26. Fuera de control

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—¿Qué es ese alboroto?

La mujer ingresa a la cabina para encontrar sólo desesperación.

El Jefe de Sección le dirige una mirada cargada de nerviosismo y una risita demasiado fingida. Los demás rebuscan en sus computadoras pero a todos les ensordece que por uno de los parlantes llegan gritos desencajados de un muchacho.

Al que conocen muy bien.

—Lo solucionaremos, señora—le contesta el doctor en un vano intento de preverse problemas, más que para tranquilizar a su mentora.

Pero la mujer con pómulos afilados se acerca a una de las pantallas y lee el historial clínico seleccionado. Suficiente para comprender lo que está ocurriendo al otro lado de las pantallas.

—Desconéctenlo.

—¿Qué? Pero señora...

No, Doctor, no contradiga lo que su jefa diga. Usted podrá tener grandes títulos pero las autoridades deben ser respetadas.

—Que desconecten al muchacho.

—Señora, perderemos información...

—¿Me contradices, Jeffrey? ¿O pones en duda mis decisiones? ¿Crees que no sé, acaso, lo que hay que hacer?

—No, en absoluto.

—Entonces apaguen el dispositivo y traigan al chico. Tendremos que ser más severos esta vez.

El doctor asiente y da la orden a sus subordinados en el laboratorio de alta tecnología. De inmediato responden y pierden por completo la señal de su proyecto.

El huésped no ha funcionado.

Deberán mejorar.

Aunque Progreso implique Sacrificio.

Y Sacrificio implique mejorar al huésped.


***



—Tienes que irte, Ky.

Stef parece intentar procesar el cese del dolor. Ha quedado resonando. Es mucho peor que un dolor de muelas cualquiera. Muchísimo peor.

—¿Qué? ¡No pienso irme a ningún lado!

El muchacho se pone de pie con dificultad y mira seriamente a la chica.

—Tienes que...irte...Kylie—le dice.

—Mírate cómo estás. ¿Por qué debo irme? ¿Y si mejor me cuentas de qué va toda esta mierda? Dime, Stef, ¿dónde ha ido tu familia? ¿Por qué faltaste toda esta semana a clases? ¿Qué hacías ahí escondido, en la fábrica? ¿Por qué lloras a cada rato? ¿Qué sueñas? ¿Qué piensas? ¿Tanta mierda en la cabeza no te deja en paz?

Cada una de sus palabras ha sido una bofetada sin piedad.

Él retrocede.

Ahora mismo se siente débil. Extremadamente débil. De cuerpo y de espíritu.

Quizás ella tenga razón.

La necesita.

Necesita de su ayuda.

No podrá llegar lejos, en soledad.

Ella se resigna... No tendrá ninguna respuesta.

—Vamos Stef—dice Ky luego de un resoplido y ayuda al muchacho a incorporarse de pie nuevamente—, tienes que ir a vestirte.

—Tenemos que irnos lejos de aquí...

—No sé si lejos—asimila Kylie—, pero en este momento necesitamos personas de confianza que puedan ayudarnos.

Stef no tiene más fuerzas para seguir hablando. Reúne las pocas que le quedan para ir hasta su casa.

Él sabía que le habían hecho eso.

La cicatriz en el interior de su boca le hacían deducirlo.

También las cicatrices en su cabeza, en la nuca, en la espalda... Definitivamente tendrá que utilizar muchos tatuajes para cubrir eso. Más de los que ya ha optado. El primero se lo hicieron tras una operación horrorosa en la que experimentaron la inserción de un regulador biológico hormonal. Nunca creyó que llegarían aún más lejos, sin ningún límite.

—Ky—murmura Stef—, ¿dón...?

Ella lo ayuda a vestirse y se angustia de verlo tan agotado. Deduce que está enfermo y puede que necesite ayuda de inmediato pero algo en todo el panorama muestra que es demasiado peligroso para llegar a exponerlo ante alguna autoridad o servicio público.

Ahora mismo no se le ocurre mejor idea que pedir auxilio a las personas más fieles, a las personas que nunca la defraudarán. Sus padres.

Porque los padres no defraudan a sus hijos, ¿verdad? Los padres los cubren, los cuidan, los aman sin remedio ni condiciones, ¿no es así Ky?


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