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Quinn aguardó pacientemente en la sala de conferencias a que fuesen entrando los encargados y sus ayudantes. Nerviosa, bebió un sorbo de la botella de agua que le había traído la señora Willis y sonrió gentilmente a la mujer. La secretaria de su padre estaba sentada muy erguida a su lado, con su bloc y su bolígrafo, dispuesta a tomar nota de todo, tal como le había indicado Quinn. Encendió el portátil, alegrándose de que existiese acceso inalámbrico a la red.

No conocía personalmente a nadie, pero Greg le había proporcionado una contraseña que le permitía acceder a la red: no tenía restricciones, de modo que pudo entrar en todos los archivos, incluyendo los de personal. Algunas de las fotos eran claramente antiguas, pero no le costó poner nombre a los rostros que iban entrando en la sala. De pronto vio aparecer a Ron Peterson con su ayudante, David Jiménez, y le hizo un discreto gesto de reconocimiento a Greg, sentado frente a ella.

A continuación, se inclinó hacia un lado y le susurró a la señora Willis: —¿Están todos aquí?

—De contabilidad sólo hay dos. ¿Esperabas que viniesen todos los del departamento?

—No.

Quinn miró a John. Cuando el abogado se disponía a tomar la palabra, ella se puso en pie.

—Gracias a todos por venir —dijo, pasando la vista por toda la sala para afrontar las miradas de curiosidad de los presentes—. Me llamo Quinn Fabray. Como supongo que ya todos saben a estas alturas, desde el fallecimiento de mi padre soy la única dueña de Industrias Fabray.

Algunos asintieron, pero los demás se limitaron a mirarla fijamente, sin reflejar emoción alguna.

Quinn comenzó a pasear alrededor de la mesa de reunión, preguntándose cómo abordar aquello. Soltar de pronto que Greg era el nuevo jefe no sería muy apropiado. Más fácil, sí, pero no apropiado. No: debía argumentar su decisión.

—Obviamente, no tengo ninguna experiencia en empresas madereras —dijo, hundiendo las manos en los bolsillos para intentar calmar su nerviosismo—. Según me han dicho, era mi padre el que tomaba todas las decisiones referentes a la empresa. Así pues, vamos a necesitar...

—Discúlpeme, señorita Fabray. Permita que le ahorre tal vez un poco de tiempo. Soy Ron Peterson, el encargado de planta más antiguo.

Había sido incluso demasiado fácil. Quinn se sintió orgullosa de sí misma por haber conseguido reprimir la sonrisa. Le hizo un gesto de mudo asentimiento, cediéndole el protagonismo.

—Hemos estado hablando entre nosotros sobre la situación creada, y ya me he reunido con John para discutirlo.

Quinn miró de reojo a John, preguntándose por qué no la había informado de aquello.

—He trabajado con su padre durante más de veinte años. ¡Caray, si hasta la recuerdo a usted cuando no era más que una adolescente! —Añadió con una risita—. Creo que todos estamos de acuerdo en que soy el único de los presentes lo suficientemente cualificado para hacerse cargo de la gestión de la empresa.

—¿Es eso cierto? —Preguntó Quinn, reanudando su paseo alrededor de la mesa— Usted se encarga de los tableros de aglomerado, ¿no es así?

—Sí, señora. Así ha sido, desde el principio.

—¿Y sin embargo le parece estar cualificado para encargarse de todas las plantas?

—Bueno, obviamente, al llevar aquí veinte años, uno acaba aprendiendo un poco de todo.

—Entiendo. Entonces, si por ejemplo le pregunto cuántos contratos de postes de creosota tenemos pendientes, ¿lo sabría usted?

El hombre miró hacia Mark Edwards. —Bueno, tendría que preguntárselo a Mark.

Shadows of the pastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora