Capítulo XLIV: Tercer recuerdo.

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Al entreabrir sus ojos, lo primero que Caslya observó fue a una pequeña niña pasar corriendo por delante de ella

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Al entreabrir sus ojos, lo primero que Caslya observó fue a una pequeña niña pasar corriendo por delante de ella. Llevaba su cabello trenzado y vestía un adorable vestido a lunares amarillos que se balanceaba de un lado a otro al ritmo de sus pasos. Detrás de ella, escuchó la voz de Elián contar.

—Ocho, nueve y diez. —Luego, lo vio avanzar. Llevaba prendas mundanas y lucía tan mortal como siempre lo había hecho. No había poder brillando en sus orbes ni chispas letales en sus dedos—. Donde quieras que estés, pequeña Cassie, allí te encontraré.

Al oír eso, Caslya sonrió melancólica y enternecida, pues recordaba aquellas palabras de las incontables veces que ellos habían jugado juntos a las escondidas. Este recuerdo también es mío, se dijo y sin dudarlo se dirigió hacia la habitación de Elián sabiendo perfectamente dónde estaba escondida la menor.

La casa había empezado a cobrar la familiar calidez que ella tan bien recordaba. Las paredes se hallaban pintadas de colores vividos y el jardín que ella contemplaba desde la ventana del cuarto había empezado a ser cultivado. A lo lejos, Caslya creía oír el sonido de algún animal.

—Ya que en la sala no estás, solo me queda un lugar donde buscar. —Elián habló con aquella voz cargada de diversión mientras entraba en la habitación y comenzaba a buscarla—. Será debajo de la cama. Mmm, no lo creo, demasiado evidente para una niña tan lista. Quizá detrás de las cortinas. —Caslya lo observó correr las cortinas, fingiendo no saber dónde ella estaba—. Al parecer no estás aquí. Aunque todavía me queda un lugar.

Tras decir eso encaminó al armario y sus pasos hicieron reír a la pequeña por lo bajo, y cuando el abrió las puertas del ropero de par en par, la niña saltó hacia él y se envolvió con sus brazos del cuello ajeno.

—¡Te encontré, Elián! —exclamó dulcemente.

Él sonrió y la upó.

—Sabes, se supone que yo debo ser quién diga eso —le dijo él y ella infló sus mejillas—, pero puedes seguir diciéndolo tú.

—Está bien —contestó y al tiempo que él la llevaba de regreso a la sala, ella preguntó—: Elián, tengo hambre. ¿Podemos comer?

—Seguro, ¿qué quieres comer?

—¡Galletas de chocolate!

A modo de respuesta, él frunció el ceño.

—No puedes comer galletas de chocolate todos los días, Cassie.

—¿Por qué no?, me gustan las galletas de chocolate.

—Créeme que me he dado cuenta que te gustan, pero no puedes sobrepasarte con ellas.

—¿Qué es sobrepasarte? —preguntó.

Elián se tomó un momento para buscar la respuesta acertada.

—Hacer más de lo que debes —dijo al final.

La pequeña se mostró confundida.

—Pero yo no voy a hacer nada, Elián, solo voy a comer —explicó como si el niño fuese el contrario y no ella—. Así que, ¿puedes hacerme galletas de chocolate, por favor? Y compartirme con ese postre que compraste cuando fuimos a la panadería.

—Sólo por hoy —contestó tras dejar escapar un suspiro rendido, haciendo que la niña elevara sus manos satisfecha.

Caslya por su parte se confundió ante lo dicho por la menor. ¿Acaso él antes le permitía salir? De todas formas, dos tocadas a la puerta abierta atrajeron la atención de ambos. Era Vreya quién estaba allí, vistiendo de aquella forma exótica y provocadora a la que Caslya se estaba acostumbrando.

—¡Vreya! —Ella misma fue quién pronunció el nombre de la contraria con grata emoción—. ¿Me trajiste los dulces deliciosos de los que me hablaste la última vez?

Vreya sonrió como respuesta y con un chasquido de dedos hizo aparecer un montón de dulces en la habitación. Con los ojos brillando emocionados, la niña echó una mirada de regreso a Elián.

—¿Puedo?

Dubitativo él asintió.

—Agradécele primero.

—¡Sí, Elián! —Luego, ella corrió hacia Vreya y la abrazó fuertemente—. ¡Gracias, Vreya!

—No hay de qué, pequeña estrella —le contestó pasando una mano por el cabello de la menor—. Disfrútalos, vamos. Hay algo que al parecer debo dialogar con Elián.

Caslya notó en la forma en la que Vreya se refirió al contrario un ápice de sarcasmo, sin embargo, demasiado sutil para que la pequeña lo notara. Así que, ella simplemente asintió y se abalanzó hacia las torres de galletas con formas de adorables animales.

—Vayamos a la cocina. —La voz de Elián denotó molestia y su expresión una fría determinación que se entabló cuando Vreya lo siguió.

—Has hecho de este lugar un hogar de lo más encantador —comentó mientras recorría con su mirada en rededor—. Incluso has hecho cambios en ti mismo. Te ves tan mundano con esas prendas y ese peinado. ¡Y el nombre!, Elián, ¿no es así?, ¿a qué se debe?

—En este año que estuviste fuera tomé una decisión —le informó él—. No quiero que Caslya se relacione con el mundo más allá del mortal. Ser humana la protegerá del peligro que asecha afuera y mientras más humanos seamos todos, mejor.

—¿Por eso el cambio?, ¿no quieres seguir portando tu nombre de demonio por temor a que ella descubra quién eres en realidad? —Vreya se recostó contra la mesada de madera—. Es demasiado pronto para decidir eso, Acatriel. ¡Y demasiado impulsivo! Nosotros no somos humanos. Ella no es humana, no tiene por qué vivir una vida como tal. ¿Por qué privarla de la magia? —Un fulgor nació de la hija de Alice—. ¿O de su propio don?, estoy segura de que si recibe una correcta enseñanza podrá...

—No. —Elián cortó las palabras ajenas en secó y con rudeza. Al darse cuenta, continuó hablando en voz baja—. Si utiliza su don, tarde o temprano sabrán de ella. Si permito que se relacione con algo más que el mundo humano, terminará queriendo conocerlo todo. Si voy a protegerla, tiene que haber límites.

—No es tu decisión.

—Pero soy el que la ha tomado —respondió sin dar paso a dudas—. Ahora bien, si quieres continuar formando parte de su vida, no voy a negártelo porque confío en ti, Vreya, pero únicamente si obedeces mi elección. De no ser así, ahí tienes la salida.

En el rostro de Vreya se vislumbró la contradicción, pero al final ella terminó cediendo resignada. 

Más palabras fueron dichas e incluso Caslya fue capaz de verse a sí misma entrando con las manos sucias de dulces a la cocina, sin embargo, las voces se alejaron y ella sintió que era sujetada por una fuerza invisible  y arrastrada fuera de la memoria, y aunque quisiese quedarse para intentar descubrir qué había sucedido con Vreya, la oscuridad lo gobernó todo y cual remolino, aterrizó en la oscuridad de la noche.

Al parecer, quedaba un recuerdo más. 

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