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Rachel se despidió con un gesto mientras el Lexus negro se alejaba. Después entró en el café, encontrándose con Rose y con su madre, que la esperaban casi mordiendose las uñas.

—¿Dónde demonios te habías metido?

—No sabía que controlases mis idas y venidas, Rose.

—Por supuesto que no, Rachel, tan sólo estábamos preocupadas —dijo su madre, enarcando las cejas al fijarse en sus vaqueros y en la manta que traía doblada bajo el brazo.

—Hemos ido al río.

—¿Al río? ¡Ya no estás en el instituto, Rachel! ¡No puedes andar escabulléndote así, y pensar que vamos a quedarnos tan tranquilas!

—Si utilizas esas tácticas con tus hijos no me extraña que me prefieran a mí, Rose.

—¿Se escaparon al río mientras estaban enterrando a su padre?

—Pues la verdad es que sí, y no fue idea mía.

Su madre se echó a reír.

—Nunca ha sido idea tuya. Siempre era por culpa de Quinn, si no recuerdo mal.

—¡Tan sólo lleva dos días aquí y ya te has ganado una bronca! —soltó Rose por encima del hombro, mientras volvía tras el mostrador.

Rachel se volvió hacia su madre.

—Tan sólo queríamos hablar. —Hizo una pausa antes de continuar: —Le conté lo de Finn.

—¡Dios santo! ¿Y qué hizo ella?

Rachel sonrió. —Amenazó con matarlo.

—Sí, siempre ha sido tu ángel guardián. Pero ¿dices que han hablado? Eso es bueno; Rose está convencida de que hasta ahora te lo habías guardado para ti. Desde luego, a nosotras nunca nos has contado todos los detalles. No puede ser nada bueno tener eso dentro de una, Rachel.

—Lo sé, mamá. Pero había algunas cosas que no quería compartir con ustedes. Sin embargo, con Quinn siempre he podido hablar de todo.

—¿Incluso después de tanto tiempo?

—Sí. Por supuesto, ambas hemos cambiado, pero esa... esa conexión que teníamos sigue ahí. De hecho, va a quedarse en mi casa el resto de su estancia.

—Ah, ¿sí? Pues estupendo. Te vendrá bien un poco de compañía.

—¡Por aquí necesitamos una cocinera! —clamó Rose.

—La jefa está agitando el látigo —le dijo su madre guiñando un ojo—. ¿Te quedas?

—Esperaba que Rose me acercase a casa.

—Tardaremos una hora más en acabar de limpiar —advirtió su madre.

—No pasa nada. Les ayudaré.

Más tarde, mientras Rachel la ayudaba a cargar el lava- vajillas, Rose le dio un codazo.

—Dice mamá que le has contado a Quinn lo de Finn.

—¡Dios! ¿Es que no sabe guardar un secreto?

—No me puedo creer que hayas bajado al río —continuó Rose—. ¿Cuándo fue la última vez que fuiste?

Rachel sonrió.

—Pues supongo que la última vez que Quinn me llevó.

—La echabas de menos, ¿eh?

—Sí, más de lo que creía. Es como si hubiésemos reanudado nuestra amistad justo donde la dejamos, ¿sabes?

—Siempre he sentido celos de su relación —admitió Rose—. Yo nunca he tenido una amiga tan íntima como lo eran las dos.

Rose cerró la puerta del lavavajillas y lo puso en marcha. De inmediato se oyó el zumbido del agua a presión, tan familiar para ambas.

—Sé muy bien que, desde que Quinn se fue, no has tenido ninguna amistad igual de íntima.

—Es cierto.

—Es extraño. Greg y yo tenemos un puñado de amigos, otras parejas con hijos, pero tú has sido mi amiga más íntima. Y sin embargo no he podido reemplazar a Quinn. Has estado más o menos sola. Me preocupas. Ojalá salieses por ahí a divertirte, o te citases con alguien... algo.

—Estoy bien, Rosie, deja de preocuparte por mí.

—El día más emocionante de la semana para ti es cuando te quedas cuidando a mis niños para que yo salga. Acabarás como la vieja señorita Sylvester, lo sé.

.—¿Por qué todo el mundo la llama vieja? Apenas tiene sesenta años.

—Siempre ha vivido aquí, y siempre sola. Por eso.

—Tal vez sea simplemente que no salga con nadie del pueblo porque tenga a alguien fuera de él.

Rose puso los brazos en jarras. —¿Qué es lo que estás diciendo?

—Nada, no me hagas caso.

—¿Has conocido a un tipo de otro pueblo? ¿Quién es? —la interrogó Rose, mirándola con gesto desconfiado.

Rachel hizo una mueca de desesperación. ¡Su hermana no sabía pensar en otra cosa!

—No he conocido a nadie, Rose, créeme. Si así fuese, tú serías la primera en enterarte.

Rose se quitó el delantal y lo guardó dentro del bolso.

—Ya. ¿Quieres venir a comer? Greg va a traer una pizza.

—No puedo, tengo compañía.

—Ah, ¿sí?

—Quinn; va a quedarse en mi casa.

—¿De veras? —Rose la escrutó detenidamente antes de sonreír—. Pueden venir las dos.

—¿Para qué, para pelearme con tus hijas por cada trozo de pizza? No, gracias.

Rose sonrió.

—Me alegro de que tu amiga haya vuelto, Rachel, pero ya sabes que volverá a marcharse, ¿no?

—Lo sé; simplemente, es una alegría volver a verla.

—Cierto. Venga, vamos, te acercaré a casa.

Shadows of the pastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora