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Rachel sonrió al ver el coche negro de Quinn estacionado en su entrada. Esa mañana había salido temprano, antes incluso de que se levantase su amiga. Iba muy atrasada con la contabilidad y pensó en ponerla al día antes de abrir la tienda a las ocho. Normalmente se ocupaba de las cuentas en domingo, pero esta vez se alegraba de haberlo aplazado. Había disfrutado de aquel día en casa de Rose, y sabía que Quinn también lo había pasado estupendamente.

Encontró a Quinn sentada a la mesa, tecleando en su portátil.

—¡Has llegado! —exclamó su amiga, sin dejar de mover los dedos.

Rachel sonrió. —¿Usas gafas?

Quinn se las colocó bien altas en la nariz. —Las necesito para el ordenador. Me dan pinta de nerd, ¿verdad?

—No, estás muy guapa —dijo mientras echaba un vistazo por encima del hombro de su amiga—. ¿Es un nuevo libro?

—No, sólo correcciones. No hago más que darle los últimos retoques. Ingrid me ha estado persiguiendo para que los hiciese, a pesar de que todavía faltan un par de semanas para la fecha de entrega acordada. He pensado enviárselas de una vez, para quitármelo de encima.

Quinn dejó por fin de teclear y miró a Rachel antes de añadir: —¿Qué tal te ha ido el día?

—Estupendamente, ¿y a ti?

Quinn respiró hondo. —Fui a ver a John Lawrence, y estoy tan abrumada que no sé ni por dónde empezar.

—Entiendo. ¿Es por lo de Industrias Fabray?

—Sí. Te ahorraré todos los tecnicismos y te diré solamente que durante todos estos años he sido una de las dueñas de Industrias Fabray.

—Pero, ¿qué demonios...?

—Y ahora que mi padre no está, soy la única dueña, gracias a una declaración jurada que se supone que firmé hace diez años.

Rachel se sentó, mirándola fijamente. —¿De qué me estás hablando?

—Es una larga historia, Rachel, y la verdad es que estoy cansada de darle vueltas.

—Lo comprendo —dijo Rachel poniéndose en pie.

Sin embargo, Quinn la sujetó del brazo cuando intentó alejarse. —Rachel, lo siento, no quería ser tan brusca.

—No pasa nada. En realidad no es asunto mío.

—No digas eso. No hay ningún secreto, Rachel. Más tarde, cuando me hayas dado de comer y haya bebido algo con alcohol, te lo contaré todo.

Rachel se relajó. —Pero eso significa que tendré que cocinar.

—Sí. Nada de pizza.

—Veré qué puedo componer en un momento.

Después de que se cambió, colocandose un cómodo chándal, Rachel volvió a encontrarse a Quinn tecleando en su portátil. Pasó a su lado sin molestarla, decidida a encontrar algo adecuado para una cena. No sabía por qué no se le habría ocurrido pasarse por el supermercado. Bueno, en realidad sí lo sabía: estaba deseando volver a casa. Sin embargo, ahora que contemplaba el congelador casi vacío deseó haberse tomado la molestia.

Apartó una caja de maíz congelado y encontró un solitario paquete de carne picada. Se encogió de hombros y lo sacó de allí. Seguro que había cientos de cosas que se podían hacer con un poco de carne picada.

Estuvo cinco minutos contemplando la despensa; su mirada vagó desde las latas de verduras hasta la bolsa de arroz y la única papa que... que debería haber tirado semanas atrás.

Shadows of the pastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora