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-Siéntate, por favor -dijo el señor Lawrence señalando el sofá de cuero de su despacho; a continuación fue a buscar dos vasos al mueble bar-. ¿Whisky o coñac?

-Coñac, por favor.

Le ofreció un vaso y después se sentó junto a ella en el sofá. Quinn bebió un sorbo en silencio mientras observaba la estancia. Los libros de leyes ocupaban toda una pared, pero las demás estaban repletas de fotos familiares. Reconoció en varias de ellas a sus hijos, chico y chica, junto con los que supuso serían sus nietos.

-Has cambiado muchísimo en estos últimos quince años, Quinn, y lo digo como cumplido. La pilluela que yo recordaba se ha convertido en una hermosa mujer.

-Gracias.

-¿Me permites preguntarte cómo te las arreglaste entonces? Por supuesto, si crees que no es asunto mío no tienes más que decírmelo.

Ella se encogió de hombros.

-Al principio fue duro, muy duro. Cuando conseguí llegar hasta Los Angeles trabajé de camarera durante un año, ahorrando hasta el último centavo. Después entré en la universidad, yendo a clase de día y trabajando por las noches. Salió bien -dijo, repitiendo el gesto.

-Estoy convencido de que tu padre siempre esperó que te pusieses en contacto con él, a espaldas de tu madre. Los primeros años, cuando no conseguían localizarte, estaba fuera de sí, y culpaba de todo a tu madre. Si no fuese por el puesto que ocupaba en la comunidad, estoy seguro de que se hubiese divorciado de ella. Con los años, su relación se fue deteriorando.

Carraspeó un poco antes de añadir: -Disculpa. Seguramente no te interesa nada de esto.

-La verdad es que todo eso me da igual, señor Lawrence.

-Tutéame, por favor.

-Está bien.

-Tal vez esto no signifique nada para ti, pero tu padre se sentía muy orgulloso de su hija.

-¿Orgulloso? ¡Yo era la deshonra de la familia! De hecho, ni siquiera me dirigió la palabra en las dos últimas semanas que estuve aquí. ¡Ni me miraba!

-Bueno... para él fue toda una conmoción, Quinn.

-De eso estoy segura, sobre todo porque el señor Evans y él ya se habían puesto de acuerdo para casarme.

John soltó una carcajada antes de tomar un sorbo de su bebida.

-Esa sí que fue toda una ironía: Samuel se fue a estudiar a una de esas universidades de Ivy League, con la intención de cursar derecho. Lo siguiente que supieron sus padres fue que se había marchado a Nueva York para hacerse actor o modelo.

-¿De veras? ¿Sam?

-Sí.

-¿Y qué tal le fue?

-Me dijeron que llegó a actuar en un par de obras de teatro, en Broadway. Pero -añadió encogiéndose de hombros- murió de sida hace ahora unos diez o doce años.

-¿De sida?

-Sí. Era gay.

Quinn lo miró, atónita.

-¡Menuda ironía, sí! Sería incluso cómico, si no fuese por lo de su muerte.

-Sí, la situación fue bastante extraña. Me parece que para tu madre fue como si el mundo se derrumbase a su alrededor. Te envió lejos por ser homosexual y negarte a contraer matrimonio con Samuel Evans, y resulta que unos años después se entera de que el yerno que había elegido también lo es. Y, créeme, el escándalo que se formó cuando todos se enteraron de que el quarter-back del instituto era gay fue mucho más grande que cuando se supo lo tuyo.

Quinn sonrió, recordando las inocentes citas que había tenido con Sam. ¡Tendría que haberse dado cuenta! Creía que era sólo ella la que se conformaba con mantener su relación platónica, cuando al parecer Sam estaba igual de satisfecho así.

John se puso en pie y fue hacia su escritorio; recogió una gran carpeta y comenzó a darle vueltas nerviosamente entre las manos.

