Prólogo.

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«El amor es la fuerza más poderosa del universo, Kelila

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«El amor es la fuerza más poderosa del universo, Kelila. Nunca lo olvides», le había dicho alguien alguna vez y, durante mucho tiempo, había pensando que, tales palabras, solo se trataban de poética cursilería, que el amor solo era amor y que el poder era poder, verdadero poder, sin embargo, por primera vez, se dio cuenta de su ingenuidad: el amor sí era poder porque gracias a él ella se mantenía en pie.

Sus pies se arrastraban sobre una tierra edificada en sangre y sus brazos apartaban las ramas de un bosque gobernado por el caos. Allí, la luz y la oscuridad, se habían enfrentado en busca del poder absoluto; allí, se encontraba una historia destinada a permanecer oculta hasta el final de los tiempos, pero el amor podía hacer a una madre ir en contra de lo sagrado, de todo lo conocido, con tal de proteger a su hija... 

Y eso es lo que ella estaba haciendo.

—Ya casi —murmuró sin dejar de avanzar.

La bebé acobijada entre sus brazos gimoteó débilmente y ella le regaló una débil sonrisa antes de volver la atención al camino. Faltaba. Faltaba demasiado y tanto el cansancio como el dolor que residía en su cuerpo por causa del reciente parto la volvían lenta, torpe y una presa fácil para la oscuridad que la seguían de cerca. Así que, cuando algo se enredó en su tobillo y tiró de ella hacia atrás, no pudo evitar caer sobre una de sus rodillas y apretar a la pequeña niña aún más contra sí.

—Lamento no poder protegerte —le dijo en voz baja—. De verdad lo siento.

Una risa gélida y burlona la hizo elevar la mirada desafiante. No mostraría un ápice de temor y lucharía hasta su último suspiro si eso significaba intentar cambiar el destino que tendría su hija si caía en las manos de aquellos. Rogar y pedir clemencia no la ayudaría, no cuando sus enemigos provenían del Infierno.

—¿Ya está? ¿Hemos acabado de correr como una linda ciervita? —le preguntó una de las tantas figuras pálidas que la rodeaban y miraban como si ella fuese su cena.

Ella escupió desdeñosa a sus pies.

—Arde en llamas, bastardo —le gruñó presa de todo el rencor, fastidio y cólera que inundaba sus venas.

—¿Qué crees que he hecho mi vida entera? —replicó desenvainando una brillante espada que, durante un segundo, le devolvió el reflejo. Luego, la punta se detuvo a centímetros de su garganta—. Ahora, suelta a la niña o ven a mi mundo a probar las llamas de las que tu gente tanto corre.

Ella sostuvo su mirada sabiendo que era el fin; el suyo y el de su hija, y por más que quiso no pudo evitar derramar una lágrima que cayó en la mejilla de la balbuceante bebé. Durante un momento pareció como si el dolor ajeno la hubiera despertado de su inocencia y una chispa de poder se liberó débil, pero brillante, de su cuerpo y cegó a los enviados del Infierno. Como consecuencia, aquello que sujetaba el tobillo de la mujer desapareció y ella, libre al fin, huyó por segunda vez. 

Guardianes de almas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora