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Rachel se sintió decepcionada al ver que el automóvil de Quinn no estaba en la entrada cuando llegó a casa. Decepcionada, pero no necesariamente sorprendida. Seguramente, Quinn estaba intentando eludir la confrontación que daba por sentado que iba a producirse al regresar ella a casa. Rachel no pensaba provocar ninguna confrontación, pero tenían que hablar: ella lo necesitaba urgentemente.

Se dio cuenta de que ya había superado la conmoción inicial que sintió al advertir que acababa de hacer el amor con Quinn. El día anterior, la noche anterior, lo había visto todo tan claro... Sin embargo, con la luz del día le entró el pánico. Y ahora... bueno, ahora había tenido todo el día para acostumbrarse a la idea, para aceptarlo. Además, lo que Quinn y ella habían hecho la noche anterior no había sido más que la expresión física de lo que sentían la una por la otra, de lo que habían sentido años atrás y que desde luego seguían sintiendo ahora, ya adultas.

Cuando Quinn la tocó, cuando le hizo el amor, Rachel descubrió de pronto que todo lo que había sentido por ella tenía sentido, que encajaba: su total disposición para seguirla a todas partes, cuando era niña, por el puro placer de estar con ella; y más tarde, ya adolescente, sus enormes deseos de que Quinn la tocase. Ambas habían estado tan apegadas la una a la otra que para ellas era algo completamente natural tocarse mientras charlaban.

Y ahora de adultas, esa necesidad de tocar y ser tocadas era más fuerte que nunca.

La noche anterior habían dejado de resistirse a esa urgencia. Ya no podían reprimirse más. Sin embargo, Rachel no tenía ni la menor idea de lo que iba a suceder a continuación. Por eso deseó que Quinn estuviese en casa.

En lugar de eso se encontró una nota. Al parecer, Rose iba a preparar espaguetis para todos.

—Por favor, que no esté Josh —musitó.

Sin embargo, no tendría por qué haberse preocupado: el de Quinn era el único automóvil aparcado en la entrada. Rachel dejó el suyo justo detrás y se apresuró a entrar para escapar de la llovizna que llevaba cayendo desde el mediodía. Las tormentas primaverales que habían anunciado se habían quedado más al norte. No se molestó en llamar al timbre: llamó un par de veces con los nudillos y entró.

—¡En la cocina! —gritó Rose.

Lee Ann y Denny estaban sentados a la mesa, coloreando. Lee Ann alzó la vista lo justo para dedicarle una breve sonrisa. Rose la recibió con una cuchara tendida hacia ella.

—Prueba.

Rachel obedeció, antes de asentir. —Muy rico. Necesita un poco más de albahaca.

Rose se echó a reír. —¡Como si fuese a aceptar tus consejos sobre cocina! —Tapó la cacerola y la puso a fuego lento.

—¿Dónde están todos?

—Eché a los gemelos a dormir la siesta hace un par de horas. —Rachel aguardó pacientemente. —¿Lo dices por Quinn? —dijo Rose sonriendo.

—Supongo que Greg y ella estarán encerrados en algún sitio.

—Están jugando al ordenador. Greg le ha preparado unos gráficos o algo así —explicó, haciendo un gesto con la mano.

Quinn asomó la cabeza antes de que Rachel hubiese tenido tiempo de ir a buscarlos.

—Rose, ¿tienes más té helado? —Preguntó, interrumpiéndose al ver a Rachel—. No te había oído entrar.

Rachel se sumergió en las profundidades de aquellos ojos verdes y tuvo que apoyarse en la encimera para no caerse. Todo lo que había sentido la noche anterior pareció golpearla de pronto.

Shadows of the pastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora