Capítulo 27

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-¡Están preciosas! Le van a encantar, eh -comentó mamá, sentada en una esquina de mi cama, mientras contemplaba cada página del álbum de fotos que había creado para Agustín-, pero nunca me hiciste uno así.

Frunció sus delgadas cejas y soltó un suspiro exageradamente notorio. Lo mismo hacía yo cuando era más pequeña para conseguir la aprobación de mamá, pero nada. No caería en mis propios juegos.

-No seas celosa.

Cogí el álbum ya cerrado que reposaba en sus piernas, y lo introduje en su respectivo envoltorio; una bolsita de papel color azul.
Mamá y Elena habían sido mi mayor ayuda a la hora de crearlo, entregándome algunos consejos para decorarlo de una forma no-infantil. Ya tenía suficiente con mi experiencia dibujando unicornios de betún sobre un pastel. Las manualidades definitivamente no eran lo mio.

Esperaba con ansias ver la expresión de su hijo cuando lo tuviese en sus manos, lleno de fotografías con la radiante sonrisa de su madre.
No importaba si la encontraba en la cocina, en el ante jardín barriendo unas cuantas hojas, o en el patio sentada sobre una mesedora de madera. Quería demostrarle a su hijo lo bien que lo había pasado, y cómo disfruto el poco tiempo que pasamos juntas. Ella parecía encantada con la idea, se dejaba llevar al ver el flash sobre tu rostro y me entregaba sus mejores poses "espontáneas".

Los días habían avanzado rápido luego de navidad, y si bien me ponía triste que acabara pronto la visita de mi familia, no podía quejarme de lo bien que lo había pasado esa noche. Comí como un puerquito literalmente, y es que no me podía negar al delicioso pavo que prepararon Elena y mamá, y mucho menos al cheesecake de frambuesa que nos trajo Ana. Todo se veía extremadamente delicioso, la pasamos bien, reimos juntos, y hasta bailamos un buen rato. Inclusive el abuelo; que no se mueve ni aunque le pase un tractor por encima, se levantó entusiasmado para sacarme a bailar.

Ahora contaba los días por ver regresar a Agustín, (y a Valentina claro). Me preguntaba si lo estaría pasando bien, disfrutando de la nieve y los fríos días de invierno. Después de todo eran sus vacaciones.
Aún así, Agustín no había mencionado nada sobre el tema, y lo entendía. Su mente debía estar enfocada en aprovechar el tiempo que no tenía durante todo el año para ver a su padre, así que contuve mi espíritu chismoso y no pregunté sobre ello. Le daría su espacio.

Por mi parte, me dedicaba únicamente a aprovechar estos cortos días junto a mi familia, y sobre todo ahora que teníamos un pequeño nuevo integrante. Su nombre era Gus, por Gustavo claro, pero nadie parecía creerme. Ni siquiera Ana, quien se rió en mi cara cuando mencioné el nombre del perro.

-¿Estás segura que es por "Gustavo"? -insistió la pelirroja, alzando sus cejas interrogantes-, nadie le pondría así jamas Carolina, no me mientas.

-¡En serio! -me defendí intentando sonar convincente-, de hecho uno de los ratoncitos de la Cenicienta se llamaba así.

Ana explotó en risa, lanzándome unas cuantas gotas de saliva de tanta risa. Limpié mi rostro con cara de asco y me crucé de brazos cuan niña mimada.

-¡Por favor, prima! Habiendo miles de nombres menos obvios, como no sé: motita, chocolate, firulais incluso, tenías que usar el mas parecido a Agustín.

-Bueno.. puede ser -admití sutilmente.

-¿Puede ser qué?

-Puede ser que sea por él -desvié la mirada y cubrí mi rostro con pequeños mechones de cabello.

-Lo sabía.

Felicidades Carolina, has ganado el primer lugar como reina de la obviedad.

A pesar de que aún estaba a tiempo de cambiar el ridículo nombre a mi pequeña bola peluda, esperaría a ver la expresión de Agus cuando escuche que ambos tienen el mismo nombre. Seguro se reía en mi cara tal como Ana, allí entonces le cambiaría el nombre. Seguro Agustín me ayuda a encontrar uno mejor.

Bjamos juntas por las escaleras y nos reunimos con papá, que nos esperaba en el comedor para jugar mi juego de mesa favorito; Monopoly.

Lanzaba los dados sobre el tablero cuando escuchamos sonar el timbre. Nos miramos entre sí para decidir quien se sacrificaba a levantarse y atender la puerta; papá desvío la mirada hacia la ventana, mamá saltó con que tenía sed y fue por un vaso de limonada, dejándome sólo a mi. Elena, quien nos acompañaba en la mesa sólo para observar, me echó una mirada y se largó a reir.

-Yo voy.

Le agradecí con una sonrisa y avancé el número los lugares que indicaban los dados.
Un gran chillido de alegría se escuchó desde la entrada, haciéndome brincar sobre el asiento del susto. Miré a mamá con intriga preguntándole mentalmente qué estaba pasando, pero su cara de confusión me hizo entender que ni ella lo sabía. No dudé más y me levanté de mi lugar para averiguarlo.

-¿Qué hacen acá? -le escuchamos preguntar con sorpresa, abrazándose con fuerza a un moreno muchacho. El chico tenía el cabello corto a los lados, unos cuantos mechones desordenados en el frente y un pequeño arito de color negro en su oreja izquierda. Además, sólo dejaba ver unas pobladas cejas azabache, que sobresalían por el hombro de la rubia, manteniendo al joven acurrucado en su cuello. Tardé un par de segundos en unir mis ideas y caer en cuenta que Elena estaba abrazada a su hijo menor. Era Agustín, pero ¿qué hacía aquí?

-¿A-Agus? -pregunté dudosa, segundos antes de arrepentirme por sonar tan impertinente al intimo momento. El muchacho se recompuso en su lugar, quedando de pie a un lado de mi su madre. Ladeó su sonrisa, dejando ver sus bonitos hoyuelos junto a la comisura del labio, y preguntó con picardía:

-¿No vas a saludarme?

-¡Agus! -exclamé confirmando mi sospecha. Abrí mis ojos con impresion y no dudé más, brinque el par de pasos que nos separaban, y me avalance sobre sus atléticos brazos-, ¿pero, por qué estás acá? se suponia que viajabas mañana -interrogué al separarme.

-Sí, pero no vine solo.

-¿Ah, no? -pregunté confundida, uniéndo mi entrecejo.

Agustín salió por la puerta indicándonos con la mirada que le siguiéramos. Su madre, quien parecía más confundida de lo que yo estaba, siguió sus pasos obediente hasta quedar bajo el umbral. Allí se llevó ambas manos a la boca y se largó a llorar sin más.
Frente a ella se encontraba un hombre robusto con expresión monótona, de pequeños ojos oscuros y una notoria calvicie al centro de la cabeza. Se veía frío, pero a la vez con un nudo atorado en la garganta por el reencuentro. Detrás de él le acompañaba la delgada de Valentina, sosteniéndolo de los hombros.

-Marcos.. -emitió Elena casi en un susurro.

El hombre, que parecía más duro que una piedra, soltó su tensa mandíbula y le entregó una sonrisa. Acortó el espacio que los separaba caminando unos cuantos pasos, y abrazó con fuerza a la que parecía ser su esposa.

Llevé mis manos a la boca para silenciar el típico gemido que se escapa cuando vemos algo adorable. Agustín en cambio, sonreía sin miedo enseñando sus alineados y blancos dientes, observando a su hermana con orgullo mientras sus padres se decían todo lo que no habían podido expresar a kilómetros de distancia.


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