Capítulo 18

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Observaba por la ventana con mi cabeza apoyada en ella. Pensaba una y otra vez si lo que estaba por hacer sería lo correcto, volvían los amargos  recuerdos y mi mente continuaba desorbitada. Cerré mis ojos pesadamente y reposé mi cabeza en el asiento del auto, echando mi cuello hacia atras. Traía el cuerpo tan cansado, me dolia la espalda y sentía los musculos contraídos. Sólo deseaba llegar a mi cama.

—Ya estamos por llegar— me avisó Jorge, mirándome por el espejo retrovisor. Le respondí con una leve sonrisa, no deseaba hablar.

La extrañaba tanto, como a nadie en el mundo. Sólo quería volver a ver su rostro y abrazarla fuerte, quería recuperar todo el tiempo perdido y pedirle perdón mil veces por no quedarme. Pero de sólo pensar en ella se me estremecía el cuerpo, me inundaba la culpa y la nostalgia de no aprovechar tantos momentos juntos y ahora sentirla tan lejos. Necesitaba volver a los brazos de mamá.

Nos detuvimos frente a una hermosa casa blanca, con verdes pequeños arbustos llenos de flores que adornaban el camino a la entrada. Tomé mi bolso junto con el pequeño estuche de mi ukelele y baje del auto. Me despedí con una mano, mientras caminaba a la puerta.

—¡Suerte!— me gritó Ana desde el auto, para luego retomar su camino e irse.

Respiré profundamente y toqué el timbre con mis manos temblorosas. Estaba nervioso. Habían pasado unos cuantos días desde mi última vez en en este lugar, y sentía un poco de vergüenza de volver a verle.

Luego de un par de segundos se abrió la puerta, atendiendo mi rubia hermana.

—¡Agus!— exclamó emocionada y a la vez en tono de duda. Se lanzó a mis brazos y se acurrucó en mi cuello—. ¿Qué haces aca? ¿Pasó algo?— preguntó al soltarse, con tono de preocupación.

—No, tranquila. Ésta todo bien.

—¡Pasa, pasa!— me invitó, dando un paso atrás para dejarme entrar.

Solté mi bolso en la entrada y le abracé nuevamente.

La situación de mamá me traía nervioso, preocupado, ansioso. Vivía peleando constantemente con Valentina por la situación de mamá, sobre como podríamos ser tan malos hijos para dejarla en un lugar apartado en vez de cuidar nosotros de ella, y como le ocultabamos toda la verdad a papá.
Había colapsado, me sentía entre la espada y la pared, sólo necesitaba un poco de aire. Decidí irme de casa un par de días y quedarme con Ana y Jorge hasta bajar un poco mi ansiedad, pero las preguntas y los recuerdos seguían atormentandome por las noches. ¿Mamá nos odiaba? ¿Moriría pronto? ¿Qué debia hacer?
Sacudía mi cabeza para eliminar los malos pensamientos, que muchas veces me hacían llorar de impotencia.

Había dejado a Valentina sola, luchando con la pena y la culpa dentro de esa casa. Ese lugar donde mamá solía esperarnos cada vez que llegábamos juntos de la escuela y le contabamos lo bien que nos portabamos. Bueno, mejor dicho, lo bien que lo hacía Valentina.
Había sido el lugar donde crecimos como familia, y ahora cada vez mas se desmoronaba. Necesitaba salir de allí.

—Agus..— decía mi hermana, acariciando mi espalda—, todo va a estar bien.

Me desprendí y sequé unas cuantas lagrimas, debía verme fuerte frente a ella.

—No vine de visita, vine porque quiero volver— dije afligido, intentaba con todas mis fuerzas de no quebrar mi voz.

Observé a Valentina con mis ojos llorosos, e inmediatamente se humedecieron los suyos.
A pesar de ser su hermano menor, para mí siempre sería la mas pequeña. La que corría a mis brazos cuando rompían su corazón, y la que subía mi ánimo cuando rompían el mío.

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