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Quinn giró hacia la calle que la llevaría hasta la Primera Iglesia de Lima.

Pudo verla por entre los árboles, justo encima de la colina, dominando como siempre el pueblo, vigilando a los vecinos mientras se dedicaban a sus quehaceres diarios. El hermano Garner disfrutaba de las mejores vistas de la ciudad, allí sentado juzgando a la gente. Oh, recordaba muy bien sus sermones dominicales. Había vivido aterrada por él: aquel hombre parecía saberlo todo de todo el mundo. Y cuando su madre la había conducido hasta allí, confesándole que su hija era una pecadora, Quinn había estado a punto de retractarse de todo, tan sólo por no tener que sentarse allí, frente a él, y escuchar sus palabras.

Y sin embargo al final no lo hizo. No pudo. De hecho le dijo que se fuese a la mierda.

Estaba casi segura de que había sido el hermano Garner quien sugirió lo del autobús a Columbus.

Estacionó su automóvil lejos de los demás, intentando darse algo de tiempo para prepararse. Debería haber quedado con Mary y John para encontrarse con ellos en algún lado.

Lo último que deseaba era entrar sola en la iglesia, imaginándose que todos los ojos se clavaban en ella. Sin embargo, su ansiedad se mitigó ligeramente al distinguir dos rostros familiares que caminaban por la acera. Salió rápidamente del coche y se apresuró a alcanzarlos.

—¡Hola, chicas!

—¡La mierda!

Quinn sonrió. —¿Qué pasa?

—No te ofendas, Quinn, pero verte con falda y maquillada es como ver a mi padre en bragas y sujetador —se burló Rose.

Rachel se tapó la boca con la mano para disimular la risa, pero sus hombros se estremecieron.

—Muy simpática. Había olvidado tu malvado sentido del humor, Rose.

—Pero estás muy guapa, ¿verdad, Rachel?

—Adorable —contestó Rachel, rozando el brazo de Quinn—. ¿Dónde piensas sentarte?

—Supongo que con Mary y John. ¿Quieren acompañarme, chicas?

—No me lo perdería por nada del mundo. ¿Te imaginas los comentarios que habrá en el café el lunes por la mañana?

—¡Rose!

—No pasa nada; seguramente tiene razón. Además, no me vendría mal tener cerca algún rostro amigo —admitió Quinn.

—¿Estás segura de que estaremos a salvo si entramos contigo? —Preguntó Rachel—. Lo digo por los rayos y las centellas.

—Ah, veo que ambas se han levantado muy chistosas. Pero sí, creo que estarán a salvo.

Las tres ascendieron por la larga escalera de piedra hasta la puerta principal de la Iglesia, sin que Quinn hiciese el menor caso a las miradas curiosas que les dirigían.

—Me temo que tu buena reputación se ha ido al carajo —susurró a Rachel.

—La verdad es que no suelo venir mucho a la iglesia, Quinn.

—¿No? ¿Por qué?

Rachel se encogió de hombros. —Es una larga historia.

—Parece que tienes varias largas historias que contarme. Me pregunto si tendremos tiempo suficiente.

—Por cierto, ¿cuánto tiempo piensas quedarte? —quiso saber Rose.

—Hasta mediados de semana. En realidad, todavía no lo he decidido. Claro que para entonces tal vez Mary esté cansada ya de tener invitados. Puede que eche un vistazo al nuevo motel del que me habló.

Shadows of the pastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora