Quinn se quedó junto al balcón, maldiciendo la niebla. Ya casi era junio: ¿dónde se había metido el sol?
Pero ella sabía bien dónde estaba: su sol estaba en un pueblecito de Ohio. Se llevó la mano al pecho, intentando ahuyentar el dolor. Aquellas seis semanas no habían aliviado ni lo más mínimo la pena que sentía en el alma.
Volvió al interior de la casa. Su mirada recorrió la familiar estancia, la mesa de trabajo y el ordenador, que parecía hacerle una mueca burlona. Desde su vuelta no había sido capaz de escribir nada. Había hecho un par de desganados intentos, pero no conseguía mantener un ritmo fluido de trabajo. Lo único que la salvaba era que no tenía una fecha de entrega amenazadoramente pendiente: había acabado con las correcciones antes de abandonar Lima.
Antes de abandonar a Rachel.
En ese momento, marcharse le había parecido lo más sensato. Cuanto más tiempo se quedase allí, más implicada se sentiría. Y también Rachel. Cerró los ojos. Seguía siendo capaz de recordar, con meridiana claridad, la boca de Rachel sobre su piel. Si se hubiese quedado habrían continuado con su «aventura», su enredo secreto. Y Quinn sabía que, al menos por una temporada, se habría conformado con ocultar su relación. Pero no indefinidamente. Aquello no iba con su manera de ser. Había escapado de la ciudad una vez porque se negaba a esconderse, y no iba a empezar a hacerlo ahora. Pero Rachel, ¡oh, Rachel no era capaz de asumirlo abiertamente! Su familia y su negocio eran lo primero para ella.
La verdad es que era irónico. Rachel se preocupaba por la posibilidad de perder su negocio, cuando allí estaba Quinn, con tanto dinero que ni sabía qué hacer con él. Decir que se había quedado anonadada al enterarse de a cuánto ascendía la riqueza de su padre era quedarse muy corta. Obviamente, para Judith también había sido una sorpresa. La porción que le había dejado a su madre le permitiría vivir con todo el lujo que desease por el resto de su vida. Y sin embargo era evidente que eso no había sido bastante para animarla a retirar la demanda presentada, a pesar de que dos jueces habían dictaminado en su contra. John Lawrence le dijo que la otra opción que tenía Judith era impugnar el testamento y la donación de Maderas Lima a Quinn. Además, al parecer conservaba gratos recuerdos de la casa de la playa en Padre Island, porque también la quería para ella.
Quinn movió la cabeza de un lado a otro: no podía comprender la obsesión de su madre con Industrias Fabray, con el aserradero, con su propia hija. ¿Para qué querría el quebradero de cabeza de ser la propietaria de Industrias Fabray, cuando ahora disponía de millones de dólares y todo el tiempo libre del mundo para gastarlos?
Claro que en realidad no había sido ningún quebradero de cabeza. Greg y ella se comunicaban casi a diario por correo electrónico, y hablaban por teléfono un par de veces a la semana. La verdad era que Greg hacía que todo fuese como la seda. Por esa parte no sentía ninguna preocupación.
No, sus únicos motivos de inquietud eran personales, como, por ejemplo, ¿se recuperaría alguna vez de lo de Rachel? ¿Cuándo sería capaz por fin de continuar con su vida? ¿Y cuándo iba a permitir que otra mujer la tocase?
Miró de reojo el teléfono que había junto al ordenador. Todos los días tenía que batallar consigo misma para reprimir sus deseos de llamar a Rachel y enterarse de cómo le iba.
Obviamente debía de irle a la perfección. Desde luego, Rachel tampoco la llamaba a ella.
Después de la primera llamada a Greg, en la que se interesó por ella brevemente, tanto él como ella misma evitaron el tema.
Y Greg no era ningún estúpido: seguro que se imaginaba perfectamente el motivo de su repentina marcha. ¡Seguro que todo el mundo lo sabría! Sin embargo, lo que le había contado seguía inquietándola. Dijo que Rachel había estado muy callada, que había vuelto a apartarse de ellos, igual que hiciera después de su divorcio. La idea de que Rachel se hubiese alejado de su familia, de que estuviese sola, la preocupaba más de lo que querría admitir. Sí, era culpa suya, en parte. Pero también era culpa de la propia Rachel. Ella nunca habría llevado su relación hasta un nivel tan íntimo si no fuese porque Rachel lo había iniciado. Porque ella sabía bien que Rachel no podría manejar aquella situación y que acabaría teniendo que irse de nuevo.
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Shadows of the past
RomanceUna romántica historia llena de sensualidad en la que Quinn se encuentra ante un dilema: volver a entrar de nuevo en el armario o recuperar la libertad que le ofrecía su vida en Los Ángeles.