Quinn se duchó antes de atreverse a ir hasta la cocina. Había oído antes las risas de los niños, la voz burlona de Rachel. Aquel día había dormido más de lo habitual, pero temía quedarse a solas con Rachel. Mientras los niños estuviesen allí, haciendo de amortiguador entre ambas, no habría tiempo para charlas... ni para besos.
Se apoyó en la repisa del baño para tranquilizarse y por fin se atrevió a mirarse a los ojos en el espejo. Había evitado a propósito pensar en lo sucedido la noche anterior... en lo que estuvo a punto de suceder. Seguía sin poder creer que había estado tan cerca de besar a Rachel después de tantos años. La palabra que Rachel había susurrado seguía resonando en su mente.
«¡Sí!»
Pero ¿qué quería decir aquello? ¿De pronto tenía curiosidad? ¿O estaba expresando en voz alta sentimientos que había estado reprimiendo todos aquellos años?
Fuese cual fuese la respuesta, Quinn no estaba muy segura de poder enfrentarse a ella.
Rachel alzó la vista cuando Quinn entró en la cocina, yendo directamente hacia la cafetera, sin dedicarle ni una mirada. Ya esperaba aquello: sin duda, Quinn estaba avergonzada por lo que casi había llegado a suceder. También lo estaba Rachel. Después de todo, había sido ella quien lo comenzó todo: era ella la que quería hablar, y después la que prácticamente le había rogado a Quinn que la besase.
Sin embargo, a la luz del día ya no estaba tan segura. Tal vez sólo se había imaginado aquella expresión en el rostro de Quinn. Tal vez la atracción que sentía por Quinn, la que seguía sintiendo después de tantos años, no tenía nada que ver con el sexo. Tal vez no era más que eso, atracción, una extensión más de su amistad. Tal vez estaba sacando demasiadas conclusiones.
—¿Qué tal te encuentras esta mañana? —preguntó Quinn en voz baja y titubeante.
Rachel la miró a los ojos, sumergiéndose en aquellas verdes profundidades tal y como había hecho cientos de veces antes, sólo que ahora aceptó lo que había visto en ellos y también lo que sentía por Quinn. Y sí, tenía que ver con su amistad, y al mismo tiempo no tenía nada en absoluto que ver con ella.
—Estoy muy bien, ¿y tú?
Quinn miró un momento hacia los niños, ocupados comiendo tortitas, y volvió a mirar a Rachel.
—Sobre anoche... Rachel, lo siento mucho —susurró.
Rachel asintió. —Sí, yo también lo siento. Si Lee Ann hubiese esperado tan sólo cinco minutos más, yo ya sabría lo que es besarte. —Quinn abrió unos ojos como platos. —¿Quieres tortitas?
—¿Cómo? ¡Rachel!
—¿Mmm?
—Me estás volviendo loca —susurró Quinn.
—Bien, ya era hora. Entonces, ¿quieres tortitas o no?
Quinn negó con un gesto. —No, no creo que pueda comer nada —murmuró.
Cogió su taza de café con la intención de volver a su dormitorio... y pensar. Pero una manecita le tocó el brazo.
—¿No vas a comer? La tía Rachel ha hecho tortitas sólo para ti.
—Ah, ¿sí? ¿Para mí?
Quinn alzó la vista hacia Rachel y pudo ver que se ruborizaba ligeramente.
—Dice que solías comerte diez a la vez.
—Ah, pero eso era cuando cocinaba tu abuelita. Me da miedo comer lo que cocina la tía Rachel.
Su frase fue recompensada con un trapo húmedo disparado contra su cara.
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Shadows of the past
RomanceUna romántica historia llena de sensualidad en la que Quinn se encuentra ante un dilema: volver a entrar de nuevo en el armario o recuperar la libertad que le ofrecía su vida en Los Ángeles.