Capítulo XXXVIII: ¿Asustada, niña?

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La Corte Eterna era un lugar solitario y oscuro; despoblado y vacío de construcciones

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La Corte Eterna era un lugar solitario y oscuro; despoblado y vacío de construcciones. Mientras avanzaban por la tierra firme, Caslya solo oía el sonido de sus pasos y sentía la brisa fresca acariciar su piel. Se estremecía cada que eso sucedía. Del mismo modo, tenía hambre, pero esto lo solucionó al recordar las bayas que llevaba consigo. Al tomarlas, admiró su color rojizo y sintió su boca hacerse agua ante el aroma dulzón que expedían. Con gusto tomó una y avanzó hacia Kyriel.

—¿Quieres? —le ofreció tendiendo el saquito en su dirección—. Saben muchísimo mejor de lo que aparentan. Y eso que aparentan ser deliciosas.

Él la observó en silencio un instante.

—¿Y verme como tú? Paso.

Confundida frunció su entrecejo. ¿Verse como ella? ¿A qué se había referido? Pero no fue necesario que preguntara en voz alta, pues Kyriel se detuvo y como consecuencia, ella también lo hizo, y cuando esto aconteció, él deslizó su pulgar por la comisura de sus labios. Durante un instante, Caslya se paralizó al tiempo que el calor golpeó su rostro. Frente a su expresión desconcertada, él le enseñó el dedo manchado de un líquido rojizo.

Ella echó la lengua en su dirección a modo de respuesta antes de pasar la manga de su vestido por su boca para limpiarse. Bien, sí quería que Kyriel dejase de verla como una niña, aquella escena no había ayudado en lo absoluto, sin embargo, a pesar de sentirse avergonzada y ligeramente ofendida, le aliviaba saber que el secreto que ahora compartían no los había cambiado. De cualquier forma, sus pensamientos desaparecieron cuando su mirada se encontró con la montaña frente a ella. Una montaña tan inmensa y devastadora que Caslya se sintió minúscula admirando lo magnifica y letal que se miraba.

Hasta entonces, ambos habían caminado sobre un sendero de piedra que —según lo que Kyriel le había contado— conducía a la Montaña Ewig. Caslya no había visto hogares ni nada más allá de una vegetación oscura y gris, pero ahora, de pie frente a su destino, era capaz de observar unos altos arcos de piedra y plata que conducían al interior de la montaña.

—Aquí es, ¿no es así? —preguntó a media voz, pero en el fondo, sabía que no era necesaria una respuesta. Sentía poder emanar de allí. Poder y soledad. Y aunque la idea la confundiese, sentía algo sumamente magnético atraerla.

Kyriel avanzó y cuando ella no lo hizo, él la miró.

—¿Asustada, niña?

—En lo absoluto —dijo y avanzó, y por más extraño que pareciese, un escalofrío descendió por su columna—. ¿Deberíamos golpear?

—Ella ya debe saber que estamos aquí —contestó dirigiendo su mirada a las criaturas talladas en la piedra, las cuales parecían resguardar la entrada como despiadados centinelas—. Si no ha aparecido, es porque desea que entremos.

—¿Y si duerme?

—Creo que la despertaremos.

En el último arco, Caslya respiró hondo y siguió al guardián hacia el interior de la montaña. No tenía miedo, y eso era cierto, pero sentía la ansiedad danzar debajo de su piel como una mala advertencia. A la fuerza, la ignoró y miró en rededor. En el interior la oscuridad apenas era ahuyentada por la tenue luz blanquecina que emanaba de unas antorchas que iluminaban, a la vez, una angosta escalera de piedra. Con precaución ambos descendieron; él más centrado que ella, pero ella más curiosa que él, encontrándose, al llegar al final, una inmensa sala de metal y cristal totalmente destruida.

Libros, recipientes y una desagradable sustancia del color del carbón estaban por todas partes. Del mismo modo, los muebles y las decoraciones se encontraban destruidas de tal forma que parecía el escenario de una catástrofe..., no, no de una catástrofe, de una lucha. Allí alguien había luchado. Frente a esto, Caslya palideció mientras Kyriel desenfundaba sus dagas en dos simples movimientos.

—¿Qué...?

Pero no se vio en condiciones de terminar su oración porque sus ojos se fijaron en una figura que descansaba en el suelo. Inevitablemente, corrió hacia ella y cuando la alcanzó, el aire pareció faltarle al observar con fugaz terror a la mujer que —con sus manos sobre su abdomen y sus ojos cerrados— estaba recostada en la superficie de una vieja alfombra.

—No vuelvas... —Kyriel también acalló cuando vio lo que ella veía.

La bilis trepó por su garganta, sin embargo, era incapaz de apartar la mirada. Cabello negro, piel pálida y unas extrañas cornamentas..., Caslya no necesitaba continuar observando para saber quién era aquella, sin embargo, no podía apartar la mirada. Había un hueco en su pecho; allí donde debería estar su corazón no había nada, solo sangre y tejido destrozado.

—Está muerta, Kyriel —susurró y sus piernas fallaron—. Vreya está muerta.  

Guardianes de almas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora