegurar que fuera un demonio cuando otros como Yagi carecían de uñas negras. El extraño se giró y comenzó a adentrarse al laboratorio, Victor siguiéndolo de cerca; no confiaba en él.

—Eres inteligente—. Halagó el hombre sin verlo. —Una bendición y maldición, ¿me equivoco? —.

—¿Cómo entraste aquí? —. Preguntó Victor en su lugar. —Nadie tiene permitido hacerlo—.

—No soy nadie—.

Llegaron al fondo, donde el cuerpo incompleto de su perfecta creación se encontraba cubierto por una manta vieja y marrón. El extraño se acercó y removió la tela unos centímetros, juzgando el trabajo de Victor. El científico se colocó a su lado, listo para intervenir si el hombre se atrevía a ponerle un dedo encima a su creación.

Ojos grises examinaron con cuidado la piel cosida, las extremidades a medio terminar, el tornillo gigante que atravesaba el cráneo; era cierto que la criatura no se veía intimidante con esa forma de niña pequeña y su carencia de vida aún, pero Victor estaba orgulloso de su creación y sabía que varios humanos normales sin duda estarían asqueados y aterrados. El silencio fue rotó cuando el hombre suspiró y se irguió, descubriendo el rostro de la criatura y quitándose el cigarrillo de los labios; exhaló el humo y se arremolinó.

—Tampoco puedo pedir mucho—.

Dijo más para sí que para Victor, pero el científico lo escuchó perfectamente. La humillación e ira apareciendo de golpe dentro suyo; un desconocido aparecía para criticar el trabajo de su vida como si supiera de que hablaba. El científico no iba a permitir tal falta de respeto, menos de alguien insignificante.

—¡¿Quién mierda te crees que eres?! —. Exclamó Victor ante lo críptico de las palabras. —No tienes puto derecho a venir aquí, un área restringida, y hablar así de mi creación, ¿qué sabes tú? —. Bufó. —Un bastardo demonio inculto que no sabe nada de la creación de la vida, ¡de un arte reservado para los dotados! ¡Lárgate de aquí, antes de que lo haga yo a...!—.

Las palabras murieron en la boca de Victor y su ira siendo reemplazada por sorpresa y, aunque lo negara, una pizca de terror. El hombre tenía la mano sobre la frente de su criatura, dedos gentiles tocando la cosida piel; expresión imperturbable e ignorando los gritos del humano. Pero lo que sorprendió a Victor fue su creación.

El pecho subía y bajaba, respiraciones lentas y pesadas salían de los labios entre abiertos. El científico salió de su estupor y se acercó, apoyando la mano izquierda sobre la plancha de metal y extendiendo la derecha hasta el rostro de la criatura; un escalofrío recorrió su espalda al sentir el cálido aliento golpear su piel.

Estaba viva, su creación estaba viva; incompleta, pero con vida. Giró a ver al hombre y observó el semblante sereno y apático del extraño. Victor tragó el nudo de su garganta y no se dio cuenta que sus manos temblaban. Su creación estaba viva porque el extraño le estaba tocando y eso jamás había pasado; ni cuando el Diablo llegaba a ver lo que hacía y le tocaba las mejillas al monstruo.

Victor no era un hombre religioso, era alguien de ciencia, pero el conocer a Satanick le hizo ampliar sus horizontes y aceptar que había mucho más que simples humanos. Si existía alguien a quien se le podía designar el título de Diablo, entonces debía existir su contraparte.

—Tú...—. Comenzó. —Usted, ¿qué... qué hace aquí? —.

Una sonrisa reptó por el rostro del hombre y retiró la mano de la frente del monstruo. Victor sintiendo como la respiración paraba de golpe y su creación volvía a estar muerta en la plancha de metal. El hombre se alejó de ahí, Victor siguiéndolo a una distancia prudente ahora; ni aunque quisiera sería capaz de sacarlo del laboratorio.

—Satanick comentó algo sobre un humano que buscaba crear vida—. Se sentó en una silla del lugar. —¿Cuál es tu nombre? —.

—Victor Flankenstein—. Respondió. —Y supongo que usted tiene nombre—.

El otro levantó los hombros. —Con Fumus te bastará—. Se cruzó de piernas y le regaló una sonrisa socarrona. —Trabaja, quiero verte imitar al egocéntrico Dios—.

Victor asintió y apretó los puños a sus costados, se alejó y comenzó a preparar sus instrumentos para comenzar a trabajar. El sudor cayendo por sus sienes y un temblor que no parecía apaciguar, en su espalda sentía la atenta mirada de Dios que juzgaba sus movimientos. No podía verlo, pero sabía que una sonrisa cínica y burlona estaba en el rostro de Fumus. 

One shot, One killDonde viven las historias. Descúbrelo ahora