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Flashback

Mamá solía decirme que para triunfar en la vida solo se necesitaban tres valores: responsabilidad, respeto y honradez; por lo que si respondía a estos al pie de la letra, entonces tendría el futuro asegurado. Así que tomando en cuenta el primero de estos, hoy decidí hacer mis deberes bien temprano para luego cenar e irme a la cama. Sabía perfectamente que no hacerlo implicaría una lucha con las sábanas a la mañana siguiente.

Aunque claro, no todos tenemos la misma mentalidad. Un ejemplo claro es mi prima Ana. Una pelirroja de no más de un metro sesenta y apasionada por el baile. De las típicas personas que a pesar de hacer todo a última hora, increíblemente termina por salir exitosa en todo. No me lo explico, pero bueno, supongo que porque el orden de los factores no altera el producto o algo así dijo mi maestra de matemáticas. En lo personal me considero una chica aplicada, pero no obsesionada por una buena calificación. Me gusta tener todo en su perfecto orden para nunca perder nada de vista, ya sea algo tan simple como mis libretas o en el escritorio, como el ordenar los huevos por su tamaño en la nevera; algo que por cierto saca a Ana de sus casillas. Y es que adoro ver cada cosa en su lugar y así no olvidar nada, ni siquiera un rostro.

Mordía el final de mi lápiz con cara de concentrada, mientras intentaba resolver uno de los ejercicios en mi libreta, cuando de repente y sin aviso alguno, Ana entra por la puerta para correr y dar un salto hacia mi cama.

-¿Qué tanto afanas Caracolita?

-Tarea, ¿qué no ves? -respondí con molestia, levantando todos mis apuntes del piso-. Mira, ya desordenaste todo.

-¡Uy! Pero que humor Carolina, y yo que solo venía a pedirte un favor.

Levanté la mirada con sospecha, mientras Ana enredaba uno de sus rizos en sus largos dedos. Sabía perfectamente que sus inocentes favores me traían siempre un pequeño problemita como mínimo. Resoplé con cansancio anticipándome a lo que sea que fuese a soltar, y regresé a mi lugar entre las almohadas para continuar con los deberes.

-Con qué me vas a sorprender ahora... -respondí dudando si sonar como pregunta o afirmación.

-Nada malo de hecho -alzó sus hombros-, solo venía a invitarte a una fiesta- enarqué una ceja intentando no mostrar desagrado, aunque evidentemente Ana sabía que no era mi pasatiempo favorito.

-Ya sabes que no me gustan ese tipo de eventos.

-Lo sé -alargando la última sílaba-, pero esta es distinta, es de cumpleaños y sin alcohol.

Negué con la cabeza-. Mmm, no gracias, no me llama la atención.

-¡Vamos Caro, por favor! -insistió ahora en tono de súplica, mientras tanto tironeaba de mi ridículo pijama-, es el cumpleaños de Valen y no quiero ir sola, no conozco a nadie.

-Yo tampoco conozco a nadie-reí por lo bajo.

-Si, pero estarás conmigo.

Enanchó su sonrisa de oreja a oreja buscando convencerme. Le observé por unos segundos para meditar mentalmente, pero la imagen de mi madre con el ceño fruncido terminó por confrontarme. Podía escuchar mentalmente como su boca solo gesticulaba un dulce y sutil NO.

-Paso, tengo un montón de tareas por hacer y de todas formas mamá no me dejaría ir.

La pelirroja barrió sus ojos y se dejó caer de espaldas a la cama, mostraba cara de frustración. Ana no toleraba las contradicciones, mucho menos cuando se interponían en sus planes, pero nada de eso la detenía en cumplir sus deseos o mejor dicho, caprichos, ya que cuando algo entraba a su mente no se detenía hasta darlo por hecho. Odiaba eso.

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