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—¿Cómo dices? ¿Qué vas adonde? —preguntó Ingrid.

—Me voy a Ohio —repitió Quinn.

Iba de un lado a otro del dormitorio, con el teléfono encajado en el hombro mientras sacaba ropa del armario y la arrojaba sobre la cama.

—¿A Ohio? —Hizo una pausa—. ¡A Ohio! ¿Es que te has vuelto loca? ¡Hemos acordado una fecha de entrega, por si lo has olvidado! ¡No puede ser que quieras irte a Ohio! —aulló Ingrid al teléfono.

—Mi padre ha muerto en un accidente de coche —contestó sencillamente Quinn—, y he de resolver ciertos papeleos legales.

—¿Tu padre? Oh, lo siento mucho, Quinn. Nunca me habías dicho que tuvieses familia.

Cuánto lo siento.

Quinn dobló el suave pantalón vaquero que tenía en las manos y se preguntó por qué no le habría hablado nunca de su infancia. Ingrid era su agente, casi veinte años mayor que ella, pero aun así eran amigas. No sabía por qué nunca había surgido el tema.

—Salí de casa a los diecisiete años, y nunca he vuelto a ella.

—¿Por qué?

Quinn dejó de ir de un lado a otro del dormitorio. Su mirada vagó por todos aquellos objetos, tan familiares, sin ver ninguno de ellos.

—Soy lesbiana.

—Ya lo sé, y yo también.

Quinn dejó escapar un brevísimo esbozo de sonrisa. —Era lesbiana, de modo que en mi casa ya no había lugar para mí, y tampoco en Lima, Ohio —explicó.

—Entonces, ¿por qué vuelves?

«Es cierto. ¿Por qué vuelves, Quinn? ¿Por qué regresar a un pueblo donde se reían de ti? ¿Por qué volver junto a una madre que te dijo que eras anormal, que eras la vergüenza de la familia?»

—Para finiquitarlo todo —dijo en voz baja.

Y era cierto. La habían expulsado del pueblo con tantas prisas que no había tenido tiempo de despedirse de nadie. Pensaba sobre todo en Rachel. No había tenido tiempo para aceptar sus sentimientos, ni siquiera para analizar lo que estaba sucediendo con su vida. Simplemente, se había levantado una mañana y de pronto se encontró subida a un autobús, saliendo de Lima.

—¿Finiquitarlo?

—Sí, finiquitarlo. Y tal vez decida ir a ver a mi madre, para demostrarle que he conseguido sobrevivir.

—Estoy segura de que sabe que has sobrevivido, Quinn, a menos que haya estado viviendo en una cueva todo este tiempo. Después de que hayan llevado al cine dos de tus novelas, seguro que han tenido noticias de ti incluso en Lima, Ohio, por muy alejado que esté.

Quinn volvió hacia la sala. Necesitaba espacio, y también contemplar de nuevo la bahía. Abrió las puertas correderas y salió a la terraza, sin importarle la niebla y el frío viento que le apartaba del rostro los trigueños cabellos.

—Cuando yo iba al instituto, mi padre era el alcalde de Lima —continuó, apoyándose cansadamente en la baranda de la terraza—. Mi familia poseía el mayor aserradero de East Ohio, de modo que eran muy conocidos. Por supuesto, al tener una hija lesbiana eran la comidilla del pueblo. Me metieron en un autobús con cien dolares en el bolsillo, y me dijeron que no volviese hasta haber recuperado la razón.

—¡Dios mío! ¿Lo dices en serio?

—Muy en serio.

—¿Y por qué demonios tendrías que volver allí? ¿Acaso crees que les debes algo?

Shadows of the pastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora