CAP 1: Zombies (II...)

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Se dio una cachetada a sí mismo negando la idea.  «No puede ser posible, estoy demente, no pueden ser zombies». Dijo reprendiendose a sí mismo.

Llevó nuevamente sus manos a la cabeza con frustración. De pronto se acordó de Juan el que iba a recogerlo en la  noche. Caminó a paso veloz hacia su habitación, entrar miró a su celular sobre la cama, lo tomó y marco el número de su amigo. Quería saber si todo esto era verdad, si esto no era un mal sueño.

En el transcurso de la llamada, nadie contesto, eso lo frustraba.  Tomó el control del televisor en sus manos  y lo encendió.  Se dio cuenta que no había señal tanto en su móvil como en su televisor. Solo había estática.

Pasado un cuarto de hora los gritos cesaron dando paso a gemidos en las calles.  Aún no sabia que hacer, si salir o quedarse aquí esperando a que su amigo de infancia llegara a salvarlo. Apagó todas las luces de él departamento, se dirigió a la cocina por uno de sus cuchillos de chef intentando hacer el menor ruido posible y posteriormente al ventanal a ver como seguían las cosas ahí fuera.

El ocaso ya empezaba a florecer y daba paso a las penumbras, ésta noche no habría luna llena. Miró a través del ventanal y divisó a varias de esas bestias caminando sin rumbo fijo. A lo lejos, en el centro de la ciudad, se apreciaba el humo que emanaban los edificios. Al observar tal caos recordó que sus padres vivían allí, otra vez esa sensación de miedo recorrió su cuerpo haciéndolo estremecer por breves segundos.

Negó firmemente la idea  de que estén muertos, tenia fe. Sabía que su padre no permitiría que nadie ponga un dedo encima  de su familia, en este caso de sus hijos  y de su esposa.

«Tengo que ir por ellos». Pensó.

Sin más miramientos caminó nuevamente hacia su habitación,  se dirigió al armario y sacó su mochila. Volvió a la cocina y metió en la mochila todo tipo de alimento, sobre todo enlatados, sabía que necesitaría eso mas adelante. También guardó uno que otro cuchillo para cortar carne, se percató de que estuvieran lo suficientemente afilados para decapitar a cualquier persona sin problemas.  Y si, lo estaban.

Guardó en otra mochila de viaje, un poco más grande que la otra, un poco de sus prendas favorita hasta que la mochila  ya estuviera lo suficientemente llena.

Volvió nuevamente al ventanal. Tenia que asegurarse de que no lo vean cuando salga al parqueadero de su vehículo,  el cual estaba estacionado frente de su casa. Observó que no habían muchos merodeando cerca, los contó y solo habían cinco a su alcance.

Agarró en su mano izquierda la mochila de viaje, en su espalda la coloco la que tenía la despensa y en su mano derecha un cuchillo que se asemejaba a un machete.

Se acercó firmemente hacia la puerta principal. Sudaba a mares, tenia fe de que todo iba a salir bien. Miró a través del visor de la puerta, percatandose de que nadie lo tomará por sorpresa. Para su fortuna no había nadie como obstáculo.

Su respiración se agitaba con el solo hecho de que iba a salir dónde esas bestias, probablemente a una muerte segura. Sacudió su cabeza quitando malos pensamientos,  colocó  su mano izquierda sobre la perilla de la puerta.

«Uno...dos...¡tres!».contó mentalmente y la abrió.

Un ligera brisa recorrió todo su rostro. Sacó lentamente su cabeza  para ver a sus alrededores. Tomó  una gran bocanada de aire inflando sus pulmones, soltó el aire ligeramente y camino con firmeza  hacia su auto el cual estaba a unos diez metros de su posición.

Cada vez aceleraba más. Posó su visión enfrente y se dio cuenta que ya la mayoría se había percatado de su presencia.  Miró  como aquellas bestias comenzaban a correr con gran velocidad.

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