-Tengo algo para ti, y también debemos hablar de unas cuantas cosas. -Quinn lo miró con ojos muy abiertos mientras él abría la carpeta y sacaba un sobrecito blanco. Su nombre estaba pulcramente escrito en él. -Tu padre escribió esto para ti, hace años. Tal como te he dicho, estaba orgulloso del éxito que habías alcanzado sin su ayuda.

Le entregó el sobre y Quinn se quedó unos segundos contemplando su nombre, antes de dejarlo sobre el regazo. No tenía ni la menor idea de lo que querría decirle su padre. Tal vez deseaba disculparse. Bueno, ya lo leería más tarde, si es que lo hacía.

-Este es su testamento. Más tarde haremos una lectura formal, pero he pensado que tú deberías enterarte antes que los demás. Va a haber problemas, de eso no hay duda.

-¿Problemas?

-Sí. Ha dejado una bonita cantidad para tu madre, desde luego, más de la mitad de su efectivo. Pero el negocio, Industrias Fabray, un par de propiedades más y el resto de su fortuna, te la ha dejado a ti.

-¡¿Cómo?!

-Tu tío, que ha estado a cargo del aserradero durante años, puede impugnar el testamento. El no poseía más de un cuarenta por ciento del aserradero original, pero debes comprender que este no era más que una diminuta porción de Industrias Fabray. Y, además de tu tío, puedes estar segura de que tu madre también lo impugnará.

-¡Dios santo, John! ¿Cómo se le ocurrió mencionarme siquiera en su testamento?

-Podría pensarse que fue un intento de compensarte por lo que ambos te hicieron, pero en realidad fue porque él te quería de veras.

-Pues no puedo aceptarlo. ¡No necesito su dinero, y además no lo quiero!

-Lo comprendo. Yo no soy más que su abogado y testamentario, encargado de cumplir sus deseos. Si decides vender el negocio o cedérselo a tu tío o a tu madre, eso es cosa tuya. Probablemente no tienes ni la menor idea de lo que vale, pero es mucho, Quinn. Sus negocios no se limitaban al aserradero. Lo cierto es que, aunque es bien sabido que hace años respaldó al banco en una crisis, la gente no sabe que, si él retirase su dinero, el banco se hundiría. Industrias Fabray lo controla por completo.

Hizo una pausa antes de concluir: -Tal vez si te das un poco de tiempo para digerir toda esta información, acabes decidiéndote a aceptarlo.

Quinn se puso en pie y comenzó a recorrer la estancia de un lado a otro. Esto sí que no se lo esperaba. ¡Dios, menuda ironía! Si a su madre no le daba un ataque con sólo saber que estaba en el pueblo, esta noticia seguramente la mataría.

-¿Dices que controla el banco? -preguntó en voz baja.

-Sí.

-¿Cómo?

-El banco se fundó en la época de tu abuelo. Sin embargo, las decisiones erradas que fueron tomando en sus negocios a lo largo de los años dejaron al banco con una desesperada necesidad de capitales. Tu padre les hizo ese favor, utilizando Industrias Fabray. A cambio se aseguró préstamos para construir nuevas plantas a un interés excepcionalmente bajo. Ahora mismo el banco está perfectamente saneado: hace unos años, tu padre contrató a un asesor financiero de Cleveland para que supervisase las inversiones y tal. Oficialmente no tiene nada que ver con el banco, ni es el presidente -ese honor recae en el señor Wells-, pero él tiene la última palabra en todo. Tu padre confiaba plenamente en ese asesor.

Quinn no sabía qué decir. -¿Y mi madre no sabe nada de esto?

-No. Ella cree que tu padre tenía tan sólo una pequeña participación en el banco, y supongo que cree que ella la heredará, junto con el aserradero y todo el negocio, por supuesto.

-¡Santo Dios! -murmuró Quinn. John sonrió.

-No; al hermano Garner lo dejó fuera del testamento.

Shadows of the pastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora