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Volvieron a casa en completo silencio. Quinn fingía contemplar el atardecer, y Rachel simulaba estar atenta a la carretera.

Salieron temprano de la casa de Rose, desde luego antes que todos los demás. Pero Rachel se dio cuenta de que no hacía más que mirar a Quinn y de que lo único que deseaba era estar a solas con ella. O hablar, tal vez. O tal vez no. Notó que la invadía un extraño nerviosismo que no sabía definir. Si algo salía de aquello, de aquello que había entre ambas, tendría que ser ella la que lo pusiese al descubierto, porque Quinn nunca lo haría, igual que tanto tiempo atrás no había sido capaz de confesarle que sentía algo por ella, algo que iba más allá de la pura amistad.

Cuando aminoró la velocidad, esperando a que se abriese la puerta del garaje, Rachel notó que crecía la tensión en el interior del vehículo, y supo que Quinn también lo había notado. Se preguntó si su amiga tendría miedo, ahora que sabía que estaban solas y que nadie las interrumpiría. Pensó que era extraño que no hubiesen hablado en absoluto del beso que habían estado a punto de darse la noche anterior. Extraño pero no inesperado, porque Quinn nunca se atrevería a sacar el tema.

Ambas salieron del coche y cerraron las portezuelas al unísono. Quinn le cedió el paso amablemente cuando iban a entrar en la cocina, y Rachel pudo ver que sus ojos erraban de un lado a otro, fijándose en lo que fuese con tal de evitar mirarla a ella.

Quinn entró en la sala, con la intención de escabullirse hacia la habitación de invitados. Cerraría la puerta, encendería el portátil, revisaría el correo, trabajaría... cualquier cosa antes que pensar en la mujer con la que compartía la casa.

—¿Quinn?

Se detuvo en el vestíbulo. La penumbra no dejaba ver la expresión de miedo que tenía pintada en el rostro. No se volvió.

—¿Sí?

Notó que Rachel se acercaba por su espalda. —Ya no tenemos diecisiete años.

Quinn tragó saliva y por fin se volvió. —Lo sé.

Rachel dio otro paso hacia ella. —Quinn, ¿alguna vez... alguna vez has tenido fantasías sobre mí? —Quinn la miró a los ojos, envueltos en la penumbra, pero no pudo contestar. —¿Te imaginabas cómo sería... besarme?

Quinn cerró los ojos. El corazón le latía tan fuerte que podía oír cómo resonaba su eco en el vestíbulo.

—Respóndeme —suplicó Rachel en un murmullo.

—Sí —musitó Quinn.

En ese momento, notó que la mano de Rachel se posaba sobre su vientre y comenzaba a ascender.

—¿Te imaginabas acariciándome?

Quinn notó que el pulgar de Rachel subía por entre sus pechos y apenas pudo reprimir un gemido.

—¿Te lo imaginabas, Quinn?

—¡Sí!

Rachel se acercó aún más, y sus muslos se rozaron. La mano de Rachel temblaba mientras seguía ascendiendo por entre los pechos de Quinn y más arriba, acariciando suavemente con el pulgar el agitado pulso que latía en el cuello de su compañera.

—¿Pensabas también que yo te acariciaría a ti? —susurró Rachel.

—¡Rachel...!

—Responde, ¿lo pensabas, Quinn?

Quinn no pudo soportarlo más. Sujetó a Rachel por los brazos, la llevó contra la pared y apoyó el cuerpo sobre el de ella, sujetándola allí. Se miraron con ojos igualmente ardientes.

Notó que Rachel se estremecía entre sus brazos.

—Yo también tenía fantasías contigo, Quinn.

Shadows of the pastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora