El avión de Columbus iba atestado de gente, incluso a aquellas intempestivas horas de la mañana. Quinn intentó estirar un poco sus largas piernas, sin hacer caso del joven que a su lado tamborileaba nerviosamente con los dedos sobre sus propios muslos.
—Es mi primera vez —dijo por fin.
—Comprendo —murmuró ella.
—¿Y usted?
—No.
Sacó el portátil, esperando que eso acabase con sus intentos de entablar conversación.
Ella también estaba nerviosa, aunque no tenía nada que ver con el hecho de volar. Se apartó el mechón de la frente, decidida a trabajar un poco, pero su mente comenzó a vagar. Hacía tanto tiempo que no pensaba siquiera en sus padres que apenas podía recordar su aspecto. Sin embargo, recordaba claramente el día que la echaron de casa. Se vio a sí misma con los desteñidos vaqueros y las gastadas deportivas, mientras su madre iba tan atildada como si fuese a acudir a un cóctel en el club de campo.
—Te hemos comprado un billete a Columbus. Donde vayas desde allí es cosa tuya.
—¿Por qué me hacen esto?
—Lo sabes perfectamente, Quinn. Somos el hazmerreír de Lima, por no hablar de la Asociación Femenina. ¡No podemos permitir que esto continúe, y tú pareces convencida de que has nacido así! Piensa en tu padre. No lo volverán a elegir el año que viene. ¡Te digo que somos el hazmerreír!
Quinn cerró los ojos, recordando el dolor que sintió ese día. En ese mismo momento juró que nunca regresaría, pasase lo que pasase. Y sin embargo allí estaba, volando hacia Columbus.
Deseaba creer que la habían enviado lejos para que reaccionase, para asustarla tal vez.
Pero ella era demasiado orgullosa y testaruda. Después de su valiente declaración unas semanas antes, dejando claro que no pensaba casarse con Samuel Evans porque a ella le gustaban las chicas, su padre se había negado a mirarla siquiera, y mucho menos a dirigirle la palabra. Por mucho que ella lo intentase, su padre se limitaba a darle la espalda. Su madre, sin embargo, aprovechaba cualquier oportunidad para decirle que estaba entre las garras del diablo, y que seguramente el hermano Garner podría convencerla para que depusiese su actitud. Obligó a Quinn a soportar dos sesiones con él, en las que se suponía que Garner intentaba «curarla». Había sido algo que nunca podría olvidar.
Sus labios dibujaron una breve sonrisa, si no fuese porque era a ella a quien le estaba sucediendo, todo aquello le habría parecido muy cómico.
Esa semana pareció durar una eternidad. Los rumores no tardaron en circular por toda la ciudad, y pudo notar que todos los ojos estaban fijos en ella, especialmente en el instituto. De repente, todas sus amigas la evitaban, y el vestuario de las chicas estaba sospechosamente vacío cuando le tocaba ir a la ducha.
—¡Panda de imbéciles! —murmuró.
Todas excepto Rachel. Ella nunca la evitó. Parecía completamente desconcertada por la reacción de todos los demás, pero no lo mencionó ni una sola vez.
Quinn volvió su atención al portátil, llena de buenas intenciones. Posó suavemente los dedos sobre las teclas, negándose a permitir que la invadiesen los recuerdos. Aquello era parte de una vida anterior, y no le haría ningún bien volver a removerlo. Y sin embargo, ¿por qué regresaba entonces? ¿Para finiquitarlo todo? ¿Para enfrentarse a su madre? ¿Para que todo el pueblo supiese que había triunfado después de tener que salir huyendo de detrás del telón de pinos?
Dudaba de que alguien se acordase aún de ella. A nadie le importaría lo más mínimo.
Horas después se encontró intentando abrirse paso entre el tráfico de Columbus, que, sí, era bastante denso, pero nada comparable a la hora punta en San Francisco, tanto a la entrada como a la salida. Consiguió orientarse lo suficiente para encontrar la interestatal, y poco después del mediodía se dirigía ya al este por la I-33. Había alquilado intencionadamente el automóvil más caro que pudo encontrar. Se dijo a sí misma que era para ir más cómoda, aunque en el fondo sabía que no era esa la razón. Aquel Lexus llamaría poderosamente la atención en Lima.
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Shadows of the past
RomanceUna romántica historia llena de sensualidad en la que Quinn se encuentra ante un dilema: volver a entrar de nuevo en el armario o recuperar la libertad que le ofrecía su vida en Los Ángeles.