Capítulo 11

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Parecía un plan disparatado que nos dejaba sin alternativa. Debiamos encontrar la forma de hacer un pastel decente y presentable para esta noche, aunque dudaba de nuestras capacidades como reposteros.

Nunca fui muy fan de la cocina, por eso dependía completamente de Ana para sobrevivir.
Viviamos juntas mucho antes de que conociera a Jorge, como un pacto que hicimos en nuestra infancia. Cumpliriamos la mayoría de edad para luego mudarnos a una casa para nosotras dos. Luego, cuando llegó Jorge a su vida, todo lo que habíamos armado como "hermanas/primas" se derrumbó poquito a poquito. A pesar de que preferí su felicidad dejándola ir, los siguientes meses sin ella en casa fueron una pena. Tristes y vacíos por la ausencia de su risa tan especial.
Desde ese día comencé a volverme independiente, aprendí a cocinar, lavar mi propia ropa y cuidar de la casa como toda una mujer adulta. Pero nunca, jamás de los jamases, cociné tan bien como Ana lo hace. Lamentable.

—¿Y si compramos uno en el super?— sugerí con voz de súplica, siguiendo a Agus hacia la cocina.

—No Caro, no seas miedosa. ¿Cómo nos va a ganar un estúpido pastel de cumpleaños?

—Ah bueno, supongo que tú eres un experto entonces porque yo no sé nada de nada— crucé mis brazos, negando con mi cabeza.

—Para eso existe el internet, bobita— dando un toque en mi nariz con su dedo— Busca allí alguna receta, seguro aparece algo a prueba de idiotas.

Barrí mis ojos y tomé mi teléfono para buscar la receta más fácil del universo. Obviamente no sería un pastel de mostaza, eso estaba claro. Pero debía buscar algo que también fuese lindo y tierno para su hermanita.

—Bien, aquí encontré algo— dije enseñándole la pantalla.

—Iré a lavar mis manos.

Agustín regresó del baño y nos dispusimos a trabajar. Él era el encargado de medir, vaciar y mezclar cada ingrediente mientras yo leía en voz alta todas las instrucciones de esta. Le había dejado en claro que yo era una total ignorante en el tema, asi que si esto fallaba sería su responsabilidad.
Parecía bastante hábil para manipular todos los ingredientes, vertía la leche con cuidado, quebraba los huevos a la perfección y procuraba hacer todo al pie de la letra según indicaba la receta. No era tan bruto como pensaba.

Estaba concentrada leyendo los pasos a un lado de la cocina, cuando siento un gran puñal de harina en mi rostro. Tocí al inmediato, mirando a Agustín sin entender que carajos estaba haciendo.

—¡Qué te pasa! — exclamé limpiando mi rostro sin dejar de toser. Podría asegurar que tenía hasta dentro de las orejas.

—Estabas muy seria— apuntando su entrecejo fruncido— Tienes que reírte más.

—¡Estaba leyendo!— le empujé. Miré hacia el piso y vi como toda mi hermosa y limpia cocina se llenaba de polvo blanco— ¡Y mira como dejaste todo!— histérica.

—¡Ay Caro, todo eso se limpia!— se burlaba.

Apreté mis labios con fuerza, intentando contener mis ganas de jalarlo del pelo. Odiaba la suciedad, odiaba el desorden. Se lo dije mil y una vez pero parecía disfrutar como mis mejillas se volvían rojas como tomate cada vez que me hacía enojar.
Solté todo el aire que estaba conteniendo, y tomé un gran puñal de harina de la encimera y se lo lancé en la cara.

—¡Oye, mis ojos!— dando un paso atrás para evitar que le lanzara más.

—¿Ah, sí? No pensaste en los mios cuando me lanzaste harina.

Agus tomó otro puñal de la encimera, y salió corriendo hacia la sala como un cobarde. Hice lo mismo y le salí a perseguir, aun cuando mis pies resbalaran un poco con tanta harina en el piso. Esto era la guerra.
Continuamos peleando, lanzandonos puñales de una esquina a otra. Agus me abrazaba por la espalda sosteniendo mis manos confuerza, mientras yo me esforzaba por separarme. Me olvidé el desastre que estabamos dejando en toda la casa y simplemente me dejé llevar. Reía como nunca, como una niña otra vez.

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