Capítulo 17: Reloj de arena

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Después de una reparadora siesta, Denise bajó cuando el sol raspaba el horizonte. Le extrañó que Caleb no haya ido a despertarla, pero agradecía de todos modos que pudo dormir sin interrupciones. Llegó a la sala de estar a bostezos, estiró uno de sus brazos y acomodó el otro que descansaba en el cabestrillo. No se escuchaba a nadie en la casa, se sentó en el sofá y su vista quedó en un estante con libros junto a la pared, lo observó por un par de segundos y sin rodeos, fue hasta allá, queriendo en el fondo de su corazón y conciencia buscar algo de su madre en aquel aparador. Obras de Shakespeare, Miguel de Cervantes, Oscar Wilde, eran los escritores que su querida mamá en algún momento leyó en más de una ocasión, un pasatiempo que la chica no haría ni en dos vidas.

Deslizaba sus dedos por la superficie de cada libro, que estaban meticulosamente puestos, alineados en una perfecta formación, salvo por uno que sobresalía un poco más que el resto. No tenía título, ni el nombre del escritor, la chica lo sacó y vio que era solo una cubierta de cartón, que no tenía nada escrito en su superficie y nada dentro tampoco. Le pareció extraño, pero nada del otro mundo, así que dejó la cubierta otra vez en su lugar, continuando en sus divagues, que fueron difuminándose lentamente, pasando a ser presa por un rico aroma a comida. Impulsada por su estómago vacío, fue a echar un vistazo a la cocina.

Paula pendiente de una sartén, preparando algo delicioso, era lo que se imaginaba, pero era nada más y nada menos que Caleb, quien cocinaba algo en el horno, mientras cortaba queso en una tabla.

-¿También cocinas? –preguntó Denise. Caleb se giró para ver a la chica que estaba junto a la puerta de vaivén.

-Cualquier neandertal puede hacerlo –el chico le prestó una austera atención -¿Cómo crees que sobrevivo?

-Con pizza a domicilio –mencionó con franca inocencia. Él emitió una leve carcajada y dejó de cortar queso, dirigiéndole una mirada risueña.

-Puede que tengas algo de razón, pero de repente igual varío un poco el menú –el chico prosiguió cortando queso. Denise le observaba con gran detención. Notaba que se estaba comportando diferente y desde su interior le parecía más extraño que bonito.

-¿Te ayudo en algo?- preguntó la chica. Caleb volvió a mirarla esta vez enfocándose en su cabestrillo.

-No, es mejor que esperes en la sala a que todo esté listo.

-Qué amable eres para echarme de tu cocina –dijo con sentido del humor.

-Lo hago por tu bien, dulzura.

-Sí, claro, por mi bien, eres un discriminador chico...mutante... solo porque estoy media lisiada –salió palabreando la chica.

Se cruzó con Paula en la sala, le hizo compañía un rato a Denise y después fue a poner las servilletas y los cubiertos para comer. La cena estaba servida, unas ricas ostiones a la parmesana era el plato que había hecho Caleb. Algo simple pero muy apetitoso.

-Esto está muy bueno –dijo Denise con la comida en su lengua que le quemaba –Tienes talento para la cocina.

-¿Dónde aprendiste a cocinar? –le preguntó Paula.

-De ninguna parte, esto es solo aprender haciendo.

-Te quedó delicioso, hijo.

-Gracias, me interesaba tu opinión, porque sabemos que eres la maestra de la cocina en la mansión de los Rosner.

-Tu plato está aprobado, de todas maneras –le respondió Paula.

Después de un rato de charla hicieron un brindis con vino blanco, Denise lo hizo con jugo. Por un momento la chica sintió que Caleb era uno más de la familia, con esa facilidad que tenía para sociabilizar cuando lo quería y lo gracioso que podía a llegar a ser con Paula que de tanta risa, la viejita casi ya se orinaba.

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