18

936 68 1
                                    

La vieja carretera que llevaba al aserradero estaba ahora asfaltada, pero aparte de eso no había habido demasiados cambios. La carretera atravesaba el bosque, y a Quinn le pareció una ironía. Todos aquellos enormes árboles que crecían tan cerca del aserradero eran como centinelas que contemplaban cómo los camiones traían a sus hermanos caídos hasta su triste destino. No había muchos cambios, no. O al menos eso pensó hasta ver las gigantescas verjas que bloqueaban el camino. Tras la alambrada de tres metros de altura se alzaba una gran cantidad de edificios. Al ver las nubes de humo que expulsaban las enormes chimeneas, supuso que la mayoría eran las fábricas que le había descrito Greg. Frunció el ceño al imaginar la cantidad de contaminación que enviaban a la atmósfera de Lima, antaño tan pura. Se detuvo ante la verja y aguardó a que se acercase el vigilante.

—¿Puedo ayudarla, señora?

—Soy Quinn Fabray, y tengo una cita con Walter Fabray.

El hombre la escrutó un momento y después echó un vistazo a su tablilla.

—No te acuerdas de mí, ¿verdad? —le dijo mientras iba pasando las páginas.

—¿Cómo dice?

—Me llamo Paul Buchanan. Iba unos cursos por detrás en el colegio.

Quinn hizo memoria, pero no recordaba ni el nombre ni la cara.

—Lo siento, no lo recuerdo. Claro que han pasado muchos años.

—Cierto.

El hombre se quedó mirándola hasta que por fin Quinn alzó una ceja. —¿Va a dejarme pasar, o qué?

—Oh, disculpe. Pues la verdad es que no, no figura en la lista.

—Entiendo. Pero, ¿Walter está aquí?

—Oh, sí que está. Vino hace un par de horas.

—Bien. Entonces, Paul, ¿quieres hacer el favor de llamarlo?

—Claro, veré si puedo localizarlo.

Quinn intentó no enfadarse, ni con el tío Walter ni con el tal Paul. El hombre no hacía más que su trabajo. Pero que no se equivocase, porque, para cuando ella saliese de allí, ya todos sabrían perfectamente quién era.

Aguardó con bastante paciencia el regreso de Paul.

—Ha dicho que vaya directamente a las oficinas y que lo espere allí.

—Eso ha dicho, ¿eh?

—Eso es.

—Entiendo. ¿Y dónde puedo encontrar a Greg Kubiak?

—¿A Greg? Oh, está en la oficina. Pregunte a cualquiera y lo localizarán.

—Gracias, Paul.

Quinn aguardó a que se abriesen las puertas automáticas y siguió las señales que indicaban la dirección de la oficina. Era un edificio de ladrillo de dos pisos, que parecía totalmente fuera de lugar entre las demás naves. Vio la plaza de estacionamiento de su padre y estuvo a punto de utilizarla, pero en lugar de ello se dirigió a las plazas destinadas a los visitantes. No tenía necesidad de cabrear a todo el mundo el primer día. Tan pronto como abrió la portezuela, pudo oír el ensordecedor ruido de la maquinaria. Parecía como si los edificios estuviesen a punto de reventar. Se quedó allí de pie, mirando a su alrededor, y pudo ver a los obreros yendo de un edificio a otro, carretillas elevadoras llevando tablas sin desbastar, camiones que transportaban viruta de una planta a otra... Tremendo. Por Dios, ¿qué demonios iba a hacer ella con todo aquello?

—¿Quinn?

Quinn dio media vuelta y sonrió al amistoso rostro que le había hablado.

—¡Greg! ¿Cómo sabías que estaba aquí?

Shadows of the pastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora