6

1K 82 3
                                    

—Ya sabía yo que, si alguien te iba a recibir con los brazos abiertos, esos serían los Berry —dijo Mary—. Me alegro de que hayas ido a visitarlos. Son muy buena gente.

—Sí que lo son. Eran como mi segunda familia.

—¿Y has... has pensado en ir a ver a tu madre? —preguntó Mary en tono inseguro.

—La verdad es que sí. Pensaba ir hoy, pero se me ha pasado el tiempo en un suspiro. Tal vez será mejor que espere hasta mañana, después del funeral.

—Estoy segura de que ya todo el pueblo sabe que estás aquí. De hecho me extraña no haber recibido ya una llamada telefónica.

—¿De ella?

—Sí. A pesar de todo, tu madre sigue siendo una mujer muy poderosa en este pueblo. Al faltar tu padre, todo el mundo da por sentado que ahora es ella la que está a cargo del aserradero. Tu padre era un hombre muy amable, pero tu madre... bueno, a ella se la ve como a una...

—¿Bruja?

—No pensaba utilizar un término tan fuerte, pero...

—Viví con ella durante casi dieciocho años, Mary. La conozco perfectamente.

—En fin, yo creo que la gente querrá llevarse bien con ella, simplemente, de modo que no me sorprendería que haya tenido ya unas cuantas visitas para hacerle saber que has vuelto al pueblo; para advertirla, tal vez.

—¿Estás sugiriéndome que vaya hoy mismo a verla?

—Siempre hemos sido amigos de tus padres, pero sólo de cara a los demás, eso es todo. Si fuese a aconsejarte algo, sería que no vayas a verla, ni hoy ni nunca. Es una mujer muy rencorosa. No quiero ni imaginarme lo que acabarían diciéndose la una a la otra.

Quinn se echó a reír. —Tengo treinta y tres años, y sé controlarme perfectamente. Ella tan sólo es mi madre de nombre. No siento nada por ella, excepto tal vez cierto odio lejano. No puede decirme nada que me haga más daño del que me causó hace quince años.

—No la subestimes.

—No le tengo miedo, Mary. Ella no posee nada que yo desee.

—Está bien. Pero si quieres disfrutar de la velada con los Berry, te recomendaría que no visites hoy a tu madre.

—En eso estoy de acuerdo —contestó Quinn con una sonrisa—. Así que me pasaré por allí mañana, después del funeral. ¿Qué te parece?

—Creo que es una buena idea. ¿Te imaginas cómo se sentirá en estos momentos, al tener que perderse la oportunidad de ser el centro de atención? Estoy segura de que estará mordiéndose las uñas, allí en el hospital, donde nadie puede ver su dolor.

—¿Te refieres al dolor físico o a sus sentimientos?

—Al físico. Aunque estoy segura de que habría montado un buen espectáculo en el funeral.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, no me gusta cotillear, Quinn. Poca gente lo sabe, pero el matrimonio de tus padres caducó hace ya mucho tiempo. Cuando se mudaron aquí decidieron vivir cada uno en un ala de la casa. Hace años que no eran un matrimonio de verdad.

—¿Y dices que no se sabía? ¡Anda ya! ¿En este pueblo?

—Bueno, por supuesto que había rumores; ya se sabe que el servicio doméstico siempre cotillea. Pero no eran más que rumores.

Quinn movió la cabeza de un lado a otro. ¡Cuánta energía desperdiciada en tamaña estupidez! Se alegraba de haberse alejado de allí en aquel momento.

Shadows of the pastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora