Capítulo II: Un príncipe oscuro.

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Desde la cima de aquel viejo roble, la chica podía contemplar en todo su esplendor la granja en la que vivía

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Desde la cima de aquel viejo roble, la chica podía contemplar en todo su esplendor la granja en la que vivía. Veía el portal de madera y las cortinas de colores que ella misma se había empeñado en crear. Veía, mientras la brisa de la primavera acariciaba su acaramelada piel, las pocas extensiones de tierra donde junto a su hermano cultivaban, el establo donde los caballos esperaban ansiosos por ser cepillados y el granero donde guardaban el heno que alimentaba a los animales durante los crudos inviernos.

La armoniosa melodía de las aves que surcaban el cielo la llevaron a elevar la mirada y observar el glorioso volar de aquellos seres libres. Admiraba sus alas que parecían fundirse con la claridad del cielo y anhelaba, por unos segundos, el unirse a ellos. Sus ojos se cerraron ante el sueño de tener alas y recorrer aquello que se le era prohibido...

—¡¿Dónde estás, Cassie?! —La voz de Elián la atrajo a la realidad y, como si de un empujón se hubiese tratado, ella sintió que su cuerpo se deshacía de aquella dulce libertad y recuperaba un peso que, aunque ligero, se hacía notorio cada día—. ¡Caslya!

Ella no respondió. No quería verlo luego de la forma en la que le había hablado.

—Por favor —insistió él en un tono que reveló que se avergonzaba de su comportamiento—. Lamento haberte gritado..., sé que no debería haberlo hecho, pero a veces yo... —Un suspiro escapó de sus labios como si no supiese qué decir—. Solo quiero protegerte, Cassie.

La forma en la que el mayor hablaba de protegerla siempre hacía que su corazón se acongojara dentro de su pecho y, aunque nunca terminaba de entender el porqué, creía que, tras la muerte de su madre al momento de su nacimiento, Elián había adoptado el temor de perderla a ella también. Después de todo, había sido él y no su padre quien se había ocupado de ella. 

—No quiero irme sabiendo que estás enfadada conmigo —aseguró él, y ella, incapaz de seguir escuchando la culpa que teñía la voz de su hermano se propuso descender del árbol sin delicadeza ni precaución.

—¡Espera!

No tardó en deslumbrar el césped cargado de flores nacientes de la primavera que buscaba, hermosa y colorida, dejar mella por encima de las prominentes raíces del árbol con las que solía jugar de pequeña. Con un leve impulso liberó su agarre de las ramas más bajas y se dejó caer al suelo para aterrizar de pie sin complicaciones.

—¿Dónde...? —Pero las palabras del joven que la buscaba se acallaron cuando ella, elevando la mirada lo encontró a pocos pasos por delante—. Has subido otra vez, ¿verdad?

—¿También vas a prohibirme subir al árbol?

—No, pero no voy a negarte que tampoco me gusta que subas —admitió mientras se acercaba con pasos largos y elegantes. Cuando se detuvo frente a ella, tomó su rostro entre sus manos y contempló un leve rasguño del que ella no se había dado cuenta—. Pero no quiero que te sientas prisionera en tu propia casa —continuó él, extrayendo del bolsillo de sus pantalones un suave pañuelo que deslizó con delicadeza por la pequeña herida—. ¿Te duele?

Guardianes de almas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora