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Quinn disponía de un día libre antes del funeral, de modo que aceptó el consejo de Mary y fue hasta la ciudad, posponiendo sus planes originales de jugar al golf. No se juega al golf el día antes del funeral del padre de una, por muy buen tiempo que haga.

Así pues, fue en coche de nuevo hacia el centro. A la luz del día, los edificios tenían un aspecto mucho más deteriorado, y también parecían más pequeños. Lima no había cambiado mucho en realidad. La panadería de Dobson seguía estando en la misma esquina, cerca de la carnicería. Notó que le brotaba una sonrisa al distinguir el letrero del café: «CAFÉ BERRY. SÓLO BUENA COMIDA». ¡Dios, qué recuerdos! El establecimiento había pertenecido a la familia de Rachel desde siempre, y ella había pasado allí muchas mañanas de sábado, ayudando a esta y a su hermana Rose a lavar los platos, en la cocina, para consternación de su madre, pues consideraba que un bar no era el lugar apropiado para la hija del alcalde. De repente, decidió que necesitaba una taza de café.

Tal vez estaría la señora Berry. No estaría mal poder saludarla, al menos.

La campanilla repicó al abrir la puerta. Miró hacia arriba, segura de que era la misma campanilla que ella recordaba después de tantos años. Quedaban unos cuantos clientes desayunando todavía, y algunos de ellos la miraron con curiosidad, pero nadie interrumpió su conversación. Se acercó resueltamente a la barra, se sentó en uno de los taburetes de siempre y aguardó. Sonó otra campanilla y se oyó un grito de «¡Pedido listo!» procedente de la cocina. Una joven tomó los dos platos y salió a toda velocidad a servir el desayuno en una de las mesas.

-¡Vaya, que me unten con mantequilla y digan que soy un cruasán! ¡Mira a quién tenemos por aquí!

Quinn dio media vuelta y se encontró a Rose Berry mirándola fijamente, una Rose mayor y más rechoncha que la chiquita que solía acompañarlas a Rachel y a ella.

Esbozó una sonrisa y alzó la ceja, sin saber bien cómo iría a tomar su presencia allí.

-Me sorprende que me hayas reconocido.

-Querida, no hay nadie más en el mundo que posea esos ojazos -contestó Rose, soltando una carcajada mientras se acercaba-. ¿Debería apartarme de ti, por si de pronto comienzan a caer rayos?

-Tal vez no sería mala idea.

-No creí poder volver a verte, Quinn. ¿Cómo te va?

-Yo... bueno, bien.

-Siento lo de tu padre, aunque la verdad es que no creímos que fueses a venir para el funeral. Precisamente lo estuvimos hablando Rachel y yo anoche. Nos preguntábamos si alguien se molestaría siquiera en avisarte.

-Ah, ¿sí? ¿Qué tal está Rachel?

-¿Rachel? Oh, estupendamente. Es la dueña de la tienda de regalos Hallmark del nuevo centro comercial.

Rose se sirvió una taza de café y se sentó frente a Quinn. -Así que has vuelto -continuó-. ¿Dónde te han encontrado?

-En Monterrey.

-¿Y eso dónde es, en California?

Quinn asintió. -Al sur de San Francisco.

-Vaya, pues debe de ser el sitio ideal para ti, porque tienes un aspecto estupendo.

-Gracias. Tú apenas has cambiado, Rose.

-Oh, vamos, ¿a quién intentas engañar? Esto es lo que le hace a una el tener cuatro hijos antes de los treinta -contestó señalándose a sí misma-. Eso y la comidita de mamá.

-Pues estás muy bien. Eras demasiado flacucha.

-Sí que lo era, pero me comí a esa niña hace años -contestó Rose con una carcajada -. Espera, voy por mamá. Seguro que querrá saludarte.

Shadows of the pastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora