Capítulo XXVII: Su Majestad.

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Caslya dio un golpe a la puerta por enésima vez

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Caslya dio un golpe a la puerta por enésima vez.

—¡Abran, por favor! —pidió, pero el resultado fue el mismo: nada. Nadie abrió ni respondió a su llamado, solo un perpetuo silencio que la incomodaba—. Maldita sea...—susurró apoyando su cabeza sobre la madera.

Desde que había despertado en aquella cama, cubierta por una suave manta y oculta debajo de un refinado dosel, había intentado escapar. Había buscado ventanas detrás de los muebles y había roto parte de la bellísima decoración de la habitación en vano, pues no había forma de salir de allí. Tampoco había cristales o decoraciones que pudiera utilizar para defenderse de los seres que la habían secuestrado, solo una infinidad de telas, flores y una extraña fragancia dulzona que a la estaba empezando a molestar.

Caslya se dejó caer en el suelo y elevó la mirada al techo de la habitación. Siempre había pensado que las prisiones eran barrotes y mugre, pero, al parecer, también podían ser colores y perfume. Frustrada, cerró sus ojos. Le era imposible recordar cómo había llegado allí, solo era capaz de evocar la imagen de Kyriel siendo golpeado antes de perder el conocimiento.

«Tranquila, cariño, su majestad los quiere vivos.»

Aquel era el único consuelo que tenía. Saber que Kyriel estaba vivo en alguna parte de ese lugar que ella desconocía al completo la aliviaba enormemente porque, después de todo, era su culpa que estuvieran encerrados. Él le había dicho que no se apresurará, pero ella lo había ignorado; había querido llegar al extremo y ahora allí estaban.

—¡Déjenos ir! —gritó de mala manera dando un nuevo golpe en la puerta, pero esta vez, la misma emitió un inaudible crack.

Instintivamente, retrocedió mientras se ponía de pie torpemente. Cuando la puerta fue abierta, la joven fue testigo de la apariencia de su secuestrador: corto cabello azulado, grandes ojos pálidos y una piel que se debatía entre humana y escamosa. De alguna forma, creyó que se parecía a Edrielle o a Mab. 

—Veo que has despertado —comentó el ser, evaluándola con la mirada—. Demasiado pronto, para ser sincero.

Caslya evaluó la situación. El desconocido frente a ella no debía superarla en tamaño ni en peso y, probablemente, sería fácil empujarle y correr. Así que eso hizo. Se abalanzó en su dirección y lo empujó con las dos manos para abrirse paso. El ser retrocedió sorprendido y algo cayó al suelo. Ella no se detuvo a observar qué era.

—No tienes a donde ir, cariño —siseó aquel a sus espaldas.

Tristemente, estaba en lo cierto, pues la siniestra melodía de cuna comenzó a sonar y el cuerpo de Caslya, segundo a segundo, fue perdiendo fuerza bajo las notas musicales.

—No otra vez, por favor —rogó esforzándose en mantenerse de pie, sin embargo, le fue imposible, ya que sus piernas cedieron al cansancio y, como consecuencia y de forma brusca, se desplomó en el suelo—. Yo... —Caslya se arrastró un par de metros por el suelo cuando los pasos llegaron cercanos a sus oídos.

Guardianes de almas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora