Ya eran más de las cuatro cuando por fin Quinn llegó al barrio de Rachel. Estaba completamente saturada de datos. La señora Willis le había contado muchísimas cosas, recordándole de nuevo que lo hablado en el despacho de su padre no saldría de allí. Aun así, se había quedado atónita al enterarse del bajo salario que recibía Greg, sobre todo en comparación con el que recibían los encargados de planta.
Sin embargo, ahora no tenía tiempo para pensar en todo ello. Ya no le quedaba ropa limpia; lo primero que hizo al entrar en la casa fue ponerse manos a la obra con la colada. Se quitó la ropa, quedando completamente desnuda, e introdujo la ropa en la lavadora. Dudó si añadir la ropa de Rachel, pero después pensó que no sería educado dejarla allí. Escogió las prendas de color de la cesta y las añadió a las suyas. La ropa blanca... bueno, podía esperar, ya que pensó que Rachel la mataría si supiese que había estado rebuscando entre su ropa interior.
Se tomó un tiempo para leer su correo electrónico, complacida de enterarse de que a Ingrid le había encantado el primer borrador que le había enviado.
—Estupendo; a ver si así me deja en paz durante una temporada —murmuró para sí.
Contestó a su correo, contándole a Ingrid que no podría regresar hasta la semana siguiente como muy pronto. No dio detalles, convencida de que Ingrid se tranquilizaría ahora que ya tenía el borrador.
Después de darse una ducha rápida se puso un chándal y aguardó pacientemente a que la secadora acabase su trabajo. Los vaqueros tardaron siglos en secarse, y llegó a preguntarse si no tendría más remedio que ir en chándal a casa de Rose. No era una forma muy presentable de hablar de negocios con Greg.
Seguía paseando de un lado al otro del lavadero cuando Rachel llegó a casa. Quinn asomó la cabeza en cuanto la oyó entrar en la cocina.
—¡Hola!
—¡Hola, chica! —Contestó Rachel, mirándola de arriba abajo, para después desviar la vista hacia la cocina—. ¿Qué es eso que no huelo?
—Pizza —dijo Quinn sonriendo.
—¿Pizza? Creí que estabas intentando acumular puntos.
—Ah, yo creí que te encantaba la pizza.
—Claro que sí, sólo era una broma. Me ha llamado Rose, y creo que tenemos una cita para esta noche.
—No te importa, ¿verdad?
—Por supuesto que no.
—También he hecho la colada.
—Te estás volviendo toda una amita de su casa, ¿eh?
—Muy graciosa. No creas que no se me ha pasado por la cabeza robarte uno de tus vaqueros.
—Menos mal que soy más bajita que tú —dijo Rachel dejando el bolso sobre la encimera; a continuación, se volvió de nuevo hacia su amiga—. ¿Te has molestado al menos en incluir mi ropa? Odio hacer la colada.
—Pues sí. Me preocupa un poco ese jerseicito que te pusiste hace unos días. No era para lavar en seco, ¿verdad?
—No, eso no, pero no se debe meter en la secadora.
—¡Oh, mierda!
Quinn salió disparada hacia el lavadero, abrió la secadora y buscó por entre los vaqueros hasta localizar y sacar el jersey.
—¡Maldita sea! —Murmuró, escondiéndolo tras la espalda antes de gritar—: ¿Era uno de tus favoritos?
—¿Por qué, le ha pasado algo? —preguntó Rachel, corriendo hacia ella.
ESTÁS LEYENDO
Shadows of the past
RomantiekUna romántica historia llena de sensualidad en la que Quinn se encuentra ante un dilema: volver a entrar de nuevo en el armario o recuperar la libertad que le ofrecía su vida en Los Ángeles.