Capítulo XV: Delirios.

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 —Aquí es, señorita —indicó Edrielle al detenerse frente a una puerta situada en la planta inferior del palacio

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 —Aquí es, señorita —indicó Edrielle al detenerse frente a una puerta situada en la planta inferior del palacio.

—¿Tú no entrarás? —le preguntó sin darse cuenta que, en algún momento, había dejado de lado las formalidades con la fae.

—No, señorita —contestó en aquel tono amable que parecía caracterizarla—. Debo brindar mi ayuda en la cocina como es habitual, pero no se preocupe, todo saldrá bien.

Por un momento, Caslya lo dudó, sin embargo, había algo contagioso en la amabilidad de Edrielle que la llevó a asentir. Ella tiene razón, se dijo. Todo saldría bien. No podía darse por vencida, así que, soltó el aire en busca de calmar sus nervios, tomó el picaporte de la puerta y entró antes que la inseguridad volviera a por ella. 

Edrielle la animó en silencio.

—Permiso —dijo cuando ingresó en la habitación.

Rodeada por sillas ornamentadas con respaldos tapizados, una larga mesa de roble se extendía en el centro de la habitación cubierta por un costoso mantel de lino blanco y oro. Unos hermosos y amplios ventanales permitían el ingreso de la tenue luz ambarina a través de las delicadas cortinas de terciopelo beige. Asimismo, un suave aroma a jazmín endulzaba el aire y acentuaba el murmullo de las voces que se oían desde afuera. 

Cuando la puerta se cerró a sus espaldas, Baztiel fue al primero al que miró.  El apuesto joven lucía cansado. Sus ojos, anteriormente empapados por el dulce brillo de las esmeraldas, eran ahora dos manchas profundas y oscuras. Pese a ello, él le sonrió de forma amistosa, escondiendo, al menos por un segundo, el abatimiento evidente en sus ojeras. Ella le sonrió antes de voltear su mirada a Anissa, que se encontraba reclinada a su lado sobre una silla. Tenía sus pies sobre la mesa y la cabeza echada hacia atrás, sin embargo, cuando su miradas se cruzaron, la rubia acomodó su postura y le dedicó un guiño de ojo.

—Me alegra que seas una chica de palabra —bromeó y ella le sonrió como respuesta al recordar la pequeña conversación que habían mantenido en el jardín.

—¡Cass! —exclamó Gideon, atrapando su atención—. Ven, siéntate junto a mí.

Caslya avanzó hacia él esforzándose terriblemente en mantener una actitud despreocupada a pesar del caos que reinaba en su mente y de lo resentido que sentía el cuerpo a causa del ataque de la sombra; los huesos le dolían y la garanta aún parecía quemarle al respirar. Al sentarse junto al guardián de almas, no pudo evitar repasar a los presentes con la mirada —quienes habían vuelto a hablar entre ellos—  y se preguntó cómo era posible que ella fuera una de ellos. Todos lucían entrenados y con la capacidad de enfrentarse a las criaturas más aterradoras. Incluso Gideon, con su actitud dulce, era capaz de verse letal con un arco en mano. En cambio ella..., ella se sentía tan normal, tan mundana en comparación, que no era capaz de pensar en sí misma como una guerrera innata.

De alguna manera, terminó observando a Kyriel, quien, absorto de todo lo que sucedía, jugueteaba con una daga entre sus dedos. Durante un breve instante la joven se mantuvo así, admirando la manera en la que el arma se deslizaba entre sus manos en una danza letal. Hipnotizada, solo escapó de su trance cuando notó el filo de una mirada congelar sus pensamientos, obligándola a fijarse en los fríos ojos azules que descansaban sobre ella. ¿Desde cuándo él la observaba? O, lo que más la aterró, ¿acaso se había percatado de cuánto ella había estado admirando su destreza? Para su suerte, una mano se apoyó en su hombro y atrajo su atención.

Guardianes de almas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora