16

1K 73 0
                                    

Rachel sostenía la carta en una mano y una taza de café en la otra, mientras las palabras se iban volviendo borrosas ante sus ojos. Alzó la vista hacia Quinn y volvió enseguida a bajarla hacia la carta, hasta finalizar su lectura.

-No... no sé qué decir -dijo Rachel dejando la taza de café a un lado para limpiarse los ojos. -¿Cómo te sientes? -añadió, alzando la vista hacia su amiga.

Quinn se encogió de hombros. Había tenido toda la noche para pensarlo, pero la culpabilidad que sentía no había aminorado.

-No tienes por qué sentirte culpable, Quinn. Él sabía dónde estabas. ¡Joder, incluso viajó hasta Los Angeles! Podría haberte visto si hubiera querido.

-Lo sé, pero creo que sabía que yo no quería que lo hiciese.

-¿Y te sientes culpable porque no querías que él intentase verte?

-Ya sé que es una estupidez.

Rachel asintió. No sabía qué podría decir para que su amiga se sintiese mejor. Quinn tendría que hacer las paces consigo misma, aunque Rachel odiaba ver cómo se estaba castigando por algo que estaba fuera de su control. Su madre lo había puesto todo en marcha quince años atrás, y Quinn lo aceptó en lugar de combatirlo. Rachel tendió la mano por encima de la mesa para estrechar cariñosamente la de su amiga.

-Nada de esto es culpa tuya, Quinn. No eras más que una niña. No tuviste más remedio que aceptar lo ocurrido y seguir adelante.

Quinn contempló sus manos entrelazadas. Sin pensarlo siquiera, su dedo pulgar acarició ligeramente la suave piel de su amiga. Notó que la mano de Rachel se tensaba. Alzó la vista y miró aquellos ojos marrones que tenía frente a sí. Carraspeó y apartó la mano, comprendiendo por fin lo que acababa de hacer.

-¿Qué has planeado hacer hoy? -preguntó Rachel.

Al mismo tiempo que hablaba, cruzó las manos sobre el regazo, rozando con los dedos la zona que Quinn había acariciado. Había sido extraño, pero bonito. Quinn y ella siempre habían sido muy cariñosas la una con la otra. De repente recordó un momento, en su época del instituto, en el que notó que su corazón se desbocaba al tocar a su amiga, tal como le había ocurrido ahora. Fue en una de las escasísimas ocasiones en que habían salido los cuatro juntos, ellas y sus novios. Finn los llevó a los billares del pueblo, un lugar al que ninguna de ellas quería ir.

●○●

-No sé jugar al billar, Quinn, ya lo sabes.

-Es fácil, yo te enseñaré.

Rachel alzó la vista, temerosa de que Finn interviniese en la conversación, pero este prendió un cigarrillo y volvió a la barra para beber a hurtadillas un poco de cerveza del vaso de sus amigos mayores de edad. Sam estaba sentado muy tieso en un taburete cercano a la mesa de billar, mirando a su alrededor muy nervioso.

-Creo que a Sam no le gusta este sitio -susurró Rachel.

-No me extraña, estamos en el paraíso de mala muerte.

-Podríamos irnos -sugirió Rachel.

-Por desgracia hemos venido en el coche de tu novio, y creo que aquí se siente a sus anchas. -Quinn escogió un taco de billar y lo alzó para comprobar que estaba bien recto antes de rodarlo sobre la mesa. -Este valdrá -dijo, entregándoselo a Rachel antes de coger otro-. Sam, ¿quieres jugar?

El muchacho negó con un gesto. -Miraré solamente.

Quinn cogió el cubo de tiza azul y frotó la punta de su taco. Acto seguido se acercó a Rachel. -Toma, frota la punta. Eso evita que resbale al golpear la bola.

Shadows of the pastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora