Capítulo 1: La nota.

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Mientras iba sentada en los últimos asientos del autobús mirando por la ventana, comenzaron a caer los primeros goterones que pronto se transformaron en un aguacero de granizos. Denise se bajó como de costumbre en el paradero que estaba próximo a la florería. Comenzó a cruzar la distancia sin apuro, pero viendo que los granizos le golpeaban con fuerza su rostro, terminó por correr, quedando mojada en cosa de segundos. Se supone que quedaron de verse en ese lugar, para así evitar que Lionel perdiera tiempo en ir a buscarle a la escuela y así pudiera venir sin problemas hasta el cementerio, pero por lo que podía ver, aun no llegaba. Decidió esperar dentro de la tienda hasta que llegara él o hasta que la granizada cesara. En tanto eligió el ramo de rosas blancas que acostumbraba a comprar. El reloj marcaba casi las seis de la tarde y su padre aún no se asomaba a la puerta.
Los granizos ya habían dejado de caer, una débil y fina lluvia cubrió las calles de la ciudad. Pensó en marcar el número de su padre, pero teniendo su celular en mano, reconsideró la idea y decidió finalmente no hacerlo. Quiso confiar plenamente en sus palabras, sin embargo, igual salió de la florería y se dirigió al cementerio. Sólo le dejó un mensaje en su celular, avisándole que iba para allá.
Iba cruzando por el cementerio entre lápidas y mausoleos, bajo la lluvia con el ramo de rosas en la mano. A pesar de que Denise le encantaba andar de aquí para allá por callejuelas y tejados, no podía evitar sentir un gusto por la tranquilidad que le daba ese lugar, especialmente cuando las aguas primaverales se dejaban caer, empapando los suelos, impregnándose el ambiente con el petricor. En el vasto recinto no se veía ni un alma, el extenso terreno se contemplaba deshabitado, no había ni una sola persona que anduviera visitando o hermoseando alguna tumba. El clima de ese momento era una gran respuesta a ello, pensaba ella.

-Soy la única viva entre los muertos hoy -balbuceaba Denise para nada sorprendida, mientras miraba a su rededor.

La tumba de la señora Rosner ya estaba a la vista, pero se había equivocado en decir que el cementerio estaba habitado sólo por ella, pues, una persona yacía en frente de la lápida de su madre. Un hombre con abrigos largos que estaba inerte, protegiéndose de la lluvia con un paraguas. La chica dejó de caminar, sintió un hormigueo en la nuca. Ese sexto sentido que siempre terminaba por alertarla de que algo no andaba bien.
Sabía que esa persona no era su padre. Si tan sólo quitara el paraguas de su cabeza, podría identificarlo perfectamente. Acercarse en esos momentos tan campantemente no le pareció una idea muy atinada tampoco, pero a veces Denise no se guiaba por ideas atinadas, sólo actuaba en función de sus impulsos.
La joven retomó su paso e inevitablemente hizo más ruido al plantar uno de sus pies en una posa de agua que mojó hasta sus calcetines. El sujeto volteó a mirar levantando unos centímetros su paraguas, dilucidándose nada más que sombras. Ella detuvo el paso nuevamente y el hombre abandonó el lugar adoptando una rauda caminata entre las lápidas hasta alejarse. Denise quiso alcanzarlo. Esa actitud de evasión la llevó a suponer que no era alguien que buscaba problemas.
El tipo se alejaba más y más hasta que se adentró a una arboleda que hay cerca de allí. La chica, unos segundos más tarde llegó a ese lugar, pero el hombre había desaparecido. ¿Cómo pudo perderse de vista así como así? Por un lapso, Denise pensó que se lo había imaginado, pero se veía muy real para que eso fuese posible. Giraba en trescientos sesenta grados procurando divisar al sujeto nuevamente, sin embargo, no había rastro de él. Secaba el agua de su rostro con la manga de su chaqueta para que ver le dificultara menos; no viendo señales, se rindió. Terminó por volver a la tumba de su madre y en ese preciso momento se percató con mucha extrañeza que el desconocido había dejado un ramo de rosas blancas junto a la lápida. Al parecer el sujeto conoció muy bien a su madre en el pasado. ¿Quién era?, se preguntó la muchacha. La tumba era visitada sólo por personas que conocía y nadie evitaría la presencia de la hija de la querida difunta en una visita al cementerio.
Por el mismo papel que cubría las flores, Denise sabía que las rosas habían sido conseguidas en la misma florería en donde ella las había comprado. Se agachó a colocar el ramo en el césped, junto al ramo que había dejado el extraño, se dio cuenta que bajo el papel de arroz que cubría los tallos, había una pequeña tarjeta. Un párrafo de manuscritos con una hermosa letra cursiva, una caligrafía perfecta salvo por la tinta corrida generada por el agua que goteaba hasta el escrito.
La joven con extrema curiosidad comenzó a leerlo:

El DesafíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora