Prólogo

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Casi las seis de la mañana, la oscuridad todavía era dueña del cielo. Las oleadas de neblina amenazaban ser un problema para cualquiera que anduviera transitando por la carretera.
La pequeña Denise dormía aferrada a un león de felpa con ojos de botones. Alguien entró a su cuarto silenciosamente. Su madre encendió la luz y fue por ropa al closet, acercándose a su cama.

-Denise, hija…despierta –susurró su madre acariciando su frente. La niña abrió sus ojos lentamente –Tienes que levantarte

-¿Ya es hora de ir a la escuela? –preguntó con somnolencia, refregándose los párpados

-No querida, nos vamos de vacaciones

-Pero hoy tengo escuela.

-Tú no mi cielo, nos iremos de viaje.

-¿Dónde? –se sentó en la cama de a poco mientras que su madre le abrigaba con rapidez y le acomodaba su crespo cabello

-Es una sorpresa.

La leche con cereal le esperaba en los mesones de la cocina. Denise se sentó y comenzó a tomar su desayuno. Se preguntaba a qué lugar iba a ir, mientras que su mamá preparaba unos sándwiches con jamón echándolos a una bolsa hermética.

-¿Iremos de safari?

-No lo diré, es una sorpresa –le sonrió, en tanto se llevaba la bolsa en sus manos –Quiero ver esa fuente de cereal vacía cuando regrese.

-Como digas mamá -aun con sueño, cuchareaba el plato y se afirmaba la cabeza con una de sus manos.
Pasaron diez minutos, había terminado de comer y su madre no volvía. Fue a buscarla de inmediato, no la encontró en ninguna sala del primer piso, así que subió al segundo. Escuchó a su madre hablar muy alterada. Se asomó un poco por la puerta de la habitación de sus padres que estaba entreabierta y puso oído a la conversación.

-No pienso correr el riesgo de quedarme ni un día más en este lugar.

-No deberías tomar decisiones tan precipitadas –le contestó Lionel acomodándose la corbata -Deja que solucione el problema.

-Lionel –exhaló su mujer agobiada –Ellos son unas bestias, harán hasta lo imposible por conseguir lo que quieren, estamos sentenciados.

-Estás tomándole demasiada importancia al asunto –su voz era áspera, como si en el fondo supiera que estaba diciendo un desatino.

-No tienes ni idea de lo que son capaces de hacer… lo lamento mucho pero tomaré tu auto y me iré con Denise…no quiero que mi hijita corra peligro –sus palabras parecían conmovedoras pero no lo reflejaba en su mirada.

-¿Y te vas a ir así nada más? –preguntó, colocándose un poco colérico -¿Dónde te la llevarás?

-Fuera de Johannesburgo.

-Pero Rebecca…

-Te he dicho muchas veces que nos vayamos, que dejemos todo y comencemos una nueva vida en otra parte, pero no me haces caso.

-No es tan fácil como tú crees –sacudió la cabeza.

-Lo sé, pero si quieres conservar a tu familia, debería de serlo…-hubo silencio por algunos segundos, Rebecca suspiró.

-Vete entonces y te darás cuenta que no valdrá de nada.

Denise, quien presenciaba la discusión se había preocupado demasiado.  De pronto, una mano se posó sobre su hombro.
-¿Qué haces pequeñita? –preguntó una mujer.

-Paula –dijo en voz baja la niña un tanto sobresaltada –Mis padres están discutiendo.

-¿Ah sí? –consultó sonriente alejándola de la puerta de la habitación.

-Sí.

-No deberías escuchar detrás de las puertas, es de mala educación –dijo con su voz apacible.

-Lo siento –sonó culpable - Te prometo que no lo volveré hacer.

-Ya me lo has prometido muchas veces, sabes que es malo prometer en vano.

Madre e hija iban dentro del auto. Denise miraba a través de los vidrios polarizados como su casa se alejaba de ella, lentamente, a medida que iban avanzando hacia las inmediaciones del portón. Su padre le hizo señas junto con Paula bajo el umbral de la puerta. A pesar de que no pudieran ver a la niña a través de los vidrios, sabían que siempre se volteaba a hacer señas. Ella como de costumbre se despidió moviendo su mano.
-Cariño, ponte el cinturón –le dijo Rebecca desde el asiento del conductor.
Saliendo del barrio Parktown la madre de Denise miraba con escepticismo por los espejos retrovisores. La cautela era su acompañante en esos momentos.
Su hija, distraída, observaba por las ventanillas la helada y nublosa mañana, la cual apenas, se podía ver algo más allá de dos metros. Encontró la diversión empañando los vidrios con vaho y dibujando en ellos, aunque el entretenimiento no le duró mucho.
-¿Por qué no nos trajo Samuel?

-Porque no volveremos –le contestó sin desviar la vista del parabrisas. Su hija le escuchaba con curiosidad.

-¿Y papá no vendrá? –le preguntó tímida.

-Serán unas vacaciones de madre e hija –le habló sonriente, sintiendo que no le gustaba mucho la noticia a Denise

-¿Dónde vamos mamá? –inquirió la pequeña, teniendo el presentimiento de que no iba a pasarlo tan bien como las vacaciones que había tenido anteriormente.

-¿Recuerdas al lugar que fuimos el verano pasado?

-La playa, sí –dijo sonriente –En donde se pueden ver ballenas.

-Así es ¿te gustan las ballenas?
-Me encantan, en la escuela nos dijeron que las ballenas son los animales acuáticos más grandes de los océanos, incluso, son más grandes que los elefantes.

-Sabes mucho, hija –esta vez le miró con una sonrisa de orgullo. La última que vería Denise en su madre.

La señora Rosner observó por el espejo retrovisor nuevamente, vio algo que temía desde el principio de su viaje. Aumentó la velocidad por precaución; los vidrios traseros estallaron. La niña gritó del susto, Rebecca perdió el control del auto y se salió de la carretera volcándose con brusquedad en esa fatídica mañana.

El DesafíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora