7

852 79 3
                                    

—Ha sido estupendo volver a ver a Quinn, ¿verdad? —dijo Rose mientras ayudaba a su madre a limpiar.

—Sí que lo ha sido. Fue casi como en los viejos tiempos —contestó Rachel.

Se había sorprendido mucho al ver cómo, después de quince años de separación, ambas habían podido hablar y bromear como si no hubiese pasado ni un día.

—¿Le... le contaste algo?

Rachel negó con un gesto. —No pudimos estar a solas durante mucho rato. Además, no tengo claro si quiero o no sacar todo eso a relucir.

Rose la agarró del brazo cuando pasaba a su lado, apretándolo cariñosamente.

—Tú misma me dijiste que Quinn era la única persona a la que podías contárselo todo. Y sé muy bien que nunca has hablado con nadie de esto.

—¿Cuánto tiempo ha pasado ya, seis años? Creo que lo tengo más que superado — insistió Rachel.

—De eso nada. Lo has mantenido ahí dentro, embotellado, como si una pudiese volver a ponerle el corcho a una botella de vino malo y esperar a ver si algún día se convierte en un rico chardonnay.

—¿Estás comparando mi vida con una botella de vino malo?

—Sabes perfectamente lo que quiero decir, Rachel. Tienes que abrirte, sacarlo afuera y comenzar de nuevo. ¿Has pensado siquiera en volver a salir con alguien? No puedes pasarte sola toda la vida tan sólo porque un imbecil te hiciera aquello.

—No es que Lima rebose de hombres adecuados, Rose, por mucho que yo quisiera salir con alguien... que no es el caso —añadió.

—Ahí es a donde quería yo llegar: que no quieres. Y eso no está bien, Rachel. Tienes que buscar a alguien. Tienes ya treinta y tres años. Es hora de que tengas tus propios hijos, para que pueda yo intentar compensar el daño que les has hecho a los míos.

—¿Qué quieres decir?

—¡Lo sabes de sobra! Los malcrías terriblemente. Ya no puedo controlarlos siquiera. Ten tú un par de niños y te devolveré el favor.

Rachel se echó a reír y detuvo un momento sus quehaceres para dar a su hermana un beso en la mejilla.

—Gracias, hermanita, pero me gusta todo tal y como está ahora. Así no tendré que pagarles la universidad.

—Pues como no te andes con cuidado enviaré a Lee Ann a vivir contigo.

—¡No olviden apagar las velas, chicas!

—¡Yo me ocupo, mamá!

Rachel se acercó a la mesa plegable y apagó de un soplido las dos altas velas que aún seguían encendidas.

—¿Sabes cuánto tiempo piensa quedarse?

—¿Quinn? En realidad no lo dijo. Supongo que el fin de semana. Claro que, si va a ver a su madre, puede que decida irse antes, lo cual sería bastante comprensible.

—Ya te digo. ¿Te imaginas a cuántas enfermeras voluntarias habrá hecho llorar?

Rachel hizo una pausa. —¿Crees que habrá ido alguien a verla? Quiero decir, ¿tiene amigos?

—Claro que tiene amigos. Está la Asociación Femenina, los del club de campo y todas esas mujeres que conducen esos enormes cochazos. Amistades de ese tipo.

—Ah, claro, por supuesto. ¿En qué estaría yo pensando?

—¡No me digas que te da lástima!

—No, no me la da: lo que pienso es que es una vergüenza que sea él quien haya muerto, ¿sabes? Era una buena persona.

—Para vivir con ella hay que ser casi un santo.

—¡Niñas! ¿Qué es lo que están cotilleando ahora?

—Nada, mamá, ya vamos.

●●●

Más tarde, mientras conducía de vuelta a casa, Rachel se vio desbordada por los recuerdos de infancia, y se echó a reír al pensar la multitud de aventuras a las que Quinn la había arrastrado.

No nos meteremos en ningún lío, Rachel, porque nadie se enterará.

Aquí sólo vienen los chicos mayores —insistió Rachel.

Nosotras somos mayores.

¡Tenemos doce años!

Exacto. Y aún puedo sonarle los mocos de un guantazo a Puckerman.

Rachel se imaginó lo que ocurriría si Noah Puckerman las pillaba en su lugar preferido, junto al río. Era tres años mayor que ellas, y por alguna extraña razón disfrutaba atormentando a Rachel. Quinn había acudido a rescatarla en más de una ocasión. La última vez hizo sangrar la nariz de Puck de un certero puñetazo en el rostro.

Rachel rio a carcajadas dentro del coche. Hacía años que no lo recordaba. Y sí, aquel día las pillaron en el río.

Era poco profundo y el agua bajaba bastante turbia, pero en algunas partes de aquel perezoso río había zonas más hondas, perfectas para nadar en los calurosos días de verano, aunque la mayoría de aquellas pozas estaban monopolizadas por los chicos del instituto. Como si fuesen bandas callejeras protegiendo su territorio, cada grupo poseía la suya y no la compartía con nadie. ¡Y mucho menos con dos mocosas de doce años! Y sin embargo, Quinn había tirado de Rachel mientras se abría paso por entre los árboles, después de haber escondido sus bicicletas entre los arbustos. La mejor poza pertenecía al hermano mayor de Puck, y Quinn estaba completamente decidida a acabar con aquella pandilla.

Había sido un sábado por la mañana, temprano aún. No había nadie por los alrededores. Ambas se quitaron lo puesto hasta quedar en ropa interior y se zambulleron, disfrutando de la frescura del agua en aquella ardiente mañana de verano. La diversión no duró mucho: Quinn los oyó primero, y tiró de Rachel para sacarla del agua. Mientras se vestían a toda prisa, apareció Puck con dos de sus amigos.

¡Vaya, miren lo que tenemos aquí, Mocosa Uno y Mocosa Dos! ¡Por ellas, chicos!

Rachel cogió sus zapatos y comenzó a correr, pero Quinn se mantuvo firme en su lugar. Cuando ya estaba cerca de los árboles, Rachel se detuvo y la miró con asombro.

Quinn, ¿qué haces? ¡Vamos!

¡No! No les tengo miedo.

Fue entonces cuando Rachel se dio cuenta de lo mucho que había crecido Quinn ese verano. Allí estaba, muy derecha, todavía descalza pero vestida. Los tres chicos la rodearon, y Quinn se echó a reír: todos eran más bajos que ella.

Esto no parece muy justo, chicos. Tal vez debería atarme una mano a la espalda —los provocó.

Rachel rio de nuevo. Todavía podía ver a Quinn allí de pie, arrojándolos al río uno detrás de otro, vestidos como estaban. Por supuesto, no tardaron mucho en oír al hermano de Puck, y esta vez Quinn sí que corrió. Ambas montaron en sus bicis y pedalearon a toda velocidad por la pista de tierra, oyendo todavía los insultos que Puck les dedicaba.

Quinn la había convencido para hacer muchas otras cosas, sí, pero ¡cuánto se habían divertido! Comprendió que la habría seguido hasta el fin del mundo. Bueno, más bien la siguió, se corrigió a sí misma. Y sin embargo, cuando ambas crecieron, en el último año del instituto, algo empezó a cambiar en su relación. Quinn tonteaba con Samuel Evans y Rachel salía con Finn Hudson. Los muchachos no se podían ver el uno al otro, lo que significaba que no salían los cuatro juntos. Eso por no mencionar que Quinn odiaba con toda su alma a Finn Hudson. En más de una ocasión había intentado convencerla para que lo dejase, pues creía que no era bueno para ella.

Al final resultó que tenía razón.

Shadows of the pastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora